SKALAR o cómo redescubrir la luz, los espejos, nuestro asombro
Cuando uno piensa en una “instalación artística” quizás acuda a nuestra mente la imagen del cubo blanco de un museo ocupado por alguna estructura pretenciosa por la que puede deambular el público, sin gran resonancia emocional y, generalmente, con la única retribución de una selfie o una foto como memorabilia. Aunque hay algunos montajes que escapan de la trivialidad o la sorpresa volátil (pensemos en Desvío al rojo de Cildo Meireles), la mayoría se mantienen inertes, custodiados, indolentes, cobrando vida solo con el golpeteo de los pasos de los transeúntes y los clics de sus cámaras.
En tiempos recientes, el arte lumínico y el manejo de la luz como instrumento, materia, lienzo o poética ha ido en aumento con resultados que oscilan desde lo convencional y frívolo hasta lo verdaderamente prodigioso. La iluminación ha dejado de ser condicional de escaparates de moda, vanity mirrors o letreros neón para trascender a su propia disciplina de creación. Contener la luz, colorear la luz, dibujar con luz; dominar lo inasible ha sido una de las búsquedas humanas más profundas y significativas, una que se ha decantado en el arte y la tecnología con particular empeño. La luz viste los espacios, los resignifica, redefine sus formas, prioriza, jerarquiza o re-ordena sus elementos. La luz dicta, señala, distingue, acompaña y es capaz de revelarnos los colores en su más pura existencia: vibrantes, directos, sugerentes.
El proyecto multimedia concebido y creado por el artista Christopher Bauder y el músico Kangding Ray, SKALAR, es testimonio claro de todo lo anterior. SKALAR es una fusión de creatividad llevada al extremo; el arte con luz hermanado con la instalación y la rúbrica irremplazable de la música en vivo. Una reconciliación inspiradora y formidable entre arte y tecnología. Tras su residencia en Berlín, el colectivo multimedia mexicano Noiselab y el laboratorio de diseño responsable de SKALAR, WhiteVoid, eligieron México como su siguiente punto de contacto, el primer país en el mundo en presenciar este acontecimiento después de su país de origen.
A diferencia del fenómeno luminoso de Yayoi Kusama, despertado a finales de 2014 en la Ciudad de México y responsable de hordas ansiosas que hicieron fila en el Tamayo para presenciar en carne propia la “Infinity Room” —una reproducción sofisticada y extranjera del Castillo de los Espejos de Chapultepec con chispas de luz en una reflexión interminable—, SKALAR toma los mismos elementos, luz y superficies reflejantes, y los sublima, no sólo a través de su dimensión monumental, que supera los 40 metros de largo y los 20 de ancho, sino de la maestría con la que sus creadores manipulan el espacio, trazan las formas y alteran nuestros sentidos. Aquí no son foquitos y espejos, ni un comedor con “sarampión” de colores lo que necesita de nuestra presencia para cobrar sentido: la obra ya está viva, funcional. Solo nos invita a pasar a su ecosistema, a descubrirla y convivir con ella.
SKALAR es la definición perfecta de dinamismo: 65 espejos circulares se suspenden en el aire a través de finos y sofisticados brazos mecánicos que se tuercen, alargan, acortan o giran en una intrincada, pero siempre elegante coreografía área. Al entrar a la monumental alcoba de SKALAR, el gran salón del Frontón México permanece bañado en una atmósfera de luz roja gracias a un marco de reflectores carmesí que se proyectan sobre el suelo. No sabemos si permanecer sentados o de pie, deambulantes o estáticos. La zona general no es más que la explanada interior del edificio art deco —que funge también como sala de conciertos— sin asientos, con torres robustas dispuestas a lo largo del espacio que sostienen los potentes faros de la instalación, aún apagados. La gente platica cómodamente antes de que SKALAR despierte; circula, se sienta, se para, examina el techo revestido por los espejos flotantes. Finalmente, el monstruo de luz y sonido cobra vida con la primera oscuridad. Absoluta, contundente. Silencio, luego música. Y en palabras bíblicas, fiat lux, y se hizo la luz.
Columnas metálicas laterales con luces a distintas alturas lanzan, cual láseres cósmicos, interdimensionales, “tubos” luminosos que rebotan entre sí, luego sobre el suelo, después, por supuesto, sobre la superficie plateada de los espejos. El fenómeno de la refracción cobra, de pronto, un nuevo uso: el de una viga, vectores arquitectónicos intangibles, vaporosos, que construyen una edificación efímera, pero asombrosa. Líneas perfectas se trazan, perpendiculares, paralelas, en golpes violentos de luz. El sonido aparece unido a la luz desde el origen, un binomio indivisible en esta experiencia auditiva y mutisensorial.
Los espejos circulares finalmente “despiertan”. Sus bordes luminosos titilan, resplandecen, pestañean. La trama metálica que los sostiene suspendidos, colosal como una nave alienígena, pero maleable como la cadencia de una ola, desciende desde su bóveda celeste, a diez metros de altura de nuestras cabezas. Los faros terrestres cobran vida también, verdaderas torres de acero y cables que lanzan sus rayos hacia arriba, infundiendo aliento en los múltiples reflectores que habitan en las alturas. Más rayos, más líneas, más vigas, más red. SKALAR, como ser, como ente, como máquina, canta, canta con los sintetizadores del ambient y el drone salidos de las consolas y las bocinas invisibles.
Por cerca de cuarenta minutos, SKALAR ruge, inspira, asusta, impone. En un punto, los espejos descienden hasta casi el metro de distancia de nuestros rostros. Por supuesto, nos vemos reflejados en ellos: cuello erguido, rostro arriba, confrontados. Es ese ojo siniestro de la Guerra de los Mundos, es ese Ojo que todo lo ve desde una pirámide, ese espejo encantado de los cuentos de los hermanos Grimm o la superficie “fría y de cristal” en la que se refleja el enano de Oscar Wilde.
Aunque suene frívolo, en realidad no existe mejor palabra para describir el suceso que como un espectáculo, puesto que expone, demuestra y asombra. SKALAR es, en su estado más puro, un espectáculo. Una especie de caverna artificial, sintética, pero omnisciente. Un acontecimiento salido de Encuentros cercanos del tercer tipo u Odisea en el espacio.
Cuando los rayos confluyen hacia un mismo punto, un mismo espejo, desde distintos orígenes, pero hacia un solo sitio, como saetas de fuego que impactan sobre una diana de cristal, SKALAR nos revela la estrella de su galaxia, un astro que nos ilumina desde su centro. Nosotros alzamos las manos, con nuestros celulares, o solo la mirada. Se escuchan exclamaciones. Somos nosotros, de nuevo, en nuestro estado más primitivo, asombrados por el Sol.
