Una gringa, un lanchero y un tiburón: Vuelve a la vida, de Carlos Haggerman.

Cuando me dijeron que Vuelve a la vida era “un documental sobre un lanchero que se liga a una gringa”, de inmediato pensé en un coctel rebosante de camarones, pulpos, catsup y harto limón. El solo título y la premisa me transportaron a ese momento de los sábados a media tarde, donde la vida es más sabrosa: Me gustan las marisquerías, y más aquellas que enclavadas en la ciudad, con sus muros de panoramas marítimos, junto al aroma salado de mar y pescado, nos sacan un poquito del concreto.

Más allá de la infame saga de La risa en vacaciones o la ficheresca Tres lancheros muy picudos, es extraño que un lugar tan fructífero, tan lleno de historias y anécdotas como Acapulco, no hubiese sido plasmado en la pantalla grande. Si pienso en una cinta contemporánea, sólo puedo recuerdo Drama/Mex de Gerardo Naranjo. Pero del Acapulco clásico, el de Caleta y Caletilla… aquel lugar de ensueño visitado por políticos y luminarias, nada. Bueno, está Fun in Acapulco con Elvis Presley, filmada en 1963. (Curiosamente El Rey, nunca viajó a la locación: sus escenas fueron filmadas en Hollywood y posteriormente truqueadas). Aún así, hay una especie de deuda cinematográfica con el Puerto, que no ha sido explotado lo suficiente.

El director Carlos Haggerman (Los que se quedan, 2008) encontró una historia que lo llevó a Acapulco. ¿Dónde? En una sobremesa, donde abundan las anécdotas y la sabiduría popular. Un amigo llamado John Grillo, le contó sobre un fabuloso suceso que él había atestiguado cuando niño. Su padrastro había cazado un tiburón. Y ese señor, ocurre que era el lanchero que se ligó a una gringa, que venía siendo… la mamá de John.

Haggerman viajó a Acapulco para escribir una ficción sobre la historia real de aquel buzo acapulqueño que, de modo sorprendente, logró matar a un gran tiburón que azotaba al Puerto, por allá de 1975. Al recaudar los testimoniales, Haggerman se dio cuenta estaba ante un asunto peculiar que, si se contaba por medio de una ficción, perdería la calidez y espontaneidad humana: Para un Tiburón, ya estaba Steven Spielberg, y para versiones mexicanas, ya estaba Tintorera (con Andrés García y Hugo Stiglitz). Esta suerte de mito (no urbano, sino playero) merecía ser narrada a cuadro por aquellos que atestiguaron tal hazaña. Personas que fueron parte de la legendaria vida de Hilario Martinez “El perro largo”: una especie de Juan Camaney costeño, bailador, peleonero, mujeriego, vivaracho… que incluso, le enseñó a bucear a Johnny Weissmuller (el primer Tarzán) y también a los Kennedy. Ahí nomás.

Lo naco es chido. Esa es una máxima del arte. Y aquí tenemos la materia prima para encontrar nuestras historias, sin tener que importarlas. ¿Cuántos de estos personajes no existirán en todo México? ¿Y cuántas historias se esconderán tras de ellos? Al extender sus redes, Carlos Haggerman no sólo atrapó a un pez gordo, sino a varios personajes marinos con los que preparó este muy refrescante y rico Vuelve a la Vida: un documental que se desmarca de los cánones y que logra tocar todas las bases de una cinta entretenida: La aventura tipo Moby Dick a la mexicana es sólo la trama principal de la cual se desprenden, sí, el pícaro romance entre una modelo neoyorquina y un vivaz brody; o el drama, cuando se develan cuáles son las consecuencias innegables de una relación tan disímbola: El hijo, John Grillo, y su binacionalidad mexico-americana. También hay un toque de reality show, cuando, durante el mismo rodaje del documental los personajes a cuadro revisar sus memorias respecto a “El perro largo” y con ello, logran perdonarlo y redimirlo (habrá que imaginarse cuántos hijos dejo regados, el muy canijo).

La nostalgia por el Acapulco Tropical también pega fuerte: Más cuando el actual Puerto dista mucho de ser aquel glamoroso destino cosmopolita de mediados del Siglo XX. En el presente, Acapulco está asociado al estilo de vida Mirrrey luismiguelero: Se podrían hacer pelis sobre las bodas en Punta Diamante, un biopic sobre Luismi o bien, acerca del ex portero de la Selección, Jorge Campos. Ahora que, como están las cosas, tendría que filmarse un James Bond o un Depredador que venga a fulminar a los Narcos y al Crimen organizado.

Me quedo con el buen sabor de boca de Vuelve a la vida, que además de docu-drama, evoca postales vintage de Acapulquito, por medio de narraciones de acaloradas viejitas y viejitos dicharacheros, la cinta toca una fibra muy profunda en el espectador, al despertar los recuerdos vacacionales que cada quien guarda en la piel y en el paladar: Varios saldrán de la sala en busca de saciar su antojo, en una marisquería. O bien, correr a iTunes a comprarse unas cumbias, chachachás y danzones, entre las que no debe faltar una versión de “Tiburón a la vista”, por Mike Laure. O de perdis, la de “Pasito Tun, Tun”, para acordarse de La risa en vacaciones.

Texto originalmente publicado en El Fanzine

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