Helena Varela 20 de Marzo de 2016
Las cárceles son el mejor espejo de una sociedad, porque reflejan exactamente lo que somos y lo que podemos llegar a ser.
Reflejan lo que somos, porque de acuerdo a los sistemas actuales de impartición de justicia, son el resultado de que las personas a veces no cumplen con las reglas, de que no siempre las relaciones sociales funcionan armónicamente; pero un buen sistema de justicia debiera garantizar que quien acaba en los centros penitenciarios es precisamente quien comete faltas graves. Así aparece la cárcel como castigo y prevención… Pero claro, estamos asumiendo que hay un buen sistema de justicia, en donde paga el que ha cometido la falta y la presunción de inocencia es indiscutible; y estas condiciones difícilmente son imaginables en un México donde el 98% de los delitos queda impune, pero en donde las cárceles están saturadas, en condiciones de hacinamiento y marginación.
Por otro lado, las cárceles reflejan lo que podemos llegar a ser, porque a través de este sistema que implica la reclusión hay una idea de reinserción, de que quien ha cometido el delito, pueda volver a integrarse a la sociedad, de forma pacífica y sin que necesariamente reincida en las faltas cometidas. Esta idea de cárcel como prevención y disuasión nos hace pensar en espacios con la capacidad de ir más allá de la reclusión, y pensar en la educación en el sentido más integral de la palabra. Pero si el espacio determina la manera en que puede darse esta reinserción, poco podemos esperar de los centros penitenciarios en México, centros en donde prima el hacinamiento, la falta de condiciones mínimas de salubridad o de un mínimo de calidad de vida. El nivel de degradación, el trato indigno y desigual que reciben las personas (cómo olvidar las selfies de quienes tienen su fiestecita con todo tipo de sustancias, junto a las imágenes lacerantes de quienes tienen que compartir una celda para cuatro personas con cuarenta), nos habla de escenarios en donde no hay gobierno y la única ley es la del más fuerte.
No debiéramos pensar que las cárceles es un problema de delincuentes, que no nos atañe como sociedad, que es un problema secundario que nada tiene que ver con la vida fuera de ellas. Repito: las cárceles son el mejor espejo de una sociedad, porque reflejan exactamente lo que somos y lo que podemos llegar a ser; y lo que somos es una sociedad corrupta, excluyente, violenta, que denigra y humilla, sin importar que se viole, se maltrate, se golpee o se asesine; somos una sociedad que no se inmuta ante el hecho de que “el otro” tenga dormir paradas con los brazos amarrados a los barrotes para no caerse, o en cuclillas sobre los excusados. Somos una sociedad que vive presa de su propia indiferencia.
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