Notas de un escándalo: la sinfonía macabra de Philip Glass
Philip Glass es una de las mentes maestras musicales de nuestra era y de las pocas leyendas vivas que aún continúan estremeciéndonos con el galano arte de sus composiciones. Las seductoras sucesiones de ostinatos y arpegios que caracterizan la impresión dramática de su obra hacen de sus piezas verdaderos edificios evocativos de fatalidad y melancolía, que a los ecos de su distintivo piano, parecen de pronto fundirse con cuerdas de crisis, entusiasmo o redención. Precursor del minimalismo musical, experimentador sonoro y padre de más de 26 operas, el originario de Baltimore cuenta a lo largo de sus ocho décadas de vida con más de once sinfonías, veinte reconocimientos internacionales y tres nominaciones al Oscar por sus bandas sonoras fílmicas de inconfundible estilo e innegable deleite.
En 1998 llegaría su primer reconocimiento de la Academia gracias a su excepcional trabajo para el filme de Martin Scorsese Kundun que, con una mezcla de coros tibetanos, percusiones y el misticismo de oriente, ya exhibía la grandilocuencia orquestal que permearía en sus trabajos fílmicos posteriores, dejando en claro, como él ha dicho en reiteradas ocasiones, que el epíteto de “minimalista” es más una etiqueta caduca que un distintivo vigente de su estilo actual.
Ese año su pieza compitió con el imbatible score del fenómeno mundial Titanic a cargo de James Horner, quien por supuesto se llevó la estatuilla a Mejor banda sonora dramática original, un par de años antes de que la Academia decidiera unir esta categoría con su contraparte a Mejor banda sonora de comedia en un mismo galardón. Años más tarde, en el 2003, recibió su segunda mención gracias a sus formidables y exquisitas partituras para The Hours donde capturó a la perfección la naturaleza dramática y poética de Virginia Woolf en consonancia con su angustia literaria y la crisis existencial de sus protagonistas. Tanto en Kundun como en The Hours, Glass hace gala de su talento irrevocable para conducir las emociones de la audiencia en sintonía con la atmósfera, la trama y las dimensiones actorales de las historias que musicaliza.
En 2006 continuaría haciendo guiños a sus estilismos orquestales en sus siguientes composiciones para el cine. Podemos escuchar mucho del Glass de The Hours por ejemplo en su cadencioso y romántico soundtrack para El Ilusionista, que aunque placentero como cualquiera de sus manifiestos sinfónicos, no resalta con la delicia y originalidad de sus predecesores. Sin embargo, en diciembre de ese año, de entre la espesura de sus acordes y el rigor de su intensidad surgió una polifonía altisonante y magnánima que le valdría su tercera nominación al Oscar y la confirmación de su grandilocuencia.
Escándalo (Notes On A Scandal), del cineasta británico Richard Eyre, es prácticamente una ópera erótica atípica que se precipita sobre el espectador como una borrasca de emociones turbias que con apenas 91 minutos de duración y al mando de verdaderas majestades del cine como Judi Dench y Cate Blanchett, explora los alcances de la traición, la soledad y la violencia del deseo. Basada en la novela del 2003 de la escritora y periodista Zöe Heller, Escándalo es, en primer lugar, un ejemplar robusto de verdadero derroche histriónico y después, un testimonio más de la genialidad y el vigor de las notas de Philip Glass.
Notes On A Scandal abre, desde sus cortinillas de entrada e incluso antes que cualquier escena, con las voces graves de los chelos de “First Day of School”, anticipando el tono siniestro del filme y la mente maquiavélica de quien comandará la historia, Barbara (Judi Dench), quien se nos revela desde el primer encuadre sentada en una banca, solitaria e introspectiva, observando el paisaje citadino y nublado de Islington, Londres. Cuando entran los violines a acompañarla en sus reflexiones matutinas y los oboes silban al compás de su pluma, escuchamos la voz interior de Barbara en una especie de diálogo con su diario:
“La gente siempre me ha confiado sus secretos, pero… ¿a quién puedo confiarle yo los míos? A ti. Solo a ti”.
Declara la voz áspera e hipnótica de Judi Dench, mientras un paneo por los estantes de su casa nos revela las decenas de cuadernos que celosamente resguardan sus memorias y confesiones más íntimas. Así, la música de Glass continúa acompañándola—y a nosotros— a lo largo de un montaje introductorio que nos muestra su rutina monótona y amarga como una maestra rigurosa e indolente que critica las condiciones sociales de sus alumnos, a quienes desdeña en pensamiento. Mientras los mira entrar desde la planta alta de la escuela, como un buitre furtivo, se percata de una joven rubia de aspecto desenfadado que de inmediato aviva su interés: Sheba Hart (Cate Blanchett), la nueva profesora de arte.
Al principio, Barbara es igualmente dura en su crítica introspectiva de Sheba, llamándola en sus anotaciones “novicia larguirucha” o denostando su estilo de vestir y su aparente ingenuidad. Este cinismo y humor negro de quien no tiene reparo en llamar a su colega obesa Sue como “la cerda en calzones” en los renglones de su diario, se manifiesta sonoramente en la coquetería de alientos y cuerdas que ascienden y descienden muy al estilo de Glass en el segundo track “The History”, mismo que acompaña el obsesivo escrutinio que Barbara cierne sobre Sheba en su entorno académico.
Sin embargo, el primer ápice narrativo se alcanza cuando finalmente ambas mujeres interactúan después de una riña entre alumnos que la inexperta profesora no sabe controlar. Barbara acude a su auxilio con la rigidez que la caracteriza y Sheba, en agradecimiento, la invita a conocer a su familia en un almuerzo dominical, despertando de inmediato un destello volcánico de entusiasmo y esmero en la solitaria y necesitada sexagenaria. El ánimo por este acontecimiento, al que Barbara describe como “una dichosa bandera en la rudeza desértica de mi calendario” se siente vibrar en las arpas y violines de “Invitation”.
Así, este aparentemente inocuo almuerzo familiar se convierte en el catalizador de la obsesión platónica de la anciana por la torpe, pero seductora Sheba, quien, inconsciente de la naturaleza depredadora de su colega, deja verter con desmedida e incauta intimidad la inconformidad con su matrimonio, las incomodidades de su vida como madre de un niño con síndrome de Down y su apatía por la vida escolar. Este acto significa para Barbara el inicio de una relación estrecha entre ambas mujeres, lo que la lleva a decantarse sobre las hojas de su diario con lisonjas y enamoramiento, pegando estrellas doradas adhesivas en los márgenes de las cuartillas. Es entonces cuando la música de Glass vuelve a entrar con ondulante misterio, como si se tratase de un personaje omnipresente de la historia, y se cuela en escena con “The Harts” que acompaña con sus últimos acordes la visión de una Barbara cogiendo con anhelo una hebra dorada del cabello de Sheba en su regazo.
En este punto, las sonatas de Glass comienzan a transformarse en marchas bélicas. La intensidad de los instrumentos se eleva como la espuma y comienzan a agravarse junto con los actos de su historia. En “Discovery” los chelos se sienten más hondos que nunca y los oboes resuenan con cautela, mientras Barbara atestigua, a través de la mirilla de una puerta, el encuentro sexual y adúltero de Sheba con un estudiante de 16 años. Este funesto evento marca el segundo hito de una trama que se teje cada vez más torcida con cada revelación. Dolorida y traicionada en sus sentires, Barbara confronta a Sheba, quien le describe a detalle los meses de apasionado y carnal amorío con su alumno Steven. Consciente de su delito y de la gravedad de su relación clandestina, Sheba le suplica discreción a Barbara, quien halla en sus súplicas la oportunidad perfecta para controlar el destino de su afligida compañera.
“Y ahí me di cuenta que mi furia me había cegado. Había una maravillosa oportunidad aquí. Con cautela, podía asegurarme el premio a largo plazo. Una deuda eterna conmigo. Podía ganarlo todo, haciendo nada.”
Así, entre manipulaciones y chantajes sigilosos, Escándalo se va proyectando cada vez más intrincada y sombría, mientras las partituras de Glass —a cargo de la dirección de Michael Riesman— suenan cada vez más a la banda sonora de un filme de horror que a un drama inglés. Esta sublime simbiosis entre géneros enriquece de manera espectacular la experiencia sensorial del público, que como ser omnisciente, descubre en paralelo las maquinaciones perversas de Barbara y los secretos que Sheba le oculta. Así, la película se transforma en un escaparate de atracciones obtusas que por un lado nos muestra a la anciana solterona cortejando con caricias a su colega y por otro, a Sheba acostándose sobre los rieles de un tren abandonado con un joven 20 años menor que ella. Estas incómodas seducciones permean a lo largo de todo el soundtrack, con sinuosas melodías en “Good Girl” y “Sheba’s Longing”, hasta alcanzar crestas de verdadera agitación en “Someone Has Died”que sirve de antesala para la magistral y pieza cumbre “Betrayal”.
Esta “traición” compuesta por Glass es indudablemente el golpe maestro e impetuoso que el compositor impone a su audiencia; un paroxismo de alientos, cuerdas y percusiones que se aviva como el fuego hasta su desenlace majestuoso y escalofriante. Podemos sentir la agonía de los violines mientras se rinden frente a las cínicas arpas y los macabros violoncelos, que adornan la infamia y malicia de su narradora maquiavélica. Con “Betrayal” Philip Glass alcanza el culmen de su sofisticación y deja en claro que los caminos tortuosos de Escándalo sólo se pueden transitar veraces a través de su música.
“La presión es intensa cuando dos mujeres comparten sus vidas. Pero, ¡oh!, qué maravillosa intensidad es”.
Después de un enfrentamiento violento y físico entre las dos mujeres, ahora antagonistas, la historia termina donde todo comenzó: Barbara en la banca frente a Islington. Sin embargo, ahora no está sola. Una joven mujer que lee un diario donde aparece la noticia de Sheba acusada de estupro está sentada en su lugar favorito. Usando el caso de Sheba como detonador de la conversación, Barbara lanza una mirada inquisitiva a la rubia de rasgos dulces antes de presentarse e invitarla a ver una obra musical. Mientras las dos mujeres recién encontradas charlan, la cámara se aleja a sus espaldas y las flautas y cuerdas de “I Knew Her” entran como un himno satírico que sugiere la continuación angustiosa de la depredación de Barbara, como un capítulo a punto de escribirse en las páginas de su diario.
Ese año, Philip Glass perdería el galardón a Mejor Banda Sonora frente al argentino Gustavo Santaolalla por su trabajo en Babel. Sin embargo, el ímpetu de su “escándalo” orquestal aún resuena con inigualable grandeza en su corpus sonoro. Con más de ocho décadas de vida, aún nos deben su Oscar, pero su legado trasciende cualquier galardón y su estilo vibra en todo lo que toca, como las teclas de su piano.