Escribir es abrir los ojos para que otros despierten. Lo que la historia olvida, la Poesía lo recupera y resucita, hace que la luz vuelva a iluminar las sombras. El silencio ya no es una opción. Tenemos las palabras y son muy claras:
¡Ya basta! ¡Vivos se los llevaron! ¡Vivos los queremos!
Carta por Ayotzinapa (Berenice Huerta, et.al.), noviembre de 2014
Indiferente ante las tribulaciones y peripecias de los seres humanos, la Tierra mantiene su ritmo impertérrito y sosegado. El lunes 26 de septiembre de 2016, la rutina y la cotidianidad acaparaban las banquetas atestadas de oficinistas y transeúntes; premura, inmediatez y monotonía. El olor a comida se esparcía por el aire, arriba el cielo acallaba el llanto, las nubes lucían claroscuros que en una extraña casualidad serían el preludio y telón de fondo para la puesta en escena que se comenzó a desarrollar en las inmediaciones del Ángel de la Independencia.
Mujeres y hombres de todas las edades y condiciones sociales se dieron cita debajo de uno de los monumentos más representativos de la mexicanidad, el motivo no fue el soso triunfo de un equipo de fútbol, tampoco fue una celebración insustancial, más bien fue un ejercicio de memoria colectiva y exigencia de justicia: la conmemoración del segundo aniversario de la desaparición de 43 seres humanos, estudiantes de la Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, Guerrero.
Rostros adustos, contemplativos, casi taciturnos, no por ello exentos de risas esporádicas y atronadoras que surcaban el paisaje citadino, la heterogeneidad era el común denominador del bloque de la sociedad civil presente. Primero fueron cientos, con el paso de los minutos fueron miles, como si se tratara del ciclo de vida de una serpiente así tomaba paulatinamente forma la sierpe humana.
"¡Porque vivos se los llevaron, vivos los queremos!, ¡Justicia, justicia, justicia!, ¡Fuera Peña, fuera Peña!" las consignas pululaban de forma virulenta y rabiosa, las gargantas de cientos de estudiantes. campesinos, trabajadores, oficinistas, sindicalizados y uno que otro curioso clamaban animosamente al cielo. Aquí y allá personajes con el rostro pintado, con el cuerpo como lienzo, performance espontáneos, pintas y mantas, muchas mantas y banderas, la epidermis de la marcha comenzó a tomar tonalidades multicolores.
Pasadas las 4pm, los padres de los estudiantes desaparecidos encabezaron la procesión de sentimientos, con sus rostros surcados por el dolor, la piel curtida y tostada por el inclemente sol y su labor en el campo, en sus ojos se reflejaba la rabia, la digna rabia y un dejo de esperanza. Palabra tan manoseada y menospreciada, no obstante, adquiere un nuevo sentido al mirar de cerca a esas mujeres y hombres que con su paso lento pero firme caminan guarecidos por el amor de miles que simpatizan con su causa. Su tragedia los dejó sumidos en la ignominiosa incertidumbre, en una fatídica noche su mundo se desplomó. Sin embargo, tras la dolorosa pérdida ganaron a miles de hijos, mismos que acudieron a su llamado.
"¡Qué vivan los estudiantes!" miles de ellos comenzaron a atestar las calles, sus rostros reflejaban energía, la ingenuidad del que vislumbra un futuro libre de las ataduras e imposiciones del libre mercado, donde el laissez faire, laissez passer no sea el único paradigma. Bulliciosos, sonrientes y embravecidos, sus consignas erizaban la piel y alimentaban el alma de los desposeídos. Niños acompañados de sus padres, carriolas, canguros, sonajas y peluches. Maestros y maestras, las futuras educadoras de los mancebos estremecían con sus gritos donde pedían respeto y el cese de las hostilidades en contra de las escuelas normales, el aire perdió su atmósfera enrarecida y el aroma a esperanza ganaba terreno. Telefonistas, electricistas, campesinos, diversas organizaciones sociales y civiles. UNAM, Politécnico Nacional, ITAM, Cide, Ibero, UAM, Pedagógica Nacional, prepas, ninis, el crisol era policromático. Las cientos de banderas rojas del Frente Popular Francisco Villa asemejaban un incendio en pleno Paseo de la Reforma, avenida por donde muchos transitan día con día, la misma calle, el mismo asfalto, sin embargo siempre diferente como el río de Heráclito. Donde ayer la intolerancia y la ignorancia marcharon, hoy (26 de septiembre) trazó su sendero la digna rabia.
Minutos antes de arrancar la caminata, Felipe Cruz (padre de uno de los normalistas y vocero de las familias) con una gallardía impoluta arengó a los miles de marchistas mediante un discurso crítico en contra del Estado (Ángel Aguirre, Enrique Peña Nieto, Jesús Murillo Karam, Iñaki Blanco y Tomás Zerón), la descomunal marabunta humana comenzaba su camino. En la vanguardia los infatigables padres, detrás de ellos los estudiantes de la Normal Raúl Isidro Burgos, acordonados por la Brigada Humanitaria por la Paz: Marabunta y una misión especial de la ONU. Cientos de reporteros disparaban sin parar sus cámaras.
En la retaguardia la marcha adquirió un tono carnavalesco, entre los contingentes del FPFV se desplazaba un estruendoso grupo de músicos, la murga, el son, los sonidos del istmo de Tehuantepec comenzaron a llenar de algarabía los oídos de los caminantes. Entre el bullicio, casi escondido, se situó un grupo de congregaciones católicas-cristianas, compuesto por feligreses y presbíteros. No todo el clero es una bandada de retrógradas, este sector de la iglesia (sin los reflectores de figuras tan importantes como el obispo Raúl Vera, Alejandro Solalinde o la gran sombra del Tatik Samuel Ruíz) mantiene los principios que predicó un nazareno rebelde hace más de dos mil años: vivir entre los pobres, cerca de los indigentes, de los oprimidos, ofrecer apoyo a los que tienen sed y hambre de justicia.
La pesadez de los pasos se aminoraba con el aroma a copal, el trayecto estuvo marcado por la simbiosis entre la rabia y la alegría. Tambores, trompetas, saxofones y los caracoles que marcaban el ritmo de los bailes prehispánicos. Gritos enérgicos de "¡Justicia!", miles de voces unidas por un mismo reclamo, el epicentro de la lucha derivó y se hizo extensivo hacia la búsqueda de los miles de desaparecidos, la causa de los cuarenta y tres enarboló diversas banderas, diferentes circunstancias, la misma lucha, México es una gran fosa clandestina, un gran muro con miles de carteles: "Se busca", "Desaparecido", "Fue visto por última vez"... ¿A dónde van los desaparecidos?
Las paredes se convirtieron en lienzos; improvisados y avezados artistas inundaron los muros con lemas de combate, lucha y mucho color. Alegría, dolor, rabia, indignación, tristeza, el camino fue un pandemónium de emociones. Banderas negras ondeaban estrepitosamente, el olor a mariguana por momentos invadía el ambiente, recorrer de cabo a rabo el océano de personas resultó una misión imposible.
La policía se mantenía como simple espectadora y guardiana de los comercios y los grandes consorcios, entre la vorágine humana se deslizaban cientos de vendedores ambulantes. Tamales, banderas, tortas, tacos, cigarros, parafernalia pirata subversiva. Como espectros fugaces, decenas de barrenderos recogían la basura que la marcha dejaba a su paso. El famosos Bloque Negro brilló por su ausencia, punks y anaracos divagaban en pequeños grupos.
Traicionero y relativo, el tiempo se escurrió como agua, frente al anti-monumento dedicado a los cuarenta y tres, poeticamente creció la milpa: "Nos quisieron enterrar, pero no sabían que seríamos semilla", la simiente del dolor maduró y brindó frutos con sabor agridulce, sin saberlo, inconscientemente, todos los marchantes son la cosecha, son el producto de la desesperación, la rabia y la indignación. Detrás de cada pérdida e historia de dolor siempre se asoma una tenue luz, la noche más oscura es precedida por un alba radiante. Una fina lluvia se asomaba delicadamente, las nubes contenían el llanto, a pesar de sus esfuerzos, las lágrimas se asomaban y escurrían desde el firmamento empapando a miles. ¿Cómo no llorar ante la estoica muestra de humildad de aquellos padres destrozados?
La marea de gente comenzó a anegar las calles del centro histórico de la ciudad, la noche devoró con pericia los últimos rayos de sol, con el manto nocturno a cuestas arribó el grueso de los contingentes al corazón de la gran Tenochtitlán. Abrirse paso hasta llegar al templete no era una tarea fácil, más no imposible. Sobre la tarima del proscenio improvisado, uno por uno los padres de los normalistas fueron haciéndose con el micrófono. Palabras llenas de rabia, enojo y desesperación, a pesar de ello, el amor y la esperanza se erigían como el leitmotiv de los discursos. El amor de un padre hacia un hijo no se puede ocultar, tampoco el dolor y la incertidumbre por desconocer su paradero, en este mundo corrompido, y hermoso a la vez, no hay palabras que designen la prematura muerte de un vástago, simplemente no hay apelativo capaz de contener tanto dolor, un padre jamás debería enterrar a un hijo.
Con los pies cansados, la garganta cerrada, con el sudor en la frente pero la esperanza en las manos, el público escuchó con atención las lacerantes palabras y los dolorosos testimonios. Empatía con el dolor ajeno, mi semejante, mi hermano, las ondas sonoras esparcieron el mensaje. Conmoción, shock, dolor, llanto, la fragilidad humana representada en cuarenta y tres padres, cuarenta y tres familias.
¡No están solos, no están solos!
¡Híjito, a donde estés, no olvides que te amamos!
Como padres vamos a hacer lo que sea para encontrar a nuestros hijos, nuestros hijos son seres humanos, no son un objeto como el gobierno lo ha hecho ver.
Han venido a ofrecer dinero, pero se les olvida que a los padres de familia de los 43 desaparecidos lo que menos nos interesa es eso. ¡No vamos a vender a nuestros hijos!
Finalizó el mitín con las estrofas ¡venceremos, venceremos...! muchos emprendieron el camino a casa. Unas cuantas gotas surcaron el cielo, con un nudo en la garganta me abrí paso entre la muchedumbre, por mi mejilla resbaló un líquido cristalino, no me queda claro si fue la lluvia o mis lágrimas que finalmente buscaron su cauce. La marcha fue larga pero llevadera, como el caracol caminamos lento, caminamos juntos, caminamos lento pero avanzamos.