Para la gente religiosa, la Semana Santa siempre ha sido tomada como un tiempo de descanso para la reflexión por la muerte de Jesucristo. Esta fecha litúrgica tiene como antecedente la Pascua judía, recuerdo del éxodo del pueblo de Israel a su salida de Egipto hacia la Tierra Prometida. Una lectura que se relaciona con ambos fines es Las puertas del paraíso (Universidad Veracruzana / CONACULTA, 2016) del polaco Jerzy Andrzejewski (1909-1983) -y traducida por el mexicano Sergio Pitol- quien analiza las consecuencias de una peregrinación medieval y su vigencia en el presente. Una lectura necesaria, aunque el lector no sea un cristiano devoto.
Las puertas del paraíso, publicada por primera vez en 1959, hace alusión a un hecho histórico y a una obra literaria anterior. La primera es una historia popular, cuya veracidad se discute aún hoy en día, que habla de una peregrinación de niños franceses hacia Jerusalén, con fines de liberarla de los turcos infieles, en la Edad Media.
Las fuentes de la época coinciden en contar el terrible destino de este desplazamiento masivo de gente, pero difieren en el modo en que la empresa se vio truncada. Ya fuera por el ataque del hambre, la enfermedad y los desconocidos territorios durante la peregrinación; el rapto por parte de vendedores de esclavos; la decepción al ver que el mar no se abrió frente a ellos para llegar a Tierra Santa; o por el naufragio del barco que supuestamente los haría llegar a su objetivo.
Por otra parte, aunque literariamente se han hecho varias referencias a esta leyenda, Andrzejewski retoma una obra en particular, no solo por la anécdota sino por la forma de narración. La cruzada de los niños del francés Marcel Schwob es una serie de monólogos, escritos en el siglo XIX donde la ficción sirve para darles voz a distintos personajes que vieron pasar el éxodo infantil o tuvieron noticias de él. Un leproso, un goliardo, dos papas, etcétera, reflexionan sobre el evento y emiten sus pensamientos sobre el bien y el mal, el amor, la piedad, entre otras nociones de orden religioso.
El monólogo es retomado por el autor polaco para Las puertas del paraíso, pero renovado en un ejercicio de experimentación formal, ya que la novela consta de sólo dos párrafos: uno que se extiende a lo largo de ochenta páginas y el segundo de apenas cinco palabras. Dentro de este enorme párrafo, cuya única puntuación es la coma, los dos puntos y los signos de interrogación, se concentran las voces y hechos de cinco niños peregrinos y un anciano clérigo que sirve como confesor de los infantes.
La historia comienza cinco domingos después de que partiera el peregrinaje hacia Jerusalén y, al mismo tiempo, el último día de la confesión general a la que ha llamado el clérigo, pues en un sueño se le reveló el fin de la procesión en forma de dos solitarios niños internados en el desierto. El padre lo toma como un mal agüero, por lo que decide investigar entre la caravana algún desperfecto espiritual que no permita liberar el sepulcro de Jesucristo.
Cada confesión de los cinco niños originarios de la aldea de Cloyes relata su vida antes y después de la revelación que tuvo Santiago “el hallado”, y recientemente conocido como “el bello”, causante del movimiento religioso en el que ahora van a la cabeza. Una vida campesina que da un giro gracias al siguiente mensaje:
Dios todopoderoso me ha revelado que frente a la insensible ceguera de los reyes, príncipes y caballeros es necesario que los niños cristianos hagan gracia y caridad a la ciudad de Jerusalén en manos de los turcos infieles, porque encima de todas las potencias de la tierra y el mar sólo la fe ferviente y la inocencia de los niños que puede realizar las más grandes empresas, tened piedad de la Tierra Santa y del Sepulcro solitario de Jesús
Estas palabras sirven de excusa para que cada peregrino vaya detrás de sus intereses sentimentales, carnales y pocas veces espirituales. Dicha orden divina carece de sentido para ellos, pues “aunque las conozcamos de memoria dudo que las comprendamos” dice Roberto el molinero, quien emprende el viaje porque ama a la joven Maud, quien ama a Santiago, el identificado como elegido y en el que recaen todo tipo de anhelos y esperanzas.
Por ejemplo, Alesio Melisseno ve en su líder religioso una posibilidad de pureza, condición que se le ha negado desde el momento en que se convirtió en el objeto de deseo de su padre adoptivo, el caballero Ludovico de Vendôme, conde de Chartres y de Blois, y quien le heredó dichos títulos al momento de su muerte.
La confesión de Alesio es, sin duda, la más álgida e interesante de Las puertas del paraíso, ya que cuenta cómo el conde Ludovico mató a sus padres en una masacre sin sentido, lo adoptó como penitencia y con la confianza de que su inocencia sería el vehículo para conseguir el objetivo de toda su vida: liberar el Santo Sepulcro de los infieles.
Sin embargo, esa inocencia es mancillada por el mismo conde al sentirse atraído sexualmente por Alesio, a quien posee por primera vez en el baño (“ni siquiera tuvo que decir: desnúdate, pues estábamos en el baño y yo estaba desnudo”) e intentar colmar su deseo carnal sin éxito, pues siempre terminó con un sentimiento de culpa:
pero cuando todo había sucedido yo no me sentía feliz, sólo me hallaba saturado de una voluptuosidad hasta entonces desconocida y tenía deseo de renovarla, pero no era feliz, porque entonces comprendí que no me amaba, deseaba solamente mi cuerpo, yo sé que él también lo sabía, aunque trataba de engañarse y me dijera que me amaba, pero al decir eso mentía, porque solamente deseaba mi cuerpo, deseaba el amor, pero no sabía amarme, lo único verdadero en él era el deseo insaciable, sé que a veces, cuando me tenía entre sus brazos, decía que me amaba, pero pensaba: todo es en vano, no sé amarlo ni sé vivir sin él, y yo pensaba, cuando después de saciarse de mí intempestivamente me abandonaba, yo pensaba entonces: soy su propiedad, su objeto, por eso prefiere despreciarme en vez de despreciarse, lo odio, pero me odio también a mí mismo por responder con docilidad a sus deseos, esto me produce placer y cuando experimento el placer no sé amarlo, por eso me odio, yo sabía que además del mío buscaba otros cuerpos y los obtenía, pero después volvía a mí y yo, aunque supiese que iba a llegar a mí, caliente aún del calor de otro cuerpo, lo esperaba
Los cinco niños, o adolescentes, de Las puertas del paraíso van en busca de una forma de amor desconocido que lo divino aún no puede saciar, aunque ellos mismo sean los representantes de esos valores espirituales; tal vez por ello, Alesio diga al inicio de su confesión que Dios, el Dios amoroso del Nuevo Testamento, no existe. Esto convierte el éxodo infantil en una ilusión, una mentira que mantiene viva la esperanza, pues bien lo repite el clérigo confesor varias veces a lo largo de la novela, “no es la mentira sino la verdad la que extingue la esperanza”.
El último párrafo de cinco palabras que corresponde al final de la novela es “Y caminaron toda la noche”. En retrospectiva, esta frase representa todo el movimiento infantil, mientras que esa enorme frase de ochenta páginas sin puntos simboliza su base ideológica y moral, que es, después de todo, una mentira que llena de esperanza a quienes la siguen.
Tanto el conocimiento de la leyenda como el sueño del clérigo, advierten al lector del fracaso inminente de la peregrinación. Por otra parte, Andrzejewski escribió su novela como una metáfora de los drásticos cambios políticos que vivió su natal Polonia después de la Segunda Guerra Mundial. De este modo, el autor expone los problemas de la fe ciega a los líderes de cualquier orden, que se levantan como figuras mesiánicas, y cuyos verdaderos intereses son vedados a sus seguidores comunes, dejando abierta la pregunta sobre el destino de cada desplazamiento político, religioso o intelectual en el mundo. ¿Estamos caminando hacia nuestro propio fin? Un cuestionamiento que se mantiene vigente pero que es poco analizado.