De premios y maldiciones: Alt-J y su Mercury Prize

Por Alanis Moon En la inmensidad de premios lanzados a diestra y siniestra, hay uno que porta la bandera británica y que suele generar alta expectativa sobre los demás: el Mercury Prize.

Gestado en tiempos de decadencia para los BPI Awards (ahora conocidos como Brits), sería una alternativa innovadora. Las bases para su evaluación parecían fáciles: se otorgaría al mejor álbum del Reino Unido e Irlanda, sin más categorías que atomizaran la decisión; los encargados del veredicto serían músicos, productores, figuras de la industria y gente con conocimiento especializado en el ámbito. Un único galardón para todos los géneros. La panacea a la crítica dañada por intereses particulares y otros aspectos.

Si bien prometía ser un referente de calidad, poco a poco fue ganando fama de favorecer—irónicamente—a los que menos oportunidades de ganar aparentaban. Aún así su voz e impacto serían notorios en ventas y apreciación musical. No obstante, con el paso del tiempo otra idea surgiría en torno a dicho premio; una “maldición”—dicen las malas lenguas— que caía sobre los laureados.

Si se remonta a la década de su creación, Suede perdería la chispa que cautivó a la crítica luego de su homónimo debut ganador de 1993; Portishead estuvo a punto de esfumarse luego de Dummy (Mercury Prize 1995); Pulp jamás recuperó la gloria de Different Class (Mercury Prize 1996); Roni Size—ganador de 1997—dejó de hacer música; Gomez nunca logró consolidar una reputación sólida con las masas; Talvin Singh—ganador de ’99—fue despedido por su disquera. Más recientemente, Speech Debelle—¿qué quién es? Pues nada menos que la poseedora del Mercury Prize del 2009—, renunció a su disquera (Big Dada) acusándolos de mala distribución de su álbum, lo que derivó en malas ventas. ¿Maldición, mala suerte o coincidencia?

En septiembre fueron anunciados los nominados para el 2012. Richard Hawley, Plan B, Django Django, Field Music, The Maccabees y—los favoritos en las apuestas—Alt-J. El vigésimo aniversario del premio más prestigioso del Reino Unido.

Fecha: 1º de noviembre Lugar: Roundhouse Music Venue. Camden, Inglaterra. Presentadora: Lauren Laverne Redobles, por favor. “The winner of the 2012 Barclaycard Mercury Prize is…ALT-J!” Algarabía. Aplausos. Sonrisas.

 

 

¿Qué llevó a un cuarteto de geeks universitarios en Leeds—cuyo nombre (∆) es la combinación de teclas para la letra griega “delta” en una Mac— a ser acreedores del anhelado Mercury Prize? An Awesome Wave (Infectious Music, 2012) es el disco que muchas bandas experimentadas esperan realizar. Es una coexistencia armoniosa de instrumentos que no es común en el álbum primogénito de las bandas.

Las primeras dos pistas del disco dejan claro que se avecina algo distinto. “Intro” funge—como su nombre lo indica—como el umbral que hay que atravesar. El pasadizo sonoro de texturas brillantes y electrónicas que, de repente, se detiene,dando paso a “(Interlude 1)”. El segmento a capella deriva en la primera verdadera sorpresa de la “asombrosa onda”. “Tessellate” una canción que suena conocida pero diferente. Utiliza las fórmulas probadas de muchos grupos ingleses, artimañas electrónicas para crear la carretera por la que se paseará la voz. Esa voz.

Algunas veces, en el planisferio melódico pareciera existir una máquina capaz de recrear la misma voz en centenares de bandas emergentes; en el caso de Alt-J, la voz—que canta sobre triángulos y metáforas nerds de actos sexuales— no se escucha a menudo. “Breezeblocks” continúa la travesía y es entonces cuando los tintes wildbeasteanos y bombaybicyclecluberos se logran distinguir a plenitud.

Después del segundo interludio, “Something Good” vuelve a la imperturbabilidad.Es una levitación de amable pero incitador sonido. Las sutilezas sexuales no sólo sepresentan en las letras, las mismas canciones disparan feromonas. Quizá es el disco after-passion perfecto.

 

 

“Dissolve Me”, “Matilda”, “Ftizpleasure”, todas aparecen para empezar a sospechar que bien se podría tratar de un álbum conceptual. La presencia de interludios y de un sonido variado pero constante en el que la voz sirve como juntura que cohesiona toda la obra. No hay cambios bruscos de estilos. Seguimos en el mismo paseo o en el mismo abrazo con alguna pareja. El final es inminente y “Taro” emerge como indicador—¿feliz?— de que hemos concluido satisfactoriamente el trayecto. Un álbum con grandes canciones por sí solas, pero que tienen un impacto mayor al tocarse en conjunto; hay que pisar cada mosaico sonoro de la bella escalinata esculpida por el cuarteto.

En un futuro ¿Qué pasará con Alt-J? El potencial está allí. Se ve que los muchachos son educados—véanse sus letras y el discurso de aceptación del Mercury en el que agradecieron principalmente a sus padres— y que musicalmente saben y tienen los recursos para crear música de calidad. Es muy temprano para asegurarles un camino brillante, pero los atisbos de grandeza en An Awesome Wave, hacen pensar que conocen el antídoto para no caer malditos.

 

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