La cara de la infancia en tiempos de desigualdad
Memo, Ángel y Charlie (así le digo yo) son tres hermanos. No siempre están juntos. No siempre son felices. De once, nueve y ocho años. El mayor y el de en medio viven con su abuela en un pequeño cuarto; el más pequeño fue adoptado por mi familia.
La infancia se concibe como una etapa feliz de la vida, donde sólo a partir del juego vamos descubriendo y comprendiendo el mundo. Todo se dibuja simple, alegre y colorido, los días duran muchos años y las noches son un pestañeo. Ojalá esta fuera la realidad pero, no lo es.
El ser infante por su vulnerabilidad se le ha despojado de su ser persona. Es decir, de su capacidad de elección y sobre todo, se le invisibiliza ante la realidad circundante. Es sujeto de explotación laboral e incluso sexual, y en general, se le destierra de tomarse en cuenta sus necesidades en las políticas de Estado, y de la familia.
El género como en todos los demás espacios de la vida, es una condicionante para mayores índices de violencia y explotación, utilizando mayormente a las niñas como cuidadoras, prostitución infantil y trabajo doméstico. Además de que el matrimonio infantil sigue presente en el mundo, donde las niñas son vistas como moneda de cambio para alianzas familiares y beneficios económicos.
No puedo dejar de recordar cuando Memo de más pequeño me mordió tan fuerte que me dejó una marca que duró semanas, cuando Ángel construyó un pequeño edificio de papel tan perfecto que envidié su habilidad con las manos y cuando Charlie me pregunto “¿Las moscas son las que ponen la miel?”. Desearía que sólo anécdotas divertidas y alegres invadieran su vida pero, sé que no. La dificultad de tan sólo comer es lo común, sin decir su ir y venir en la escuela sin poder realmente aprender, llenos de reproches de adultos que tal vez no querían ni quieren su presencia.
Aún me sorprende ver cómo brincan e imaginan ser Goku, escuchar sus gritos de emoción siempre callados por una voz que castiga. Y no juzgo, su abuela trabaja una jornada de 10 horas por el salario mínimo, estoy segura que gritos apabullantes no son la mejor forma de terminar el día.
Creo que esas tres personitas tienen todo el derecho de ser felices, de poder brincar y creerse Goku, de poder aprender cosas que los lleven al descubrimiento de sí mismos y a ser capaces de ayudarse a sí mismos y a quienes los rodean. Tal vez no pase. Y no, no es su culpa, ni la de su abuela y de cierto modo, tampoco de sus padres, quienes vienen de un contexto de opresión y violencia probablemente mucho peor.
El mundo liberal y capitalista sigue vendiendo la falacia del “todo posible”, mientras que la vida afuera sigue mostrando que aún depende del contexto de donde naces para poder acceder a un tipo de destino.
De acuerdo al CONEVAL, 52.3% de niños y niñas (0 a 11 años) se encontraban en situación de pobreza en 2016, (42.6% en pobreza y 9.7% en pobreza extrema), mientras que el 48.8% de los adolescentes (12 a 17 años) estaban en la misma situación, (41.1% en pobreza y 7.8% en pobreza extrema). Y sí eres un niño o niña indígena es peor la situación, pues el 80% está en pobreza. Lo que significa que la cuestión étnica es una característica que extrema la pobreza.
A veces pienso cuántos recuerdos adoloridos guardan en su apenas naciente imaginario, con cuánta tristeza podemos cargar desde que vamos naciendo al mundo. Me pregunto quiénes son ellos y qué piensan de nosotros los adultos. Los indiferentes adultos…
Estamos en una obligatoria etapa de repensar la maternidad y la paternidad. Para proveer la posibilidad de que toda maternidad sea deseada y no sólo impuesta ya sea por el Estado, la religión y/o las presiones sociales. El aborto entonces, se plantea como un derecho para las mujeres y una oportunidad de hacer que los niñxs nacientes sean deseados y queridos. Y de que la paternidad sea más que una figura distante que impone reglas con violencia, y se convierta, en un ser que muestre que la fragilidad también es parte del ser humano y que ésta, puede arreglarse de algún modo con amor y cuidado.
También, debería alentarse a la reflexión sobre la adopción de menores de manera responsable como una forma válida y consciente de criar hijos, y dejar de sobrevalorar la idea de la sangre, pues estas formulaciones devienen de un sentido de la descendencia como mano de obra o de la continuidad de un “linaje”, que tiene que ver con conceptos sobre la raza y la pureza de sangre que son realmente absurdas ahora.
No creo que el Día de la Niña y el Niño se trate de llenar de juguetes y golosinas a los pequeños, lo que sólo les enseña que a partir del regalo material se demuestra afecto. Me parece que es un recordatorio urgente de que la muestra más terrible de crueldad se ve en el descuido, olvido y explotación de los integrantes más vulnerables.
Siempre temo por las personas que serán esos tres pequeños cuando crezcan, me preguntó cómo sortearán el rechazo sin que se convierta en confusión y repulsión. Miro sus vaivenes y quisiera detenerlos en el tiempo, poder decirles: “El mundo es otra cosa de lo que has visto hasta ahora”.