tUnE-yArDs se escribe así, entremezclando minúsculas y mayúsculas. Como un niño de secundaria escribiendo la más vergonzosa de las cartas de amor. Curiosamente, Tune-Yards (por fines prácticos, en esta reseña se escribirá de esa manera) se suscribe a esta analogía pueril de manera muy precisa: sus canciones son como una especie de jugueteo infantil, pues combinan géneros y estructuras musicales de diversas partes del mundo en un modo experimental. Sin pena, este dúo basado Oakland se ostenta sobre una noción personalísima de pop —disonante y desvergonzado— al igual que una creación musical sumamente particular, como si quisieran satisfacerse a ellos mismos nada más.
Desde w h o k i l l (2011, 4AD), e inclusive antes con BiRd-BrAiNs (2009, Marriage Records), Merril Garbus y Nate Brenner (aunque la mayor parte de la composición la realiza Garbus) han establecido una atmósfera rítmica sumamente orgánica y palpable, pues cada una de sus composiciones se puede fragmentar en un inicio para luego traslaparse y perderse entre loops y tamborazos. Es decir, a pesar de todo el rigor exacto y el cuidado expresado en sus capas musicales—desde percusiones a sintetizadores o voces— hay una excelsa verbena llena de candor y cadencia. Esta visión de pop propositiva y destructiva, al mismo tiempo continúa su vena en Nikki Nack (4AD, 2014).
Según el diccionario Merriam-Webster, knicknack significa un artículo pequeño, usualmente usado para ornamenta. Algo inútil, pues. Partiendo de esta definición, donde prima lo que adorna, esconde y no tiene utilidad, Nikki Nack es un recorrido social a través de un país podrido por dentro y se dedica a la pretensión —muy bien atinado que, para hacer esta crítica, Garbus ocupe elementos musicales no endémicos de los Estados Unidos. El álbum toma su nombre de la canción “Left Behind”, donde aparece un personaje creado por Garbus llamada Nikki Nack, la cual ejemplifica la terrible sociedad que ha vendido “the fucking land of the free” [la pinche tierra de la libertad] al mejor postor. Dicho esto, Nikki Nack tiene un evidente punto focal en la población estadounidense y su glorificación al consumo y la posesión de bienes.
Aunque este puede considerarse el enfoque principal del disco, los temas líricos varían y Nikki Nack parece más bien tomar lugar en las adversidades. En “Find a New Way”, por ejemplo, Garbus retrata una especie de crisis identitaria, mientras “Wait for a Minute” habla de las nimiedades que suceden en un día laxo de creatividad y lleno de procrastinación, todo en el marco de una balada dulce. No obstante, la noción de crítica y transgresión es elemental, pues se inmiscuye en varios cortes. “Why Do We Dine On The Tots?” es una graciosa sátira —con obvias alusiones a Jonathan Swift y su ensayo A Modest Proposal— en donde el infanticidio y el canibalismo otorgan una crítica mordaz y ácida. Otro ejemplo notable es “Real Thing”, donde hay una burla al concepto de “mantenerlo real” y sus pretensiones, mientras “Hey Life” se ocupa de subrayar lo absurdo, pero placentero, que resulta vivir y perseguir metas.
Si bien la cuestión lírica no sólo es variada sino gratificante, probablemente puede verse eclipsada por el bullicio. De una manera casi barroca, Tune-Yards esculpió una obra musical con mediciones precisas y alusiones perfectamente genealógicas. Desde Nigeria hasta el Caribe pasando por Asia tienen una referencia bien medida dentro del álbum. “Water Fountain” combina varias capas de percusiones antillanas acompasadas en diferentes tempos. Por su parte, “Hey Life” es una curiosa composición que mezcla afrobeat, ritmos haitianos y muchísima sabrosura en las adaptaciones contemporáneas de estos géneros —ya sea con sus armónicos sintetizadores o su ensamble vocal hecho a base de loops.
A pesar de que priman las referencias costeñas, éstas no son las únicas que tienen cabida en esta oda a la anti-complacencia. “Sink-O” combina elementos de rap con sus típicas percusiones barrocas, mientras “Wait For a Minute” y “Left Behind” transmiten una vibra funk tanto en la batería, como con las melodías de sus bajos pesados y sintetizadores chonchos. Al final, la canción “Manchild” resulta en una excelente pieza de hip hop combinada con dura crítica en la letra sobre la violación y feminidad.
Como una carta de amor adolescente llena de faltas de ortografía, adornos con brillantina y escrita con plumas fuente rosadas (la carta de amor más trashy imaginable), Nikki Nack ofrece una propuesta de mal gusto y perforación auditiva, la cual no busca la aprobación, sino la exploración genuina, la búsqueda individual. En cuestiones de forma dan una impresión inmadura: ya sea con su imagen llena de colores chillones, una enérgica pero poco complaciente voz, su combinación de mayúsculas y minúsculas o su música sumamente juguetona y pegajosa, superficialmente pueden parecer infantiles y molestos; sin embargo, en el fondo, demuestran un conocimiento exhaustivo de ritmos complejos e internacionales, presentados de una manera pop convencional que no parece repetitiva, más bien se renueva con cada canción diferente.
El disco físico del extracto lo pueden encontrar en la Roma Records, que se encuentra en Álvaro Obregón 200, Colonia Roma. Para más información visiten su sitio web: laromarecords.com