¡Ahora es el momento! La importancia de NO festejar el Día internacional de la Mujer
No hace más de un mes se conmemoraron 100 años que las mujeres obtuvieron el derecho al voto. Ahora 8 de marzo se rememoraran 109 años de lucha de las mujeres sufragistas, obreras y campesinas que protestaron por las infrahumanas condiciones de trabajo, por la reducción de la jornada laboral, mejores salarios y derecho a participar en los procesos electorales. Actualmente el panorama no dista del de entonces pues las demandas están centradas en una mejor calidad y condiciones de trabajo, salario igual a trabajo igual, contra el acoso y hostigamiento sexuales.
Cierto es que no es un día para festejar, para felicitar, para dar flores y regalos cual día de las madres, no. Tampoco es un día de revancha, de competencia desleal entre hombres y mujeres; de rivalizar y pretender instituir el día del hombre como lo han propuesto algunos grupos conservadores y de derecha con el afán de dividir y vencer en la guerra de los sexos, ahondando así la brecha de la división sexual del trabajo, el cual redunda en abundantes ganancias para esta minoría explotadora.
A cien años de distancia, para muchos es desconocido aún el origen del 8 de marzo. Fue en Nueva York, en 1857, que más de 146 trabajadoras textiles fueron calcinadas por el dueño de la fábrica de camisas, Triangle Shirtwaits, al protestar por las infames condiciones de trabajo, los bajos salarios y las extenuantes jornadas que rebasaban las 12 horas, con un solo día de descanso, justo los domingos para que las trabajadoras asistieran a los servicios religiosos e hicieran sus compras en las tiendas de raya, impuestas por los mismos dueños de las fábricas y los almacenes. En reconocimiento al martirio de aquellas obreras, en 1909, estalló un paro de las conocidas camiseras y costureras en Nueva York y Chicago. La huelga fue encabezada por Clara Lemlich y apoyada por la Liga Nacional de Sindicatos de Mujeres de Estados Unidos, en la cual participaron alrededor de 20 mil personas, en su mayoría obreras y mujeres de escasos recursos.
Un año después, en 1910 durante la II Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, celebrada en Copenhague, Dinamarca, Clara Zetkin, proclamó el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer Trabajadora. La propuesta de Zetkin fue apoyada por otras pioneras quienes promovieron la igualdad de derechos para las mujeres como Rosa Luxemburgo, Aleksandra Kolontái, entre las más destacadas. Entre 1913 a 1922 y de 1923 a 1946, al término del periodo de entre guerras mundiales, el 8 de marzo se siguió conmemorando pero solo en Alemania, Suecia y Rusia, no obstante, en este país la manifestación de miles de mujeres en contra de las condiciones deplorables de vida, fue la antesala de la Revolución Soviética. Y fue hasta 1952 que la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas, declara el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer. Más tarde durante la primera Conferencia Mundial sobre la Mujer, celebrada en México, instituye dicha fecha bajo el lema: “Paz, Desarrollo e Igualdad”. Pero no fue sino hasta 1977, que la ONU, en la resolución 32/142, oficializa el 8 de marzo como un día del año de las Naciones Unidas para los derechos de la mujer y la paz internacional apegados a tradiciones históricas y costumbres culturales de los países signatarios.
El transcurso de las conmemoraciones del Día Internacional de la Mujer, van acompañadas de lemas de acuerdo a la situación y problemáticas progresivas que padecen las mujeres a nivel mundial. A partir de 2011, se denomina “8 de marzo, Día Internacional de la Mujer: Igualdad de Género y empoderamiento de la mujer”. Para 2018 se retoma el lema fundante: “derechos de la mujer y paz internacional”, pues el objetivo central según la ONU, es que el aniversario sea un punto de convergencia de las actividades y demandas a favor de los derechos humanos de la mujer, así como el fomento a su participación en la vida social, política, económica y cultural. Por eso el lema: “¡Ahora es el momento!”
Los reclamos de las activistas rurales y urbanas estarán centrados este año en la exigencia al reconocimiento de los derechos humanos de las mujeres, esto es: derecho a la educación, a la salud, al desarrollo, al trabajo en igualdad de condiciones, al derecho a la participación política, a una vida libre de violencia y derechos sexuales y reproductivos. Aunque estos son derechos universales para hombres y mujeres, dichas exigencias obedecen a que en estas garantías son vulneradas debido a la condición de las mujeres que aún vivimos en condiciones de subordinación, exclusión y discriminación.
No obstante existen voces disidentes del oficialismo de la simbólica conmemoración. En octubre de 2016 se creó el movimiento mundial Paro Internacional de Mujeres, International Women’s Strike (IWS) [por siglas en inglés] que promueve una huelga internacional de mujeres el 8 de marzo, en respuesta a la creciente ola de violencia machista y sus diferentes caras expresadas en la agresión, exclusión y discriminación en los ámbitos social, político, económico, legal, sexual, físico, psicológico, simbólico, moral y verbal que padecen las mujeres de hoy en día, de todas las edades, de las diferentes clases sociales, de las diversas orientaciones sexuales y manifestaciones genéricas, así como apariencia física, y étnica entre otras.
Para este año, la movilización del segundo paro, servirá para concientizar a la población sobre la existente desigualdad de género y sus distintas formas de opresión y represión contra las mujeres, visibilizar la violencia machista, la explotación sexual y laboral y la ola de crímenes feminicidas.
Con o sin sesgo oficialista, el 8 de marzo, demostrará el valor de la alianza entre las mujeres. Transmitirá hasta contagiar a otras mujeres de empatía entre iguales. Es decir, la participación de nosotras radiará sororidad, una relación fundamentada en nuestra valía cómo colectivo con la intención de generar un auténtico cambio en nuestra sociedad, como dice Valeria Sabater.
Ya lo dijo también la maestra Kate Millet, hacer sororidad para conseguir una unión social entre mujeres más allá de nuestras diferentes diferencias. Fortalecernos como colectivo, visualizar y hacer empatía en nuestros contextos cotidianos para conseguir cambios por y para todas. O como dice Marcela Lagarde, sororidad como un compromiso para conseguir logros sintiéndonos libres y fuertes juntas. Para romper con las etiquetas del peso del patriarcado que nos ha hecho nacer, crecer y educarnos entre mujeres como rivales, enemigas y competidoras desleales. Hacer sororidad como un vínculo de empatía, donde juntas somos mejor que una sola y en soledad.