“¿Alguien me recomienda un contador que sea relajado más no irresponsable, honesto y amigable?” Posteó hace una semana en Facebook mi colega Llorch Medina, dedicado a la locución profesional. Y es que en esta semana trágica del año –la última de abril– es cuando sabemos de qué están hechos nuestros contadores. Es el momento en que nos acordamos de su existencia y asistimos con ellos con la urgencia de un paciente al que le duele la muela, y visita al dentista en busca de un labor prodigiosa: de ellos no esperamos que nos quiten el síntoma, sino que realicen una labor cosmética en la que encubran nuestras caries y picaduras fiscales, realicen extracciones y maquillen algunas manchas, para poder mostrar al Sistema de Administración Tributaria (SAT) nuestra mejor sonrisa. Extrañamente, asociar el oficio de los contadores con el de los dentistas resulta en una buena analogía: a través de casi 20 años de ser un pequeño contribuyente, he aprendido que el contador no está ahí para hacer milagros en un solo día. Menos en la mera jornada en que la sala de espera está repleta de causas perdidas. Hacer el registro de ingresos y egresos, así como solicitar facturas y archivarlas correctamente, es un ejercicio que se hace a diario. Tanto así como lavarse los dientes después de cada comida, los impuestos se deben llevar diario. O mínimo hacer un corte de caja cada fin de semana: abandonar esa labor o confiar en que el contador vendrá a subsanarla, es vivir en un cuento de hadas. Nadie es más responsable de pedir una constancia de retención o bajar una factura digital, que uno mismo. Es una cuestión de salud (financiera).
“En este mundo sólo hay dos cosas seguras: la muerte y pagar impuestos”, sin otro derrotero, este 30 de abril seguí la máxima de Benjamín Franklin y cumplí con mi obligación como ciudadano. Hice mi Declaración Anual del ejercicio 2014, y me salió como si me hubieran sacado una muela. “Declarar conviene”, reza el slogan publicitario del SAT. Y así, con la promesa de obtener una devolución del SAT, había justificado hasta la factura de las croquetas del gato y entregué mis cuentas al contador para que él se adentrara en el intrincado laberinto económico: sólo él conocía los misterios y recovecos del siempre cambiante castillo kafkiano que es la Hacienda ¿Será que nuestro sistema de rendición de cuentas llegara a ser tan fácil como usar el e-mail o llevar un perfil de Facebook? Sólo así llegaríamos a esa imagen del sueño americano en donde uno puede auto-declarar, sin ayuda de profesionales. Y sólo así, se podría lograr que un juan-de-a-pie contribuya con sus pequeñas aportaciones para el (supuesto) bien de la Nación.
Uriel Waizel @uriw es jefe de contenidos musicales de ibero 90.9, y actualmente está en paz con el SAT (y también con su dentista).