La película de la semana: Once Upon A Time In Hollywood
Foto via: Animal Político
Quentin Tarantino es, desde su debut como director con Perros de Reserva (1992), un cineasta con un estilo propio y una mirada personalísima.
Su selecta filmografía, que hoy llega apenas a nueve largometrajes -y que, según dijo él mismo recientemente tal vez no pase de diez ya que los grandes directores no tienen mas de una decena de buenas películas-, es una muestra de una sólida cinefilia y de una colección de citas y referencias a cintas clásicas y sub productos de la serie b y la cultura popular.
Justo en ese tenor, y siguiendo la estela de sus propios pasos la nueva cinta del otrora niño terrible del cine indie norteamericano, es un compendio de lugares, títulos y personajes del pasado que conforman un álbum personal de su infancia y sus recuerdos.
En un Hollywood que está a punto de ser asaltado por una nueva generación de jóvenes que privilegiarán al director sobre el sistema de estudios y las estrellas como el centro del negocio dos amigos, Rick Dalton, un actor en decadencia, y Cliff Booth, su doble de acción convertido por azares del destino también en su asistente, sobreviven la llegada de la televisión y los cambios que se avecinan. Mientras tanto, a la casa de junto, en la glamurosa calle de Cielo drive, se mudan un exitoso director europeo llamado Román Polanski y la bella actriz en ascenso Sharon Tate que acaba de casarse con él.
De esta casualidad, y de la pérdida de inocencia que significó el final de la década de los sesenta para la vida pública en los Estados Unidos y el mundo en general, tratará la nueva cinta de un Tarantino que da muestras de una calma y ritmo poco común en sus entregas anteriores.
Y si bien es justo decir que no faltan en Había Una Vez en Hollywood la acción, el humor negro, unos diálogos retorcidos y algo de violencia explícita vale la pena recalcar que las dosis parecerían las mas moderadas de todo la carrera del director.
Tal vez lo mas sorprendente resulte una sensación de añoranza por una época y un lugar que ya no existen aderezada con esa recurrente estrategia narrativa de un autor que suele cambiar la historia para recordarnos que, casi siempre, el cine es mejor que la vida. En ese sentido, y sin caer en spoliers innecesarios, me gusta mas el final que propone Tarantino para Sharon Tate y sus acompañantes en la noche del 9 de agosto de 1969 por encima del destino real que hoy sabemos les esperaba.
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