A cien años del Genocidio Armenio: justicia, pianos y zapatos

Por Ever Osorio @intweettion

Lory Aintablian tiene 22 años y quiere ser profesora. Estudia un posgrado en matemáticas puras en la Universidad de Bonn en Alemania. Le gusta tocar el piano. Paradójicamente, la única pieza que la he escuchado tocar es la Marcha Turca de Mozart. Eso fue hace un par de años durante una escuela de verano. Recuerdo que se sentó enfrente del piano vestida con el traje típico de los armenios, color rojo y verde con blanco. Una trenza detrás de cada oreja. Las ochenta personas que estábamos ahí reunidas la escuchamos con atención. Era increíble ver tocar el piano a una bisnieta de sobrevivientes del genocidio armenio en la sala de un palacio austriaco que sirvió en algún momento al Reich como casa de huéspedes nazi.

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Hace cien años los bisabuelos de Lory vivían en Musa Dag, una zona montañosa del Imperio Otomano cercana al mediterráneo. A través de rumores, se enteraron que algo andaba mal, que había una campaña militar liderada por el Comité de Unión y Progreso para expulsar a los armenios del territorio otomano, con quienes habían coexistido en paz desde el siglo XIV. Los bisabuelos de Lory fueron rescatados, después de una resistencia de cuarenta días por los franceses y migraron a Líbano. No todos los armenios tuvieron la misma suerte: deportaciones, tortura, expropiaciones, masacres, inanición y desplazamientos forzados a lo largo de ocho años (1915-1923) condujo a la muerte de aproximadamente 1.5 millones de armenios. Los sobrevivientes migraron a diversas partes del mundo. En la región del medio oriente Georgia, Irán, Siria, Líbano y Rusia fueron destinos que los acogieron. Mientras que en las Américas, Estados Unidos y Argentina fueron los principales receptores de este éxodo.

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Este año se cumple un siglo del inicio de esta tragedia. Gran parte de la comunidad internacional ha considerado a este crimen, como un genocidio. Miles de jóvenes, nietos y bisnietos de quienes sobrevivieron exigen justicia, es decir el reconocimiento de dicho evento como un genocidio. La “G-word” como le llaman en el círculo diplomático informal al genocidio es un tanto problemática desde la perspectiva jurídica. Ximena Medellín, catedrática de Derecho Internacional del Centro de Investigación y Docencia Económica (CIDE), explica que “jurídicamente este delito se define desde la Convención para la Prevención y Sanción del Genocidio en 1948, y es una de las definiciones internacionales más estables que ha habido, rara vez se ha modificado en algún punto y en concreto se entiende como la intención de destruir total o parcialmente a un grupo étnico, racial, religioso o nacional”.

Según las normas internacionales un genocidio puede llevarse a cabo a través de cinco conductas que son: lesiones graves a la integridad física o mental de miembros del grupo, homicidio, sometimiento de miembros del grupo a condiciones de existencia que conlleven su destrucción física, total o parcial, impedir nacimientos en el seno del grupo y traslado por la fuerza de niños de un grupo a otro grupo; para que haya un genocidio “jurídico” se tienen que comprobar que alguna de estas conductas se ejecutó con la intención ya mencionada.

De cierta manera, en su momento el Imperio Otomano juzgó y dio pena de muerte a algunos de los militares responsables de la persecución de los armenios, sin embargo, no se impartió de manera plena la justicia que el pueblo armenio necesitaba. Jacobo Dayán, experto en genocidios explica que “ni Armenia ni la comunidad internacional solicitan un proceso jurídico por el genocidio, sino más bien el reconocimiento de dicho crimen por parte del país perpetrador, para darle un valor histórico y dignidad a las vidas perdidas, es decir, parte de la reparación que requieren los sobrevivientes”.

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Lory es armenia-libanesa y ahora vive en Alemania donde se estima que viven más de dos millones y medio de ciudadanos de origen turco. Esto representa un problema para ella, pues cada vez que trata con una persona turca, no puede evitar pensar en el pasado que hay detrás de los ascendientes de ambos. Sabe que ellos no son responsables, pero los daños no han sido reparados y la historia no se ha cerrado. Para Lory el reconocimiento del genocidio por parte del Estado Turco la ayudaría a encontrar la paz. Esto es precisamente lo que Dayán comenta, que lo más importante son las víctimas: “Parte de los actos de justicia y reparación, tienen que ver con el reconocimiento pues, es una forma de cerrar y sellar el pasado, de hacer la paz. Todavía hay heridas abiertas, por eso hay que tener medidas de reparación claras y procesos de verdad y memoria completos, que hagan justicia aunque no sea justicia jurídica, repito, porque ya no se puede procesar”.

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Se estima que México recibió alrededor de 300 armenios que huyeron del Imperio Otomano en las décadas de 1910 y 1920. Uno de ellos fue el muy joven Harutian Momjian, quién llegó a este continente con sus hermanos y su mamá. Puso una zapatería en La Merced y se casó con una mexicana; tuvieron dos hijas y un nieto al que nunca conoció pero que por azares del destino heredó de manera casi idéntica su nombre. Ahmed Harutian Momjian, mercadólogo, casado, trabaja en un corporativo de Santa Fe y hace unos días cumplió 33 años. Ahmed es hijo único y apenas, cinco años atrás, comenzó a descubrir la historia de su vida, pues su abuela murió cuando él tenía sólo tres años y con su partida se perdió mucha información. “Si mi abuelo traía coraje, no tuvo oportunidad de transmitirlo, porque se fue muy temprano. No hubo chance de que yo entendiera el problema político y social que hubo y todo lo que desencadenó. El día de hoy aunque lo se, no lo viví como algo mío. Simplemente pues estamos aquí (…) por eso yo existo aquí en México”.

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Imagen tomada de lamentable.org

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