‘Suspiria’: el cuento de brujas revive musicalizado por Thom Yorke
“¡Tiembla, tiembla!
Las brujas han vuelto”.
Antes de que El Cisne Negro de Aronofsky dejara correr la sangre por el mundo del ballet con su retrato de una bailarina atormentada por la autodestrucción, el director italiano Dario Argento puso primero los gritos y navajas en la coreografía con su policromática —mitad thriller, mitad slasher film— Suspiria de 1977.
La pieza multicolor y sádica de Argento, con bailarinas pueriles de sangre carmesí casi fluorescente, asediadas por un culto de hechiceras en una academia de danza, sirvió de catalizador para el giallo, género italiano que se regocijó en contar historias de misterio y asesinatos cruentos no resueltos, con elementos de erotismo y fantasía, donde la violencia explícita y la sensualidad femenina juegan roles primordiales.
Inspirada en la saturación cromática de El Mago de Oz y Lo que el viento se llevó, Suspiria alcanzó su estatus de culto gracias a su distintivo y vibrante uso del color como elemento atmosférico. Argento eligió mostrar los horrores y la brutalidad sanguinaria bajo reflectores azules, rosados y esmeralda, en vez de ocultarlos en las sombras. Esta notable estética, que suspende la trágica realidad de sus protagonistas entre el ensueño y la locura, sumada a la contraposición de la exquisitez del mundo del ballet con motivos atroces y sobrenaturales, hicieron tanto de Suspiria como de su director, verdaderos íconos del cine de mediados de los setenta y por tanto, precursores de la oleada de asesinos seriales con cuchillos y motosierras que habitarían después en el folclor fílmico norteamericano.
"La mala suerte no viene de espejos rotos, sino de mentes rotas".
Suspiria, 1977
Avancemos en el tiempo 40 años y después de una escabrosa era para el cine de terror en los noventa y principios del milenio, con una sobrepoblación de filmes de baja factura, sustos baratos, tramas escuetas y actuaciones irrisorias, el género parece vivir al fin una revitalización necesaria y dignificante para su industria.
Gracias a un nicho emergente de arthouse horror, con ejemplares como The Witch, It Comes At Night, mother!, Get Out, Raw, Annihilation y más recientemente, Hereditary —así como franquicias comerciales al estilo de The Conjuring—, pareciera que el terror ha abandonado los asaltos superfluos y la tortura pornográfica en favor del suspenso, el tormento psicológico, las narrativas experimentales y actuaciones comprometidas que suman a la experiencia cinematográfica.
Y es justo en medio de este torbellino renacentista y multifacético que llega finalmente la reimaginación contemporánea del clásico de Argento, bajo el mando de su compatriota Luca Guadagnino, una de las mentes creativas más románticas del cine y uno de los lentes más pulcros de la escena actual, director de la recién aclamada Call Me By Your Name.
A finales de abril pasado, la nueva versión de Suspiria causó revuelo en Twitter por las alarmantes y traumatizadas reacciones de la prensa a un clip exclusivo del filme que se mostró durante CinemaCon y que revolvió el estómago de más de uno de los asistentes justo después del almuerzo.
Según el portal IndieWire, la secuencia mostraba una escena de Dakota Johnson en el rol protagónico, bailando para Tilda Swinton, quien encarnará a la directora de la academia embrujada, Madame Blanc, en la nueva versión de Guadagnino. Aparentemente, mientras el personaje de Dakota se entrega al arrojo dancístico, sus movimientos controlan involuntariamente el cuerpo de otra bailarina en un cuarto separado. A cada compás y ademán de su coreografía, la indefensa estudiante responde con horripilantes contorsiones y desfiguramientos que la torturan y retuercen en agonía, sobre un piso lleno de sudor, saliva y orina.
¿Demasiado? Para los asistentes, quizás. No para el director italiano.
El también responsable de I Am Love —también protagonizada por Swinton— ha sido vehemente en su intento de desasir el término “remake” de su próxima reinterpretación de Suspiria:
“Cada película que hago es un paso dentro de mis sueños adolescentes y Suspiria es sin duda el sueño megalómano juvenil más importante que jamás haya tenido. Vi el poster cuando tenía 11 años y luego la película a los 14, y vaya que me golpeó con fuerza. Inmediatamente empecé a soñar con realizar mi propia versión (...) Es más bien un homenaje a la increíble y poderosa emoción que sentí cuando la vi”.
En 2015, Guadagnino finalmente entró al proyecto después de años de especulación y un intento fallido de rehacer el sueño febril de Argento a manos del director estadounidense David Gordon Green, quien mejor nos traerá en octubre de este año otro relanzamiento sangriento con la undécima entrega de la franquicia Halloween.
Aunque por ahora los asistentes de CinemaCon son los únicos que han podido atestiguar la ferocidad y bravura con la que Guadagnino nos azotará el próximo noviembre en Suspiria, la semana pasada se lanzó el primer trailer preventivo, lo que al menos nos anticipa qué tipo de relato tenebrista y perverso tenemos en puerta para otoño.
En el corto de casi dos minutos, nos quedan claras dos cosas: una, que la visión del italiano entorno a la academia de ballet dirigida por brujas estará definida por un aura melancólica, fría y desaturada de encuadres elegantes, y no por la iridiscencia característica de la original. Y la segunda, que el espíritu de la cinta irá sobre el marco actual de highbrow horror, rendido ante el poder atmosférico y sensorial de la banda sonora compuesta por el multifacético vocalista de Radiohead, Thom Yorke (la original también fue musicalizada por una banda icónica de rock, Goblin).
Bajo la rúbrica de Amazon Studios —que también llevó a las salas de cine otro filme de horror pretencioso, The Neon Demon de Nicolas Winding Refn— el adelanto de Suspiria se dedica, desde el primer cuadro, a colocarnos en medio de una personalidad inquietante, seductora y desconcertante. Las imágenes parecen pasadas por un filtro poético de desvanecimiento y laconismo; gestos ataráxicos miran de frente o fuera del cuadro, como en perpetua introspección.
Vemos un resplandor fantasmagórico en la esquina de una habitación, unas manos ancianas unidas en oración, un paisaje campestre y un cartel art decó que enuncia aquel inolvidable apellido que ha de nombrar a la maldad: Markos. También, apenas durante unos segundos, podemos percibir un guiño a la trilogía de Las Tres Madres de Argento (a la que pertenece Suspiria) en los garabatos de un cuaderno. Intercalada entre las tomas, una tipografía voluptuosa y densa, casi monolítica, deletrea “SUSPiRiA” en un rojo acerezado que perfora el fondo negro, en sintonía con los acordes artificiales y estentóreos de lo que deseamos que sea un preview del formidable soundtrack compuesto por Thom Yorke.
"Normalmente, para una película de horror, necesitas orquestas y ese tipo de cosas. Pero Luca [Guadagnino], el director y Walter [Fasano], el editor, me han dejado encontrar mi propio camino. Me han dado tanta libertad como pueden y yo solamente he tenido que encontrar mi lugar en medio de todo eso. Al mismo tiempo, estoy tan fuera de mi zona de confort, que no sé lo que está pasando".
Thom Yorke para la BBC
Cada cuadro del críptico trailer, desprovisto de diálogos o palabra enunciada alguna, bien podría ir directamente a un perfil impoluto y exquisitamente curado de Instagram, lo que sólo refuerza la delicadeza y afán artístico de su realizador. Todo el estilismo y los densos sintetizadores de Yorke parecieran propulsarnos de inmediato a un paisaje nostálgico de antaño, con todo el aire de los setenta, en la esencia pura de El Exorcista, El Resplandor o El Bebé de Rosemary.
Al final, entre un disparo de imágenes de cuerpos levitando, rostros agusanados, espaldas arqueadas y miradas diabólicas, Suspiria nos deja con ganas de que el otoño llegue volando, o mejor, dando fouettés apasionados a la luz del plenilunio.