Aunque digan que madre sólo hay una, las hay de distintos tipos, al grado de poder asegurar que hay tantos modelos como madres. Por lo mismo, el tópico de la maternidad en la literatura es amplio, ya que los orígenes familiares han servido de inspiración para toda clase de artistas.
Esta no es una lista de “libros que podrías regalarle a tu madre”, ya que como se dijo en el párrafo anterior, cada una de ellas es distinta y al generalizar con un gusto, temática o género literarios en particular cortaría la visión de la diversidad materna. La amplitud del tema obliga a recordar distintas piezas escritas, por lo que esta recopilación de autores a partir de distintos cuentos y poemas pretende acercar al lector a este asunto femenino desde un punto de vista crítico y que invite a la reflexión. Esto sin dejar de lado la parte amorosa y, en cierta medida, tierna.
1. “Del oficio de madre” de Abigael Bohórquez
El paso del tiempo le ha dado a Abigael Bohórquez (Caborca, Sonora, 1936 – Hermosillo, Sonora, 1995) el lugar que merece como uno de los más grandes poetas mexicanos del siglo XX. Sin embargo, la mayor parte de su vida la vio en la sombra del ninguneo y censura editorial a causa de su obra, que tiende hacia la política de izquierda y, sobre todo, por su abierta homosexualidad. Hasta hace unos años, su obra se difundió en internet o en antologías de escaso tiraje y nula distribución.
Un tópico presente en sus primeros poemas es su madre, a quien le dedica varios versos en los que la exalta y agradece por haberlo criado aun siendo madre soltera. El rechazo y estigma por parte de la sociedad de su tiempo, hizo de Bohórquez un poeta que alzó la voz en busca de justicia para los marginados por razones económicas, políticas o sexuales.
https://www.youtube.com/watch?v=ZHmXJVhZRro&t=8s
En el poema “Del oficio de madre” compara a esta figura con la del obrero explotado y mal pagado, al que se le culpa de los peores males de la sociedad, a pesar de que son quienes sostienen el mundo de las personas que los desdeñan y violentan. Este es un poema provocador para todas aquellas madres que llevan a cuestas todo el peso de una familia y nunca han sido reconocidas, valoradas o recompensadas.
“Del oficio de madre” (Fragmento)
Madre,
si para ti no fue el sol,
si no fue hecho a tu alcance el mar abierto,
si sólo para ti fueron las sobras,
el mar cerrado al mar y el desaliento,
si para ti no fue libado polen
ni para ti fue el pétalo nocturno,
alza los puños,
junta a todas las madres de la tierra
y también haz el paro,
organiza motines,
cierra el útero amargo con tus manos
y levántate en armas.
Del oficio de madre
pueden decir cosechas malogradas:
oficio mal pagado,
con réditos monstruosos cobrados cada aurora,
sin ganancias,
con egresos de partos y de ojeras,
con ingresos de cal y desencantos,
oficio siempre en quiebra,
sin lugar a la luz, silla sin prórroga,
con altos intereses de mordidas y pólvora,
oficio alfiletero de paredón y ahorcado,
de pateada tiniebla.
El poema es parte del libro Acta de confirmación (1966), que recientemente fue recuperado por el académico Gerardo Bustamante, y publicado por la UACM en 2015, junto con Canción de amor y muerte por Rubén Jaramillo y otros poemas civiles de 1967. Una gran oportunidad para saber más de este gran poeta antes olvidado. Puedes leer el poema completo aquí.
2. “Feliz cumpleaños” y “Lazos de familia” de Clarice Lispector
La literatura brasileña del Siglo XX fue una de las más propositivas de América Latina gracias a la figura de escritores como Jorge Amado, João Guimarães Rosa, Nélida Piñón y Clarice Lispector, escritora que migró a su escaso año tres meses de edad del territorio que hoy es Ucrania hacia Brasil.
Como lectora de la neozelandesa Katherine Mansfield, la también novelista retoma en gran medida el papel de la mujer en la sociedad liderada por la masculinidad. En su primer libro de cuentos, Lazos de familia (1960), varios de sus personajes principales son amas de casa o seres relacionados con la maternidad, mientras que el contexto es la vida en familia.
A nivel anecdótico y de acciones sus historias son simples, pero con un trasfondo donde el amor se hace presente en su forma más pura, es decir, violenta. Por ello, la escritura de Lispector es simbólica, ya que nada es dicho explícitamente, sino a través de descripciones de la experiencia y palabras clave donde el evento narrado se eleva como un momento de quiebre, revelación y ampliación de la visión del mundo de sus personajes, y quienes, en la mayoría de los casos, no saben lidiar con lo nuevo que se les muestra.
En primer lugar, está “Feliz cumpleaños”: toda una familia se reúne para celebrar el cumpleaños número 89 de la gran matriarca, pero más por obligación que por gusto. Esta mujer, desde el lugar principal de la mesa, contempla con desprecio a sus hijos y sus respectivas parejas, sin saberse explicar cómo ella siendo alguien tan fuerte pudo concebir hijos tan débiles, mientras que el único que le causaba orgullo, el hijo que daba los discursos, está muerto.
Todos los personajes se saben en una situación incómoda, donde lo más importante es llevar la apariencia del festejo a su final, sin poder mirar de frente su propia incapacidad para dar y recibir amor. Este flujo suprimido de los sentimientos da como resultado el silencio, un silencio ceremonial y de respeto por la madre y que sirve de defensa al posible contagio de la violencia amorosa, que se vuelve destructiva cuando no corre. “Feliz cumpleaños” es un título irónico, ya que rebaja la situaciones familiares a un trámite burocrático y la celebración obligada, que no acepta riesgos, termina con un “Hasta el próximo año”.
Por otra parte, “Lazos de familia” cuenta el último día de visita de una madre a su hija casada. Durante su camino en taxi hacia la estación de trenes, el estribillo “¿No me olvidé de nada?” por parte de la madre es el olvido de ambas consanguíneas, pero no de una maleta o algún objeto físico, sino de saber comunicarse más allá de lazos familiares.
También a Catalina le parecía que habían olvidado algo, y ambas se miraron atónitas, porque si realmente algo habían olvidado, ahora ya era demasiado tarde. Una mujer arrastraba a una criatura, y la criatura lloraba; nuevamente sonó la campanilla de la estación… Mamá, dijo la mujer. ¿Qué cosa habían olvidado decirse una a la otra?, y ahora era demasiado tarde. Le parecía que un día debían haberse dicho así: Soy tu madre, Catalina. Y ella debería haber respondido: Y yo soy tu hija.
Los cuentos de Clarice Lispector resultan desgarradores porque a pesar de que no hay una explicación clara de lo sucedido, pareciera que le hablan al subconsciente, y éste capta los roces e incapacidades de relacionarnos y aceptar las responsabilidades y pérdidas del amor entre congéneres, creando así una serie de sentimientos contradictorios en el lector, sin la necesidad de exponer una lección, moraleja, sentencia o solución. Sólo el retrato, lo cual resulta más impactante porque no se sabe cómo reaccionar después de ello.
El libro Lazos de familia se puede conseguir individualmente en la edición publicada por El Cuenco de Plata en 2010, o en la colección Cuentos reunidos (2011) de la editorial Siruela.
3. “Andamos huyendo Lola” de Elena Garro
El pasado 2016, el nombre de la mexicana Elena Garro resurgió entre los lectores a causa de su centenario. Ese mismo año hubo un episodio bastante desagradable con la editorial española Drácena y su edición de la novela Reencuentro de personajes, cuando anexaron un cintillo en la portada que decía “Mujer de Octavio Paz, amante de Bioy Casares, inspiradora de García Márquez y admirada por Borges”, como si el valor literario de Garro estuviera basado en su relación con distintos hombres escritores y no en su propio trabajo.
La sombra de Octavio Paz ha acompañado y acompañará a la autora de Los recuerdos del porvenir, pues tras su divorcio con el poeta, éste la acosó y puso algunos impedimentos para que algunas de sus obras no vieran la luz; esto a causa de los celos artísticos que el autor de Libertad bajo palabra tuvo de su esposa, como llegó a comentar la hija de ambos, Helena Paz Garro. Aunado a estos celos, un artículo periodístico publicado en 1968 donde la escritora mencionó a distintos escritores e intelectuales como responsables del movimiento estudiantil, la hicieron blanco de la persecución política por muchos años al grado de vivir en el exilio.
El libro de cuentos Andamos huyendo Lola (1980) puede ser visto como una obra biográfica, ya que todas las narraciones abordan la huida constante de la señora Lelinca y su hija Lucía (que recuerdan el dúo Elena-Helena) desde distintas perspectivas y momentos. El cuento que da título a la obra es el más extenso y narra la estadía de estas dos mujeres en un edificio de refugiados y marginados en la ciudad de Nueva York. La situación en la que viven los personajes principales resulta kafkiana, pues sólo se sabe que huyen de un ente extraño, sin rostro ni nombre, pero que se presenta latente en cada acción o persona con la que interactúan.
Dentro de dicho edificio, los vecinos que visitan el estudio donde viven Lelinca y Lucía prestan su amistad y consejo a causa de la delicada salud de la hija, pero siempre con reservas y sospechas, un lugar donde no se puede confiar en el otro. Esta paranoia entre los habitantes crea un ambiente de tensión en el que la única resolución a los problemas de ambas es cómo seguir huyendo, todavía con el temor de que la ayuda prestada no sea una trampa.
El frío produce la nostalgia de las chimeneas y de las confidencias. También el frío le recuerda a los perseguidos que alguna vez tuvieron casa y en su memoria brotan duelas brillantes, mesas puestas, conversaciones y personajes risueños que fueron ellos mismos antes de convertirse en pedigüeños de papeles, y permisos para sobrevivir en aceras barridas por los cuatro vientos.
Andamos huyendo Lola vio la luz en 1980 en las imprentas de la editorial Joaquín Mortiz, y actualmente se consigue en el volumen Cuentos completos que recopiló el narrador y crítico literario Geney Beltrán Félix para Alfaguara, con motivo del centenario de Elena Garro.
4. “Madre” de Ted Kooser
Ted Kooser es uno de los poetas norteamericanos vivos más sobresalientes. El estilo de su poesía mantiene un tono conversacional, pero con ciertos giros metafóricos que desequilibran el discurso y lo enriquecen, ya que gracias a ellos se les presta vida a objetos inanimados para hacer del poema un pequeño mundo propio.
La década pasada, su trabajo poético fue altamente valorado al ser nombrado Poeta Laureado de los Estados Unidos en los periodos 2004-2005 y 2005-2006, así como ser merecedor del Premio Pulitzer de Poesía en 2005 por su libro Delights and Shadows (Cooper Canyon Press, 2004). Dicha obra llegó al español gracias a la editorial Pre-Textos bajo el nombre de Delicias y sombras, en una excelente traducción de Hilario Barrero.
https://www.youtube.com/watch?v=KPOYk976UKE&t=18s
En varios poemas de Delicias y sombras, Ted Kooser repasa la historia familiar a partir de objetos y momentos que constituyen su memoria y persona. La entonces reciente muerte de su madre, Vera Kooser, es un tema que retoma en más de una ocasión, pero que concentra de manera enternecedora y agradecida en el poema “Madre”. Sin lugar a dudas, el mejor del libro.
Madre
Abril ya mediado y los ciruelos silvestres
florecen en medio de la carretera, un blanco encaje
contra el verde exuberante y jubiloso
de la nueva hierba y el negro polvoriento
y marchito de las cunetas requemadas. Los árboles no tienen hojas todavía,
sólo las delicadas flores con pétalos de estrellas,
dulces con sus perfumes eternos.
Hoy hace un mes que te fuiste
y te has perdido tres lluvias y una larga noche
con aviso de tornados. Me senté en el sótano
de seis a ocho mientras las gruesas nubes de primavera
daban volteretas retumbando hacia el este. Luego diluvió,
una tormenta que caminaba con piernas de relámpagos,
arrastrando su vientre desgreñado sobre los campos.
Las golondrinas han vuelto y los pinzones
cambian su plumaje de verde a oro. Los dos gansos de siempre
han venido al estanque este año,
graznando sobre los árboles y salpicando.
Nunca anidan, se quedan dos o tres semanas
y después se van. Las peonías están crecidas, los rojos brotes
ardiendo en círculos como velas de cumpleaños,
porque éste es el mes en que nací, como bien sabes,
el mejor mes para nacer, gracias a ti,
todo preparado para estallar con vida.
No habrá más pijamas de franela
cosidos en tu vieja Singer negra, no más tarjetas de cumpleaños
escritas con una letra temblorosa, pero formal.
Me preguntaste si me entristecería cuando esto ocurriera
y estoy triste. Pero los lirios que me traje de tu casa
ahora sostienen en los puños secos y polvorientos de sus raíces
cuchillos y tenedores verdes como si esperaran la cena,
como si la primavera fuera un festín. Te doy las gracias por eso.
Si no fuera por cómo me enseñaste a mirar
el mundo, a ver la vida activa en todo,
tendría que estar solo para siempre.
Otros grandes poemas que retoman la figura materna son “Pearl” (donde Kooser visita a su tía Pearl para informarle la muerte de Vera), “Vajilla de los años de la depresión” y “Un tarro de botones”; mientras que en “Padre” y “Zenith” la figura paterna se hace presente. Delicias y sombras es un libro sin desperdicio.
5. “Ella, mi madre” de Esther Seligson
Esther Seligson (autora ya antes mencionada en #LiteraturaFuckArt) veía la impresión de un nuevo libro como el cierre de un ciclo. Al enterarse de la afección cardiaca que le quitó la vida, comenzó a juntar sus papeles esparcidos que dieron pie a varios volúmenes de escritos inéditos. El primero de ellos fue Cicatrices, de 2009, último publicado en vida, y que significó su regreso al relato corto después de 13 años sin mostrar algo nuevo en ese género.
Dentro de este libro se encuentra “Ella, mi madre”, relato donde la autora habla sobre los últimos 120 días de su madre y cómo empezó a despojarse de sus posesiones materiales. Este mismo texto también fue utilizado para abrir su póstumo libro de memorias, Todo aquí es polvo —ganador Premio Bellas Artes de Narrativa Colima 2011—, y que se ve complementado por “Ella, mi hermana” y “Él, mi padre”.
Este relato comienza con la frase “No sabría decir exactamente cuándo comenzaron a desnudarle el alma”, retomando ciertas tradiciones en las que se dice que el Ángel Guardián se aproxima días antes del deceso, “para no sobresaltar ni crear angustias”. Sin embargo, para Seligson el ángel de su madre se acercó poco a poco para irle desprendiendo el alma y así, cuando llegara el momento de partir, no hubiera complicaciones. Y, según la autora, el alma de su madre se veía reflejada en los pequeños objetos que recolectó a lo largo de su vida, todo tipo de chucherías cuyo “inventario llenaría más páginas que las del directorio telefónico con todo y Sección Amarilla”, y de los que se fue despidiendo en esos 120 días.
No, no sucedió así textualmente: yo escuché sin el menor lugar a dudas cómo el mecanismo de su corazón fue haciendo cada vez más pausados los golpes de sístole y diástole cual péndulo de reloj —imagen que viene muy a punto dado que mi padre era relojero y, en ese momento, en otra habitación de la casa, totalmente ajeno— hasta que se detuvo el vaivén con un simple “trac” claro, preciso, sexo. Ni espasmos, ni estertores, ni siquiera un suspiro. Creo que dejó de respirar mucho antes de que el corazón cesara de latir, pues el hálito de vida, ése que llaman alma, ya se había seguramente integrado a su origen divino y dentro de la osamenta sólo quedaba el vacío, la roca de Sísifo detenida en la cresta de la montaña, ingrávida.
En librerías, actualmente se encuentra Cuerpos a la deriva (Cuadrivio Ediciones, 2016), una nueva edición de Cicatrices sin la segunda parte, que está integrada de textos híbridos y de carácter aforístico. Por el momento, se puede leer completo “Ella, mi madre” aquí.
Por otra parte, Esther Seligson escribió en 2004 un libro experimental llamado Simiente, como catarsis tras la muerte de su hijo Adrián, quien se suicidó en el año 2000. Esta obra desgarradora, potente y complicada puede conseguirse en la colección Negro es su rostro / Simiente del Fondo de Cultura Económica, donde se recopilaron todos los libros de poesía de Seligson.