Tokio 2020: protocolo de lo inevitable
Pierre de Coubertin, gestor de los Juegos Olímpicos modernos decía que el “Espíritu Olímpico exalta y une las cualidades del cuerpo, de la mente y la voluntad”. Sin embargo y por primera vez en la historia, el contexto histórico pone un fenómeno que va más allá de los límites corpóreos del ser humano, así como su voluntad.
De a poco, los aros olímpicos abrieron una distancia imposible. El primer aviso fueron los clasificatorios en China. Y mientras el coronavirus trascendía fronteras, los escenarios deportivos, poco a poco apagaron las luces y cerraron los accesos.
Thomas Bach mantuvo la esperanza: “se realizarán”. Todos los días ante los embates del COVID-19 la posición era clara, hasta que la grieta comenzó a notarse y dos palabras rondaron Lausana: prórroga o cancelación.
Los “idus” llegaron en marzo y con apenas el 60% de atletas clasificados, así como los anuncios de Canadá y Alemania (top 20 en el medallero histórico) de que no enviarán a sus respectivas delegaciones en caso de realizarse. Finalmente el Comité emitió un comunicado el 22 de marzo: “se abrirá un periodo de cuatro semanas para analizar el día a día el desarrollo de esta crisis sanitaria mundial y su impacto en los Juegos, incluyendo la posibilidad de aplazarlos”.
Finalmente, Bach y el primer ministro de Japón, Shinzo Abe verbalizaron lo evidente: “Tokio 2020 no iniciará el 24 de julio. Está pospuesto hasta nuevo aviso”. Sin embargo, hay una luz que permite esperar la fiesta, la fecha límite será el verano del próximo año. La expectativa de cada ciclo olímpico se llena con la historia por escribirse y en esta ocasión, sin pebetero, sin antorcha, ni atletas, se escribió lo inédito en el libro de la “fiesta de la humanidad”.
