Si Davy Jones de los Monkees no hubiera gozado de amplia popularidad durante los sesenta, quizá nunca habríamos encumbrado al apellido Bowie como uno de los enormes y casi míticos íconos de la música. Para evitar confusiones, David Robert Jones adoptaría el apellido de un famoso inventor de cuchillos. David Bowie había nacido y se convertiría en sinónimo de innovación, de excentricidad, de modas impuestas, de atrevimiento melódico y de constante metamorfosis. Un camaleón sonoro que ha lucido muchos y brillantísimos colores.
Cuando Low (RCA, 1977) salió al mercado, inmediatamente se produjo un sentimiento mezclado. Las canciones eran cortas. Algunas se sentían pesadas —el mismo Bowie ha dicho que fue un proceso doloroso—. Dejar la cocaína lo es. Muchos criticaron duramente la placa, otros más la amaron y destacaron su atrevido minimalismo. Lo cierto es que, con el pasar de los años, el Low adquirió carácter, aroma y cuerpo —como un buen vino—, y hasta nuestros días, es visto como uno de los ejemplos de la experimentación con armonías.
Hagamos ahora un viaje a principios de los noventa, en donde un joven músico de nombre Bek David Campbell, improvisaba junto a Thurston Moore de Sonic Youth en la estación universitaria KXLU de Los Ángeles, California. Pronto, sus tempranas grabaciones gozarían de rotación radiofónica, para luego adquirir el nombre artístico de Beck y obtener reconocimientos críticos y fanáticos con obras como el Odelay (DGC, 1996) —de la que se recuerda “Loser”— y el hermoso Sea Change (Geffen, 2002).
Regresemos al presente, en donde Bowie causa revuelo por anunciar una nueva producción y Beck goza de un status de respeto musical creativo y al que le brota el deseo de interpretar al genio detrás de Ziggy Stardust.
Surgen cuestiones:
¿Cómo re-imaginar la música de un constructor adelantado a su tiempo?
¿Cómo re-versionar a Bowie?
“Sound and Vision” es una canción que merece ser, como su nombre lo indica, una experiencia sensitiva. La combinación de la música con el deleite visual. La respuesta, al pronunciarse, suena sencilla. El reto es llevarla a cabo de manera magistral y Beck tenía las armas necesarias.
Cuando el maestro de composición musical le dijo a Marcel Borbón —joven estudiante de origen mexicano en la Loyola Marymount University— que Beck estaba reclutando músicos para un ensamble musical, la emoción fue incontenible. Mas aún, cuando supo que la ya mencionada frecuencia universitaria KXLU —donde Marcel trabaja actualmente—, fue de las primeras en transmitir material del "Güero" Beck. Su especialidad es el gamelán, un estilo tradicional de la región de Indonesia —particularmente de la isla de Bali— en el cual se utilizan diferentes instrumentos como metalófonos, xilófonos, flautas y gongs. El que Beck estuviera interesado en el gamelán, hablaba de su ambición para lograr una pieza exquisita.
La presentación conocida como Hello, Again sería grabada —por micrófonos binaurales y cámaras en 360 grados— y dirigida por Chris Milk, lo que significaría un despliegue tecnológico que estaría a la altura del proyecto. El encargado de los arreglos orquestales, sería el padre de Beck: David Campbell, quien lograría coordinar a 167 músicos para re-interpretar a Bowie.
Tres días antes comenzaron los ensayos. Además del gamelán de Borbón, Beck había juntado toda una sección de cuerdas, un coro góspel, 9 guitarristas de metal, una banda de samba, un ‘yodeler’, un intérprete de theremin, mandolinas, erhus —una variedad de violines chinos—, el coro completo de una iglesia, percusiones orquestales, 4 marimbas y una banda de 7 integrantes de funk motownesco, que incluían bajo y guitarras eléctricas, 2 saxofones, trompeta, baterista y percusionista.
Todos estos músicos dispuestos de manera circular, alrededor de su guía ataviado con sombrero y un saco destellante, el grandioso Beck, que con cada movimiento de su mano —como un mago— lograba una explosión melódica de colores bowiescos. La variedad musical era apabullante. Cada pequeño conjunto de ritmos, debía interpretar con precisión su parte y la comunicación era difícil, pero a pesar de los obstáculos que surgen al dirigir un ensamble tan bestial, la interpretación fue mágica. Los elogios llegaron rápido. La emoción fue desbordante. Y los ecos de aplausos globales se siguen escuchando.
Al final, lo que Beck, Marcel y su ensamble dejaron, fue una huella que permanecerá imborrable. La experiencia para un joven estudiante que, algún día, relatará con emoción que fue parte de la historia musical en la cultura pop.Un homenaje a David Bowie a la altura de su legado. Una experiencia sensorial que no sólo nos deja imaginando al sonido y la visión como fenómenos etéreos, sino que los hace tangibles, inolvidables, paladeables y plenamente disfrutables.