Quizá no sea tan famosa como Los Desastres de la Guerra, pero Los Disparates resalta por ser una de las colecciones más personales del pintor español Goya. Comúnmente se cita a Goya como un artista eslabón entre el arte antiguo y el moderno, pues sus trabajos reflejan un grado de intimidad no común en una sociedad regida por el mecenazgo, el encargo y no tanto la intimidad. Mientras esta personalidad es reflejada en Los Desastres de la Guerra por tratar un tema mucho más evidente y de una manera comprensiva —aunque no por eso menos brutal o visceral—, Los Disparates toma un enfoque opuesto. Si Los Desastres de la Guerra es un tratado de la crudeza en la realidad, Los Disparates es un tratado sobre lo descarnados que son los sueños, la ficción, lo siniestro y lo desconocido.
Cuando uno observa Los Disparates, es difícil distinguir todas aquellas cosas que uno rápidamente trata de ver —más allá de lo evidente— en una obra artística: tema, mensaje, símbolo, comentario, etcétera. La técnica es clara y, como de esperarse, habilidosa, pero someter a estas obras a un análisis sería exigirles más de lo que ellas pueden o están dispuestas a otorgar.
Los Disparates parece ser una oda a diversos elementos, desde las festividades y los juegos hasta los conceptos de monstruosidad y pesadilla. Si Goya trató o no de comunicar un mensaje de contundencia social o de crítica política es irrelevante, pues Los Disparates están más enfocados a la interioridad, a la íntima conexión que el espectador tiene con el arte. Si hay significado o no lo hay no es importante, lo importante es cómo manifiesta su sentir el espectador. La provocación es uno de los elementos clave, pero es manejado con destreza bajo la tutela del maestro, sin necesidad de caer en lo barato y en el valor del shock.
La exposición se encuentra en el Museo Nacional San Carlos y estará ahí hasta finales de noviembre.