La redefinición de la feminidad en el pop actual: Charli XCX y Billie Eilish
Por Raquel Miserachi
La primera vez que vi la imagen verde moco-de-gorila con la palabra “brat” embarrada en una tipografía negra de pixeles rotos pensé, mientras arrugaba la nariz, que los alcances del mal gusto estaban rebasando niveles fuera de mi comprensión.
Me tomó unas buenas horas entender que el recuadro verduzco tenía que ver con la promoción del sexto álbum de la estrella pop británica Charli XCX, hasta ese momento completamente irrelevante en mi cosmovisión, y que esa imagen sería replicada de manera natural por todos los usuarios en el Internet. Hasta la candidata demócrata a la presidencia estadounidense Kamala Harris disfrazó sus redes sociales de verde brat en reverencia a su peso cultural.
Detrás de esta ejecución brillante de un meme tan puro, la portada de brat tiene tantas capas de interpretación, que no se queda en la superficie del chiste viral o la tendencia del verano.
El mensaje tiene una claridad tan inmediata, que parecería que el diseño es de la misma persona que escribe en cartulinas fluorescentes los precios de la fruta madura que rematan las camionetas con altavoces en las calles, pero fue creada por el estudio de diseño Special Offer Inc., quienes pasaron meses discutiendo las sutilezas del tono de verde perfecto para seleccionar, a la larga, el verde brat de entre 500 opciones.
Según mencionó a CNN Brent David Freaney, fundador de la compañía, la genialidad de su matiz chillante se encuentra en un punto antes inexistente entre el 360 y 375 en la carta de Pantone.
En un muro lateral del edificio de la emisora Lot Radio en Brooklyn, ahora denominado “brat wall”, apareció la primera amenaza del ya icónico verde borrachera-de-chartreuse con la que Charli dio el banderazo inaugural del breve pero contundente “verano brat” con cuatro palabras: “soy tu referencia favorita”.
No hay que subestimar el impacto cultural de ese muro inteligentemente situado en el barrio de Greenpoint. Cada vez que recibía una nueva capa de pintura para formar otra frase en esa tipografía ABC ROM, los autoproclamados hedonistas, los animales de la fiesta casera y las “365 Party Girls” obedecían el mandato como a las Sagradas Escrituras.
Los millennials aferrados a sus falsos recuerdos de la música dance de los noventa, los zoomers que perdieron preciosos años de vida nocturna encerrados por la pandemia y aprendieron a salir de fiesta solos en su habitación, y hasta los niños chiquitos, inundaron el Internet en la primera semana de su lanzamiento, con más de 40,000 videos en TikTok y 12,000 publicaciones en Instagram marcados con el hashtag #Bratsummer.
La misma Charli XCX enlistó en un episodio de Sidetracked, un podcast de la BBC, los elementos esenciales para tener un verano brat al pie de la letra. Uno pensaría que la lista estaría llena de objetos aspiracionales que no cualquiera tiene al alcance. Tal vez un Tesla Cybertruck verde chillante para ir a las cinco fiestas más calientes de Barcelona en una sola noche, una botella carísima de Absenta y un abrigo Gucci verde neón… pero como su portada, la estética brat requiere el mínimo esfuerzo y un sentido del buen gusto contraintuitivo.
El manual de la buena brat se sostiene con un par de cosas que consigues en la miscelánea de la esquina: una cajetilla de cigarros, un encendedor Bic del color previamente designado, un aguacate partido por la mitad, y un top blanco de tiras sin brasier.
La cultura brat abraza la autoaceptación con su respectivo desorden e imperfecciones.
El verde brat no es un color que se encuentra en la naturaleza. Más bien, remite a residuos tóxicos, vómitos de caricatura, virus informáticos, saborizantes sintéticos de frutas y pastos artificiales.
Todo eso abre paso al regreso de la cultura DIY (do it yourself) de los dosmiles, que a partir de un gesto despreocupado y una referencia velada al chorizo verde de Toluca, destapó la cloaca de lo que ahora llaman el indie sleaze. Pero en su momento fue consecuencia del estallido de la burbuja económica del .com en el cambio de siglo, y el surgimiento de los hipsters, una generación de jóvenes sin futuro ni propósito para el estereotipo del adulto del siglo que terminaba.
El final del verano brat se anunció por medio del oráculo designado en ese muro de Brooklyn, con un “ok, bye”, para proclamar que lo único que terminó fue el contrato por la renta del muro.
Dos semanas más tarde, Charli dominó las tornamesas en una edición especial de Boiler Room en Ibiza en la que aparecieron invitados de alto calibre como Rommy xx, George Daniel, Alex Chapman, Robyn, Shygirl y Zoe Gitter, entre otros.
En esa noche Partygirl en el legendario club Amnesia, sonó por primera vez “Guess”, su colaboración con Billie Eilish, producida por The Dare, el chico de traje negro y corbata delgadita en referencia directa a la vestimenta de las bandas de rock de Nueva York de los dosmiles.
Con precisión en la agenda para mantener el momentum de su nueva popularidad, una semana más tarde, Charli publicó una fotografía en blanco y negro en donde aparecen los torsos de dos personas. Una de ellas posa de frente y está vestida con la ropa que Fred Durst, líder de la banda dosmilera Limp Bizkit, desechó en 2001.
Con una mano, levanta su ropa holgada para mostrar el resorte de dos capas de bóxers debajo de unos pantalones de mezclilla de talla extragrande. La otra posa de espaldas a la cámara. Trae una falda que podría ser el retazo de encaje que recogió de un bote de basura afuera de una fábrica de ropa barata. Ésta última tiene una redundancia tatuada en la espalda baja que se traduce del inglés a “tatuaje en la espalda baja” y muestra su ropa interior saliendo de la falda que apenas podría considerarse una prenda de ropa. En el pie de foto, una imperativa: “Guess”.
Las audiencias no tardaron en adivinar que, quien aparece en la foto de frente junto al lomo semidesnudo de Charli, era Billie Eilish.
Esta chica de Los Ángeles que desde el nombre lleva la neutralidad de género, logró colocarse como una de las estrellas pop más relevantes de este siglo sin mostrar su cuerpo ni sexualizarlo durante los primeros años de su carrera.
Cuando cumplió 19 años, empezó a jugar con objetivar su físico para generar interrogantes respecto a los saltos repentinos en las carreras de las estrellas infantiles cuando cumplen la mayoría de edad. Con el gesto de usar ropa ajustada por primera vez en el video de “Not my responsibility” cuestionó los estándares de belleza femenina, denunció abusos sistemáticos en la industria musical y obligó a las audiencias a debatir si su aspecto físico es lo relevante de su trabajo artístico. A partir de ese momento, y en adelante, Billie ha transitado todos los aspectos de la feminidad desde su personaje de vestimenta en extremo holgada y ropa interior “de hombre”.
Con su álbum Happier Than Ever (2021) adoptó el clásico personaje de la chica rubia, ese cliché de la estrella pop norteamericana que sin importar la época, invoca de manera redundante a Marilyn Monroe, para convertirse en un personaje de Disney y hacer el tema de la película de Barbie (2023), con el que ganó un Oscar.
Después de exprimir esa imagen, regresó a su caracterización original de tomboy de cabellera oscura para promover HIT ME HARD AND SOFT, su álbum más reciente, con el que se burla de la prensa y las audiencias que necesitan que defina su sexualidad de forma convencional.
Esta interrogante respecto a su preferencia sexual, por un lado flexibiliza las posibilidades de transitar en el espectro de la sexualidad en las audiencias más jóvenes, y por otro lado, rigidiza a los militantes puristas de la sexualidad binaria. Hasta las personas “progresistas” de la comunidad queer amenudo la acusan de queerbate, una técnica de márketing que sugiere el romance entre personas del mismo sexo para atraer a las audiencias LGBTTIQ+.
No es la primera vez que una estrella pop le habla a la comunidad queer sin tener que participar en ella. Pienso en la referencia al voguing y el drag en el lenguaje del Renaissance, el álbum más reciente de Beyonce, el famoso beso de Madonna y Britney Spears en los premios MTV de 2003, en el manifiesto de los “Little Monsters” de Lady Gaga, que en 2009 empezó a referirse a su audiencia de esta manera, o en el lanzamiento de “I kissed a girl” de Katy Perry en 2008. Ninguno de estos casos ha sido tan controversial como el de la sexualidad de Billie, y es precisamente lo que termina de darle filo a su figura de anti-sex symbol.
Su participación en el track de “Guess” trae consigo toda esta carga que Billie ha construido en los últimos años, y resulta en una doble trasgresión.
En la letra, no solamente insinúa que no necesita adivinar qué trae puesto Charli XCX debajo de su falda, aunque todos podamos verlo claramente sin tener que descubrirla, sino sugiere que tiene una relación de coquetería con la protagonista.
Para el escándalo o satisfacción de la audiencia, no queda claro todavía su postura en el espectro de la sexualidad. Este cóctel de provocaciones piromaniacas se enciende en un fuego verde que quizá se extienda por los próximos años. La cantante californiana, diez años más joven que Charli, le suma el elemento controversial a toda la propuesta brat diseñada a la perfección para sostener una tendencia revolucionaria.
Billie irrumpe con una retroexcavadora en una fiesta casera musicalizada por The Dare, en la que Charli y sus amigos aceitosos fuman cigarrillos, toman cerveza en vasos de plástico, se besuquean mientras bailan y se quitan la ropa interior. La estructura de la letra en imita en ocasiones el clásico “Technologic” de Daft Punk de 2005, pero en lugar de enlistar posibilidades de manipular la música electrónica, habla de todas lo que quiere hacer una con los calzones de la otra.
La idea de feminidad, como la diseñaron diez hombres trajeados con un cigarrillo y un vaso de Bourbon, en el corporativo de una empresa de publicidad en el Estados Unidos de los cincuentas, nunca ha sido un molde en donde cupiera la mayoría de mujeres. Sin embargo, el estereotipo de la mujer sumisa, ignorante de lo que sucede fuera de casa, pero docta en las labores domésticas, la que nació para servir, usar vestidos, verse como modelo y suprimir su existencia para privilegiar la de su esposo y sus hijos, se ha perpetuado durante décadas.
Las mujeres que encarnan los cánones de belleza de la época, como Taylor Swift, Britney Spears, Madonna o Farrah Fawcett, son todas una reencarnación de Marilyn Monroe con cada vez menos porcentaje de grasa corporal; pero una mujer rara vez se ve y o se comporta así.
Por lo general se ve muy distinto y queda relegada a los márgenes de la normalidad. Estas ficciones que desafían la idea inamovible de feminidad desde el pop más convencional, se acercan más a la realidad de la experiencia de ser una mujer del siglo XXI que todas las que habíamos visto anteriormente. Las estrellas pop de esta década han logrado flexibilizar estos conceptos al grado que han generado nuevos mercados para cuerpos e identidades distintas en la industria de la moda y el entretenimiento.