La bruja: la amenaza de la libertad y el poder femeninos
Si de espantos hablamos, quizás lo que más asusta es el cuestionamiento desestabilizador del status quo, y eso es precisamente lo que la bruja representa. La bruja es un ser limítrofe, entre la luz y la obscuridad, entre el bien y el mal. Pero por encima de todo, es una mujer. Una que disputa su lugar preestablecido dentro de la sociedad y sus estructuras patriarcales. Bruja es la mujer que cura sin licencia, que tiene sexo con placer y sin permiso, y que está en los márgenes de la existencia femenina convencional. Su libertad es amenazante y es símbolo de su poder. Como todo lo que incomoda, a la bruja hay que excluirla y eliminarla.
En las nuevas aventuras de Sabrina, la bruja adolescente, Sabrina tiene serias dudas sobre renunciar a su vida terrenal para convertirse en hechicera. De elegirlo, tendrá un “bautizo negro” y deberá firmar su nombre en el libro de Satanás, a cambio de lo cual recibirá poderes más allá de su imaginación. Ante la duda, le explican que adorar al Diablo no es realmente una cuestión de venerar al Mal, sino más bien, un acto de libertad.
En 1487, el monje dominico Heinrich Kramer publicó el célebre Malleus Maleficarum o “Martillo de Brujas”, texto que sentó las bases para la persecución de mujeres que supuestamente practicaban la magia negra y que se dio en Europa durante los siglos siguientes. El Malleus Maleficarum primero se da a la tarea de demostrar que existen las brujas. Su argumento: existen las brujas porque existe el Demonio y porque Dios permite su existencia. Según el Malleus, Dios permite al Diablo perseguir a los inocentes, pues solo de esa manera podían hacer ejercicio de su libertad para salvarse o condenarse. La libertad es parte inalienable de la condición humana y el Demonio está ahí para ponerla a prueba.
La libertad femenina es entonces algo peligroso. Cuando la mujer elige, aparentemente se condena. Esta es la imagen de Lilith, quien por ser libre, es excluida de la narrativa oficial. Es la imagen de Eva, quien por ser libre, es excluida del Paraíso. Es la imagen de todas las brujas que eligieron desviarse del modelo de feminidad disponible en su época: las solteras, las adúlteras, las lesbianas, las médicas. La figura de la bruja nos enseña que la libertad femenina es percibida como diabólica y por lo tanto, es inevitablemente merecedora de castigo.
¿Acaso esto ha cambiado? En las narrativas de violencia sexual, seguimos buscando esta simbología de libertad y de castigo. ¿Le sucedió esto porque había elegido tomar alcohol o drogas? ¿O quizás porque eligió vestirse de cierta manera? Continúa imperando la idea de que la violencia sexual es una especie de castigo a la libertad femenina.
Pero si la libertad para la mujer es fuente de castigo, la figura de la bruja demuestra que también es fuente de poder.
Yakiri Rubio fue secuestrada y llevada por dos sujetos a un hotel de paso para ser violada repetidamente. Con un golpe de suerte, pudo tomar el puñal de su agresor para defenderse, atinándole en la yugular. De manera increíble, fue Yakiri quien fue tratada como agresora y nunca como víctima y pasó 67 días en la cárcel, acusada de homicidio. Durante su proceso, tanto jueces como agentes del Ministerio Público invirtieron la narrativa: Yakiri era, a sus ojos, una prostituta asesina, una bruja moderna, que merecía ser violada y después encarcelada sin debido proceso.
Otra de las constantes de la violencia feminicida es la idea de que la agresión es un mecanismo de control y de castigo a una mujer que no cumple, de una manera u otra, con la expectativa de su rol de género. Incluso el embarazo no-deseado es concebido como un castigo a la libertad sexual de la mujer, con el que debe de cargar como costo del placer.
Pero si la libertad para la mujer es fuente de castigo, la figura de la bruja demuestra que también es fuente de poder. Sabrina quiere tener los poderes que se le prometen, al tiempo que cuestiona tener que ceder su libertad dentro de un nuevo esquema patriarcal: ya no el de su escuela y su cultura terrenal, sino el de Satanás.
La figura de la bruja nos enseña que la libertad femenina es percibida como diabólica y por lo tanto, es inevitablemente merecedora de castigo.
En un sentido tradicional, la libertad se refiere a la capacidad de decidir por sí y para sí mismo, mientras que el poder se refiere a la capacidad de hacer que otros hagan lo que no harían por sí mismos (Weber). La bruja es también símbolo de este poder, a partir de sus dones supernaturales. Incluso, de manera literal, es a través de hechizos que la bruja consigue controlar a otras personas, ya sea con muñecas o imágenes de la persona.
Parte de la razón por la que resulta tan amenazante el poder femenino, es porque tiene un enfoque de venganza contra los estatutos patriarcales que han oprimido a la mujer. Pensemos, por ejemplo, en la Carrie de Stephen King, quien al descubrir sus poderes, los orienta a la venganza de quienes le han hecho daño. O en las jóvenes brujas de The Craft, quienes inicialmente también ponen hechizos a los hombres que las habían violentado anteriormente y a las chicas malas de la preparatoria. Tanto en la literatura como en el cine de horror, la imagen de la bruja vengativa confirma, quizás sin pretenderlo, que hay algo de qué vengarse y por lo tanto, reconoce las dinámicas de dominio y abuso existentes.
Las historias de brujas son espejo de dos pilares básicos del control patriarcal: el castigo a la libertad y la supresión al poder femenino. El primero, dicta que la libertad femenina debe castigarse, pues dicha libertad amenaza por sí misma a la autoridad masculina. El segundo, dicta que el poder femenino es peligroso, particularmente cuando dicho poder tiene un ánimo de represalia, pues la idea misma de venganza reconoce la opresión real.