"¿Y si te hubieran abortado?"
“Tú padre quería que te abortáramos, pero decidí tenerte”. Fue una de las frases que me dijo ese día mi madre, intercalada entre muchos “No entiendo qué hice mal” y “¿Es que por qué no eres feliz, si tienes todo?”
Yo tenía 18 años, a punto de entrar a la universidad, con un promedio escolar pulcro y el estómago lleno. Sin embargo, acababa de confesarle que había pensado en suicidarme, luego de muchos meses de constante depresión. Ella estaba desconsolada y no podía comprender cómo, después de esforzarse por tanto tiempo en criarme, podía siquiera pensar en quitarme la vida. Fue la primera vez que comprendí que mi mamá era un ser humano más, con incertidumbres, miedos y desconocimiento como yo.
Y puedo decir que, si me preguntaran —como una segunda generación de embarazo no deseado— "¿apoyarías el aborto a sabiendas de que podrías haber sido abortada?", mi respuesta sería un rotundo sí. Sí lo hago.
Ese día, recordé otra conversación, una que tuve con mi abuela y una prima cuando tenía 10 años, edad en la cual no comprendía la dimensión de las cosas, pero tenía la audacia para preguntar. Llegó a mí el recuerdo como neblina, entre las duras palabras de mi madre. Las siluetas de aquel día me han permitido con los años rellenar los vacíos. Creo que la conversación fue algo así:
Estábamos las tres en la cocina. La televisión se encontraba prendida y en algún programa, alguien mencionó el tema del aborto. Mi prima, que estaba a nada de casarse y soñaba con tener muchos hijos, dijo: “No entiendo cómo alguien puede pensar en eso”. Yo no comprendí, entonces pregunté: “¿Qué es el aborto?” Ante la complicada pregunta, ambas me intentaron explicar, y creo que todo se resumía, en sus palabras, a "matar bebés". ¡El horror! ¿Cómo, efectivamente, alguien podría pensar en hacer eso?
Y en plena conversación, mi abuela me dijo, a manera de confesión: “Yo estuve a punto de abortar a tu madre”. Mi prima y yo nos sorprendimos. Ella nos explicó que fue a una clínica, pero que ese día pasó algo que impidió que se realizara el proceso y regresó a casa, aún embarazada. Luego, ya no tuvo el coraje de volver. Meses después, nació mi madre.
Las tres callamos. Le prometimos a mi abuela nunca decirlo (promesa que hoy rompo). Mi madre, hasta la fecha, no sabía esto.
Volviendo a aquel día en que mi madre me confesó algo muy similar, decidí no confesarle lo que mi abuela me había dicho en discreción. En vez de eso, le respondí tajante: “Me hubieras abortado”. Yo no había pedido vivir. Como dice Freddy Mercury en “Bohemian Rhapsody”, muchas veces había deseado ni siquiera haber nacido.
Ella rompió en llanto. Ha sido una de las pocas veces que la he visto hacerlo.
Hoy ya no pienso en el suicidio. Hay días buenos, hay días malos, pero he logrado controlar mi depresión y los pensamientos suicidas. Agradezco estar viva y no es mi propósito hablar sobre el suicidio esta ocasión.
Toda esta reflexión y torrente de recuerdos se removió con el contundente “No” en el Congreso de Argentina a la legalización del aborto, sumado al llamado de la Iglesia Católica a defender la vida, y los múltiples debates que emergieron al respecto en nuestro país.
No puedo evitar pensar en mi propia existencia frente al aborto. Y puedo decir que, si me preguntaran —como una segunda generación de embarazo no deseado— "¿apoyarías el aborto a sabiendas de que podrías haber sido abortada?", mi respuesta sería un rotundo sí. Sí lo hago.
Mi madre tenía todo el derecho de hacerlo, de quererlo. Mi abuela, también. Sé que la vida de mi madre habría sido otra de no tenerme, aunque ella afirma que jamás se arrepintió. Sé que podría haber crecido más en su trabajo, que se podría haber enamorado y casado con alguien con quien hubiera planeado una vida. Incluso, confío que emocional y económicamente, su vida podría haber sido más estable. Y aunque agradezco infinitamente que me haya elegido por sobre todo lo anterior, definitivamente desearía una vida mejor para mi madre.
La clandestinidad —contrario a los supuestos propósitos del discurso que se denomina a favor de la vida—, sólo permite que haya más muertes, las muertes de las madres, de mujeres de todas las edades y condiciones.
A mi abuela, por su parte, la entiendo perfectamente. Tenía ya cinco hijos. Mi abuelo pasaba días enteros en el taller mecánico, regresaba a casa lleno de sudor, cansancio y aceite de motor, para darle dinero a mi abuela y proveer de lo necesario a sus hijos. Otra boca que alimentar significaba mayor esfuerzo. ¿Qué habría sido de la familia con una responsabilidad menos bajo su techo?
Afortunadamente, en ambos casos, la historia acabó bien. Se pagó el costo de la vida con entrega y esfuerzo. Pero, también, podría decirse que siempre fuimos una familia privilegiada, con recursos suficientes, educación y, por qué no, un poco de suerte.
Sin embargo, pensar en los “hubieras” me hace pensar en los tantos presentes y realidades de miles de mujeres alrededor del mundo que no tienen elección, o que, de tenerla, comprometen su futuro o, peor, arriesgan en su vida en pro de una causa legítima. Y es que, a fin de cuentas, legalizar el aborto no implica que haya más, ni que todas las posibles madres deban abortar. Mi abuela tuvo al alcance la opción, al igual que mi mamá, en tiempos donde ni siquiera en la Ciudad de México estaba permitido. Siempre han habido maneras. Pero la clandestinidad —contrario a los supuestos propósitos del discurso que se denomina a favor de la vida—, sólo permite que haya más muertes, las muertes de las madres, de mujeres de todas las edades y condiciones.
¿Que si yo abortaría? Hoy no. Cuando inicié mi vida sexual, tal vez. Pero eso es lo que menos importa. En un mundo ideal, estas preguntas ni siquiera se harían. La gente hablaría de sexo sin pelos en la lengua y los servicios clínicos estarían disponibles. La educación sexual llegaría a todos para que ni un embarazo no planeado ocurriera y de ocurrir, existieron medios válidos, seguros y eficaces para ejercer una decisión con voluntad y plenitud.
Pero no vivimos en un mundo ideal, y ante las carencias del Estado, debería ser éste el que buscara velar por el bienestar de sus ciudadanas.
Puedes encontrar a Tamara Carrillo en Twitter como @Tamcarie.