Y así, el aire se perfumó del primer sonido en el tiempo. Las voces entretejidas en el agua besaron a las piedras con su sal. Nace la raíz de la creación que siempre estuvo y no se contempla. Se talla en los genes el mito cosmológico del sueño terrestre.
Los griegos dieron el nombre de cosmos a la acción de ordenar; es lo contrario al caos. La palabra “paracosmos” es la unión del vocablo del orden creador con el prefijo para, que se refiere a todo aquello que traslapa las fronteras de la realidad. Es un espacio que se crea en la infancia para sobrellevar el peso del mundo real, como el País de Nunca Jamás. “Inside our sanctuary, where we can get away. A place to run and hide“ Ernest Greene murmura al oído del mundo en “Paracosm“, pista homónima del segundo álbum de Washed Out.
Greene es el hipnotista que prefiere experimentar tocando una cítara en un jardín de flores tropicales manchadas de lagartijas y camaleones. Con una voz líquida y brillante de ecos tiende la mano para que el oyente se recueste en el pasto y vuelva a sentirse uno consigo mismo. “We’ll head out for a long ride, sun is coming out now“ . Los ojos se abren entre arpas y sintetizadores en la segunda pieza del álbum “It all feels right“; huele a pasto y a sol de veranos empolvados de tiempo.
El hilo con el que se teje el sazón de Paracosm es prácticamente el mismo con el que Tame Impala hizo Lonerism. No posee una directa marca de nacimiento que le identifique como música retro o de la era psicodélica, pero no se puede evitar quedarse con ese sabor a flor del mal al escuchar esta nueva ola de introspección cinestésica.
La regresión apenas comienza. “Don’t Give Up“ abre el diálogo con el recuerdo de un primer ligue, que aún despierta las más pequeñas mariposas en el estómago. Un ritmo sintético y juguetón es el trasfondo de todo aquello que nunca se le pudo decir a un primer amor.
Alas azules y traslúcidas de la psique elevan la conciencia sobre el mundo, dejando atrás las hormonas y la carne. Un finísimo hilo plateado se ancla al cuerpo mientras “Weightless“ le acaricia los párpados al viajero astral. Es la música que suena en el radio de la Lucy que vuela entre diamantes.
El trance finaliza; al despertar se es más viejo y nuevo en saber. El mundo es conquistable. La noche es eterna y el ritmo lo marcan huesos tatuados con tulipanes tornasol. Todo lo que se conoce tiene sabor a amor. Lo que se tradujo a medias en Mylo Xiloto de Coldplay suena cristalino y brillante en una sola canción, “All I know“.
El siguiente ejercicio es de un suspiro primario; suelta entre beats lluviosos y agridulces un último y primer deseo de la humanidad: ser feliz. Pide, sin conseguir, alguien con quién huir de regreso al mar. Cantan en eléctrico coro medusas bioluminicentes que se dedican a tomar a gracia la desdicha del ser humano.
El conejo blanco pasa corriendo y no hay más remedio que seguirle. Adentro. Más y más adentro del país de las maravillas se vive en la hora del té. Es cálido, es eterno. Ahí es seguro y familiar. Entre los dedos entumecidos se siente otra mano. Es tiempo de subir, de despertar. En un frenesí líquido se cae entre sueños y sábanas, con el corazón en la garganta. “Falling Back“ posee el de las luces de noche que zumban en el parabrisas al manejar a toda velocidad; a pesar de que la letra exclama el despertar abrupto del sueño más lúcido, el ritmo es alegre, ansioso incluso. El despertar, aunque turbulento, acaba feliz.
A pesar del aparente balance sonoro de “All Over Now“, se detectan a lo lejos el verdadero latir de la canción en una perfectamente caótica explosión. Después de un viaje a través de la creación de la mente humana, no se encuentra más de lo que ya se sabía y simplemente quedó en un recuerdo arrumbado. La realidad apaga un cerillo en el núcleo de este mundo. Duele…muchísimo. En un llanto en cámara lenta se incendia ese universo que no logró contestar nada, a pesar de su infinita riqueza y novedad nostálgica.
http://youtu.be/A8G6s1S0bDg