Hasta el domingo 1 de febrero, Arizona sólo ha recibido dos veces el partido por el Trofeo Vince Lombardi, mismas que sólo ha necesitado para pasar a la historia como sede de la crema y nata de los Super Bowls con dos rivalidades intensas que nacieron en éste mítico partido.
Super Bowl XXX: Sun Devil, sun.
Ubicado en medio del campus universitario de Arizona State, el Sun Devil Stadium recibió en la edición 30 del Super Bowl un viejo clásico de la NFL con los Vaqueros de Dallas y los Acereros de Pittsburgh. En los 70’s, los Steelers se llevaron dos trofeos de campeón a costa de los Cowboys, primero en el Super Bowl X con las acrobáticas manos de Lynn Swann y en el Super Bowl XIII con otras manos, las de Jackie Smith, que no pudieron amarrar el título para la estrella solitaria.
“No es lo mismo los Tres Mosqueteros que veinte años después”, dice el dicho que más allá de la broma literaria se presenta como una sentencia, al menos en esta ocasión, para los Steelers.
Los Cowboys ahora son la potencia de la década con un bicampeonato en los últimos tres años, Troy Aikman, Emmith Smith y Michael Irvin le regresaron el brillo a la única estrella del cielo en Irving, Texas, mientras que Pittsburgh llegó a su primer “Super Domingo” en casi dos décadas con un joven Bill Cowher en los controles del equipo de los tres ríos, un #36 que comenzaban a apodarle el “camión” y un mariscal de campo que necesariamente es recordado con cariño en Heinz Field.
Si bien el contexto era otro, el partido fue muy similar a los anteriores: una batalla clásica de vaivén constante en el marcador. Hasta que, como en toda historia, un villano que nadie quiere ser aparece y O’Donnell, QB de Pittsburgh, sentenció las aspiraciones de su equipo en el último cuarto y así, Dallas ganaría el que hasta ahora es su último título. La añoranza de los fanáticos vaqueros sigue remitiendo a ese 27 de enero de 1996.
Super Bowl XLII: Final gigante.
Doce años después, de nuevo la potencia de la NFL se enfrentaba a un rival de poco cartel, en teoría incapaz de vencerlo. En teoría.
Los Patriotas de Nueva Inglaterra eran la representación gráfica del faro de Boston, ambos iconos de la cultura estadounidense. Tom Brady y Bill Belichick ganaron tres títulos en los seis años pasados y se presentaron con la oportunidad de hacer historia para ganar el cuarto, pues en toda la temporada regular, los Pats sólo conocieron victorias y ningún equipo les había podido hacer frente.
En la otra parte, los Gigantes de Nueva York regresaron al Super Bowl por primera vez desde la edición 35 donde perdieron estrepitosamente con los Cuervos de Baltimore, aunque ahora con Tom Coughlin e Eli Manning como el eje de los neoyorkinos.
No tan lejos de Phoenix, las apuestas en Las Vegas se convierten en doctrina para los conocedores y noveles en el resto del globo. Los profetas de pronto utilizan momios y lineas como evangelio. Sin embargo, a veces hay otros planes en el oráculo deportivo.
Con la ventaja 14-10, los Gigantes comenzaron una de las más irónicas series ofensivas en la historia del Super Bowl, misma que culminó primero con la famosa “atrapada del casco” de David Tyree en una vital tercera oportunidad y por supuesto, con Plaxico Burress en las diagonales sentenciando la hasta entonces temporada perfecta de los Patriots. Y así, se selló la victoria más improbable en la historia de la NFL.
El romanticismo deportivo lo nombra como poesía épica, los expertos lo llaman un “juegazo” y los aficionados como el momento que jamás olvidarán. A final de cuentas, la historia fue la misma y la expectativa de continuar con esa línea, que además nos quite el trago amargo del Super Bowl pasado, nos pone a la expectativa de que podamos tener otro juego para entender la mística de éste juego que es tratado como todo, menos como juego.
Omar García