¿Primero el diseño, después el humano?
Por Sofía Durán
Uno de los planteamientos más potentes del “Manifiesto ciborg”, de Donna Haraway, es que uno de los constructos con mayor repercusión en nuestro entendimiento de la realidad; es la separación que la ciencia establecía entre lo cultural y lo natural, entre lo orgánico y lo artificial. Para Haraway, estas dicotomías pueden ponerse en entredicho si le prestamos atención tanto a las máquinas que nos rodean y a nuestros propios cuerpos: las máquinas están más vivas de lo que pensamos mientras que nuestros cuerpos son más artificiales de lo que queremos creer.
Un planteamiento similar puede leerse en el libro ¿Somos humanos? Notas sobre una arqueología del diseño del diseño (Arquine, 2021) de Beatriz Colomina y Mark Wigley. Ellos dicen que “las historias de la especie humana son historias de artefactos y de las interacciones de artefactos”. Es decir, lo humano puede explicarse a través de los instrumentos que pertenecen más al reino de lo artificial que de lo orgánico, como pueden ser nuestras casas, los teléfonos que usamos, la ropa que nos define sexual y socialmente. Para los autores, la historia del diseño es la historia de la humanidad en tanto que, a través del diseño, es como demostramos nuestra propia naturaleza.
“Humano es una categoría inestable, incluso un ser inestable. No es un organismo biológico claramente definido”, dicen los autores, lo que los lleva a concluir que el diseño tiene más relación con lo humano, ya que “desde el momento en el que despertamos en la mañana estamos envueltos por diseño con nuestra ropa, nuestros zapatos, el maquillaje que usamos, nuestras gafas, teléfonos móviles, muebles, equipamiento, ordenadores y hasta la pintura de las paredes que nos rodean”.
El texto fue escrito para la tercera Bienal de Diseño de Estambul de 2016, de la cual Colomina y Wigley también fueron curadores. Los capítulos, con títulos como “Diseñando el cuerpo”, “El diseño de la salud” o “Diseño como perversión”, desarrollan cómo es que la arquitectura, el diseño industrial pero también los modelos para prótesis, las computadoras o las redes sociales configuran la imagen de lo que podemos pensar como “humano”. Cuando se aproximan al cuerpo, los autores ahondan en la “intersección entre diseño, medicina y guerra” para hablar sobre las prótesis que proyectaron los arquitectos Charles y Ray Eames –artífices de la arquitectura moderna en Estados Unidos– para distribuirse entre los soldados mutilados de la Segunda Guerra Mundial.
Por otro lado, Colomina y Wigley demuestran cómo, desde la Antigüedad, la arquitectura ha sido una disciplina que ha intentado regular a la salud del cuerpo de manera individual y colectiva. Ya sean con los tratados de Vitruvio o las ideas de Le Corbusier, los autores mencionan cómo los arquitectos han pensado cómo es que las casas que habitamos pueden evitar las enfermedades o, en algunos casos, curarlas. Así, conforme avanzan las páginas, entendemos cómo el cuerpo se hibridiza con los aparatos que diseñamos, al grado de que un solo dispositivo como el teléfono celular almacena nuestras finanzas y registra nuestra cotidianidad.
Para los críticos, el teléfono “se ha convertido en parte integral del cuerpo y del cerebro. Hay más teléfonos móviles activos que personas en el planeta”.
Colomina y Wigley llevan más lejos la afirmación de que todo es diseño, ya que demuestran que lo que nos constituye de manera subjetiva pero también física se encuentra diseñado. Con la publicación de ¿Somos humanos? Notas sobre una arqueología del diseño, la editorial Arquine suma reflexión teórica a su catálogo, además de poner al alcance de los hispanohablantes un título que reflexiona sobre cuestiones de plena actualidad. ¿Acaso no el coronavirus nos llevó a preguntarnos sobre nuestros entornos domésticos y cómo estos podían ser el refugio contra la enfermedad? Y también, ¿nuestra presencia en redes sociales no se confunde, en ocasiones, con el diseño de una personalidad que se tiene que adaptar a las interfaces de las aplicaciones?
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