En 2015, ONU Mujeres realizó un estudio a las mujeres de la costa de Bangladesh para determinar los efectos del cambio climático en sus vidas. De entre sus hallazgos destaca que una de las principales preocupaciones de las mujeres que dedican su vida al cuidado del hogar es la obtención de agua potable, ya que deben acarrear tres o cuatro cántaros de aluminio al día desde lejanos pozos alimentados por reservas acuíferas en el subsuelo. Analizar la situación actual en Bangladesh permite dar cuenta de que la inequidad de género limita la capacidad de las mujeres para responder y adaptarse a los desastres naturales que han comenzado a suceder a raíz del cambio climático.
Cabe mencionar que Bangladesh es uno de los países más vulnerables en lo que se refiere al cambio climático, pues su cercanía al mar ha elevado dramáticamente la salinidad en los manglares de su costa. Así, el aumento de inundaciones producto del derretimiento de los polos, ha vuelto inutilizables enormes cantidades de agua. Lo cual impide a la población realizar labores de limpieza personal y del hogar, además de provocar enfermedades como preclampsia e hipertensión. Esta situación vuelve al agua potable en Bangladesh un recurso escaso y precioso, realidad contraria a la que plantea el reconocimiento del derecho al agua de la ONU.
A partir del ejemplo de Bangladesh podría pensarse que las áreas que más corren peligro ante el cambio climático son las cercanas al océano. Sin embargo, los efectos de este fenómeno ya son evidentes en nuestra Ciudad de México.
Como es bien sabido, a principios del siglo pasado se construyó el Gran Canal al oriente del Valle de México, aprovechando la pendiente geográfica natural en esta dirección para dirigir las aguas negras fuera de la ciudad. En su momento se pensó que esta magna obra hidráulica pondría fin a siglos de inundaciones.
Sin embargo, la desecación de los antiguos lagos, el entubado de los ríos y el predominio del cemento sobre porosas áreas de ‘suelo de conservación’ que permitirían reabastecer los mantos freáticos, generó un acelerado e irregular hundimiento de la ciudad. Así, el aumento de la extracción de agua del subsuelo, ha vuelto inestables miles de viviendas y ha provocado graves problemas de salud, sobre todo dentro de las zonas más vulnerables de la megalópolis.
A modo de ejemplo, a partir de los desbordamientos de 2000, 2010 y 2011 ocurridos en el Canal de la Compañía, Edgar Gaytán Ramírez, doctor por la UNAM, analizó a un grupo de habitantes del Valle de Chalco Solidaridad para determinar la relación entre sus niveles de estrés y el riesgo de padecer otra inundación. Sus hallazgos revelan que los elevados niveles de tensión están relacionados a las condiciones de vulnerabilidad social y ambiental de esta área. La incertidumbre e indefensión que ocasiona vivir en un entorno adverso da lugar al estrés crónico, tanto en temporada de lluvias como en secas.
Lo anterior resalta que las vulnerabilidades más grandes de la ciudad se han visto especialmente expuestas a partir de que han comenzado a prolongarse los meses de sequía y a ser más intensa la temporada de lluvias. En este sentido, no puede dejarse a un lado que el cambio climático ha acelerado las crecientes tensiones sociales.
Así como el aumento en el nivel del mar podría devastar la infraestructura construida por el gobierno de Bangladesh para frenar el proceso de salinidad de sus aguas, el hundimiento de la ciudad ya ha tenido graves efectos en la Estación de Bombeo Ecatepec, acondicionada en 2007. El hundimiento actual del canal, con respecto a su planeación original, es de 1.82 metros; lo cual vuelve mucho más difícil movilizar las aguas negras fuera del Valle.
Estos datos permiten ver que en realidad no hay infraestructura alguna con capacidad para reciclar aguas negras a gran escala y recolectar el agua de lluvia en nuestra ciudad. Esta conclusión se apoya también en el hecho de que el 40% del agua potable se bombea desde zonas de reserva distantes, proceso en el que son necesarias enormes cantidades de energía y en el cual se pierde un 40% del total a través de fugas y ordeñas ilegales.
Resulta desgarrador observar que en un valle donde antes el agua era abundante, ahora necesita de miles de millones de litros que recorren kilómetros de tubería para cubrir las necesidades de otros tantos millones de personas.
No obstante los esfuerzos de abastecer de agua a la Ciudad de México, alrededor del 20% de sus habitantes no cuenta con agua corriente, lo que les obliga a pagar pipas de agua. Mireya Imaz, directora de un programa de estrategias para la sustentabilidad en la Universidad Nacional Autónoma de México, afirma que “El agua se convierte en el centro de la vida de las mujeres en lugares donde hay un problema de abasto grave”. Frase que demuestra que también en nuestro país, el abastecimiento de agua en los barrios más desprotegidos es un asunto que deben resolver las mujeres.
Tal es el caso de Iztapalapa, donde muchas familias se ven obligadas a gastar gran parte de sus ingresos para obtener nimias cantidades de agua, en muchas ocasiones no del todo potable. Dentro de este contexto, las mujeres se ven especialmente afectadas por ser el cuidado del hogar una tarea asignada dentro de su rol de género tradicional. Al volverse responsables de obtener este recurso para el hogar, se vuelven muy cercanas a los problemas políticos y urbanos que circundan la repartición de agua; además de volverlas más propensas a sufrir enfermedades físicas derivadas de la escasez de este preciado líquido.
Quizás hasta ahora, para muchos otros habitantes de la ciudad, el cambio climático no ha sido percibido con tal magnitud gracias a que aún gozan de agua corriente en sus hogares. No obstante, sus efectos en la vida diaria de millones de mujeres ya son evidentes, no solo en Bangladesh, sino también a unos cuantos kilómetros de distancia, al oriente de la capital. En ambos casos, la respuesta de las mujeres ante los fenómenos naturales vuelve evidente que la desigualdad social está cercanamente relacionada a la vulnerabilidad ambiental.