Estúpido y sensual ajedrez: el juego de egos

Estúpido y sensual ajedrez: el juego de egos

Foto vía Chess.com

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Al ajedrez merece que le escriban. Ya desde el siglo III a.C. ha acompañado a la humanidad en su increíble travesía histórica. Se jugó en las cortes de Luis XVI y en el Palacio de Invierno. El Ché Guevara lo jugó en la Habana. Actores y músicos más conocidos en nuestra época como Sting, Will Smith y Bob Dylan han caído rendidos ante la seducción del adictivo juego.

Más allá de los textos sobre estilo de juego que se han escrito, el ajedrez tiene una implicación sentimental importante. No es la representación del amor per se, sino un ejemplo de las complicaciones que tiene el individuo frente al complejo arte del amor, como expone Erich Fromm.

Un juego que emula a la realidad, donde el juego se construye con las elecciones de la vida. Previsión, prevención y precaución. Todo buen ajedrecista debe saber dichos preceptos. ¿Acaso no debe ser una máxima en la vida diaria?

Como dijera Maria Manakova, primera gran maestra mundial de ajedrez de origen ruso que se desnudó para la revista Playboy:

“El ajedrez es un duelo mágico, como un juego mágico. Se trata de intuición, comunicación sin palabras”.

El ajedrez también es como la perpetuidad de la lucha de egos.

Existen los que acusan al ajedrez de machista, misógino y exclusivo. Nada más errado puede ser. El ajedrez es un juego de egos en la vida real. Un hombre y una mujer pueden enfrentarse en un duelo y ganará quien tenga más capacidad de intuir las acciones del adversario, justo como en una relación amorosa.

Dicen los radicales que en el ajedrez el Rey es el hombre y la Dama es la mujer, y que ante todo debe protegerse al Rey, inclusive si ello significa sacrificar a la mujer. Responden los eruditos del ajedrez que el Rey representa el ego humano, y que la dama representa la capacidad que tiene cada individuo para preservar su ego.

Foto vía: British Psychological Society

Foto vía: British Psychological Society

El ajedrez como la danza de los egos. Armonía y sabiduría se juntan para consolidar la posición perfecta. Más allá de la fría táctica, la pasión por la estrategia que cada jugador imprime en el tablero, siempre aguardando ganar, dotan al ajedrez de un retrato claro de la personalidad del jugador.

Dijo Anthony de Mello:

“El Ajedrez, como el amor, como la música, tiene la virtud de hacer feliz al hombre.”

Y no escribo estas líneas sin sentir lo que suscribo, mi experiencia personal confirma la tesis: gracias al ajedrez encontré el amor.

En la vida como en el ajedrez, las decisiones son indispensables y siempre resultan indispensables. La cuestión no es jugar o no jugar. Ya estás jugando. Lo importante es cómo vas a jugar las piezas del tablero… en el ajedrez y la vida.

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