Beck no es un camaleón. Él es un prisma transparente por donde se vea: aunque experimente con géneros diametralmente diferentes, siempre estará impreso en sus materiales el sello de un güero folkero con una imaginación hiperactiva que salió del mero melting pot de Los Ángeles. El trabajo que lo consolidó como uno de los compositores más importantes de su tiempo, Sea Change (Capitol, 2002), ya se ve lejano en el retrovisor y provocaba entre sus fanáticos constantes suspiros de nostalgia y desesperación. Sí, este hombre no ha dejado de publicar música como desquiciado, pero aún así se extrañaba el folk destilado que Beck sabe hacer mejor. Morning Phase es la respuesta a ese clamor generalizado que parece tener su epicentro en el propio cuerpo de Beck. Este nuevo álbum marca el lanzamiento de estudio número 12 en su carrera. Beck ya se la sabe: las entradas y las salidas de la industria, lo que triunfará en las listas de popularidad (Guero) y lo que se volverá un experimento de nicho (Song Reader). Gracias a esto, es claro que Morning Phase es primariamente un ejercicio psicológico de renovación. Hace algunos años, Beck sufrió un accidente espinal que le dificultó cantar durante las grabaciones de Modern Guilt (2008). En 2014 y ya recuperado, Beck luce una calma y serenidad que no había encontrado cabida en un álbum entero.
Morning Phase es un disco bonito. “Cycle” anuncia en 43 segundos lo que está por venir: sonidos atmosféricos, melodías simples y una regresión a los procesos más básicos de la naturaleza. Una vez más, Beck se olvida de sus revueltas letras y arreglos de rompecabezas y se deja llevar por los ciclos, las olas, las fases lunares y los latidos del corazón. Entrega sus versos casi con bostezos satisfechos, se cobija con armonías de cuna y contempla con mucha paz su entorno inmediato. Este álbum cauteriza las heridas gentilmente y abre el paso a la reconstrucción.
Ausentes están los hits para Billboard, las melodías pegajosas que terminarán en Rock Band. Morning Phase es un oleaje de sonidos airosos que apenas logran materializarse y, por eso, es muy difícil distinguir una canción de la siguiente. Aquí no hay un amplio rango emocional; se siente una energía zen que procesa de la misma manera una declaración de soledad (“Blue Moon”) que una bienvenida a la luz matinal (“Waking Light”).
Hay dos maneras de escuchar Morning Phase: completito, de principio a fin, tirado en el pasto y respirando de la manera más lenta que el cuerpo permita, o espolvoreado, una canción aquí y tal vez otra al rato, para que las melodías cobren más fuerza por sí solas y no se pierdan en un mar de meditación y buena onda. Mientras Sea Change era una luna menguante, llena de devastación y sufrimiento, Morning Phase es la luna creciente que anuncia que todo saldrá a flote. Hay algo muy reconfortante en acompañar los procesos más personales de un artista del tamaño de Beck, hasta llegar al punto más radiante de su vida. Tal vez no sea el disco más aclamado por la crítica, o no gane veintisiete premios Grammy… Morning Phase es un honesto y transparente testigo de la tranquilidad espiritual de Beck, y no se le puede pedir más.