Desde Río de Janeiro, Brasil.
Un avión con mexicanos. Así el fútbol. Un viaje del Hemisferio Norte al Hemisferio Sur. Así la Selección, ¡la tuya, la mía, la de todos los mexicanos! Así La Pasión Que Nos Une.
La Llegada es vía Sao Paulo hasta el Aeropuerto Internacional de Río de Janeiro. Hace falta un par de vistazos para saber, al alcance de cualquiera, que es sede de un mega-evento de alcance internacional. Voluntarios por aquí, señalización en el piso, carteles por allá.
¡Llegamos a Río de Janeiro! El año nuevo de 1502 el navegante Gaspar de Lemos arribó a la Bahía de Guanabara. En el portugués antiguo, a las bahías se les denominaba ríos. Su nombre es una derivación: Bahía del mes de enero.
¿Taxi o autobús urbano? ¿120 reales o 13 reales? La primera disyuntiva de una ciudad inédita a nuestro conocimiento. Nos decantamos por la segunda opción. Un autobús cómodo, ¡lástima que nos tocó de pie! Pues ¡qué más da! Nos sentamos encima de nuestra maleta.
Los brasileños son de fácil conversación. Un detonador y arranca el diálogo. Le pedimos que nos indicara el descenso del camión en un lugar cercano a nuestro hotel. El trayecto fue largo.
Recorrimos el centro histórico. La Biblioteca Central y el Museo de Bellas Artes sobresalen. En otras épocas, nos dice el acomedido anfitrión del trayecto hacia nuestro destino, fue el centro político. Río de Janeiro fue capital de Brasil. Cuando expandir el país, más allá de sus costas, fue un reto demográfico y político, el núcleo capital se trasladó a Brasilia, construida por el célebre arquitecto Oscar Niemeyer.
El aeropuerto Santos Drumond es de uso local. Sus columnas también lucen imágenes de la Copa Confederaciones. Está enfrente de una plaza pública y en pleno centro de la ciudad. Ya no se ven terminales aéreas en tal situación geográfica en ninguna megalópolis.
A nuestra izquierda se divisaban algunas bodegas marítimas. Antiquísimas y solitarias. Al parecer serán derrumbadas para darle una mejor vista a la ciudad.
Entre puentes subterráneos y agrestes relieves, pasando por Flamengo y Botafogo, al fin arribamos a Copacabana. Unas cuadras bajo un sospechoso chubasco. Empapados en nuestras habitaciones. El sol palideció muy pronto, eran las seis de la tarde y la oscuridad se había apoderado del horizonte carioca.
El lugar común de la gastronomía brasileña son las espadas. La picanha es el alfil de los cortes de estas tierras. Comimos y lo comprobamos. La comida sabe mejor en su lugar de origen.
En el restaurante también nos encontramos con unos mexicanos. Acá abundan.
Y mañana, en el Maracaná, ni para qué les digo.
El #PasaporteAdidas será eso. Un viaje sensitivo por Brasil, por el fútbol, por los mexicanos que viajan miles de kilómetros por ver rodar el balón.
¡Hasta mañana!