Lo primero que vemos (más o menos) es un hombre, de traje, de fondo: un atardecer de tonos rojos, naranjas y rosa, aquel blanco que pinta a toda Grecia, el sonido del mar. La persona: Nikos Kazantzakis, el eterno viajero, el que busca. Nació en 1883, en Heraklion, Creta. Su apellido Kazantzakis (que deriva de la palabra turca kazanci) significa “el que fabrica y/o repara”. Kazantzakis consideraba que el novelista era una persona que, si “estaba realmente viva, debía de sufrir y preocuparse al ver la realidad”. Veía al novelista como un luchador, capaz de cambiar a las personas y al mundo para bien, o, en otras palabras, de repararlo. Kazantzakis llevó, toda su vida, su nombre en alto. Podríamos llamar a Kazantzakis un “escritor” pero la verdad es que era mucho más que eso. Su trabajo trascendía el de un narrador, o el de un poeta que conjura imágenes de belleza. Es verdad que usaba estos dos medios para plasmar sus ideas (y más, como la crónica de viaje) pero no buscaba entretener; podemos decir que Kazantzakis buscaba respuestas, ante la vida y ante la figura del humano. Kazantzakis concebía a la literatura como una forma de herramienta, una manera para el ser humano de trascender; una vía para la vida.
Lo podemos ver en Zorba, el griego (considerada una de sus novelas más importantes) con el narrador que deja atrás su vida repetitiva y cansada cuando conoce a Alexis Zorba, un personaje ecléctico. Aquí se habla de la búsqueda del porqué de la existencia, el amor hacía la naturaleza y los placeres frugales (como el sonido del mar), y, en especial, el amor a vivir la vida. O igualmente en La última tentación de Cristo, donde se narra el final de la vida de Cristo. En esta historia, Jesús es tentado por el diablo a bajar de la cruz y tener una vida normal, lo cual hace, aunque al final abandona este sueño y cumple su misión de morir crucificado. Aquí Kazantzakis habla sobre la espiritualidad, lo religioso y sobre el dolor del hombre al tener que escoger entre una vida de lucha (de trascendencia espiritual) al contrario de una vida de comodidades y placeres vanos. Por esta novela, Kazantzakis fue excomulgado de la iglesia ortodoxa griega, aunque él nunca dudó de su espiritualidad y su religiosidad, y nunca tuvo miedo de decir lo que albergaba su alma.
Fue nominado para el premio nobel de literatura en 9 años diferentes, aunque nunca lo obtuvo. En 1957, cuando el premio lo ganó Camus, este mismo dijo que Kazantzakis lo merecía mucho más que él. El 26 de octubre de 1957, Nikos Kazantzakis, después de haber emprendido su último viaje a China y Japón, murió en la ciudad de Freibur, Alemania, de leucemia. Su tumba se encuentra sobre una de las murallas que rodea Heraklion, su epitafio dice “No espero nada, no temo nada, soy libre”.