João Gilberto: La trilogía de la Bossa Nova y la consagración
Se cuenta entre los que la conocieron en su tierna mocedad que el ritmo de la Samba tradicional se descubrió sincopado, con esa estructura saltimbanqui y pausada en la que nadie nunca la había tocado, una tarde a la rivera del lado bahiano del río San Francisco, en la ciudad de Juazeiro. Era el joven João Gilberto, que al intentar sacar "Rosa Morena" del maestro Dorival Caymmi dio por casualidad con el sonido que cambiaría por completo el panorama de la Música Popular Brasileña (MPB) para siempre.
Como ocurre siempre con las leyendas, sus huellas están llenas de contradicciones, ya que en voz de sus contemporáneos ese tímido guitarrista de Bahía era un perfeccionista casi oriental. Por lo tanto, ese sonido tachado de desafinado, por los sambistas conservadores, no llegó por casualidad.
Fue en 1958, durante la grabación de un disco de la cantante Elizete Cardoso donde contratado solo para los arreglos de guitarra en "Chega de Saudade", una letra del poeta Vinicius de Moraes y Tom Jobim, Joãozinho lá tocó con la mayor naturalidad; a su estilo murmurado. Al productor Aloísio de Oliveira le voló la cabeza el escuchar ese sonido prodigioso y preguntó el nombre del muchacho que lo ejecutaba, solo para responder que tenía que grabarlo en ese momento.
Ese instante para el mayor biógrafo del movimiento de aquellos años, Ruy Castro, lo describió como “un minuto y cincuenta y nueve segundos que dividieron la cultura musical brasileña”. Aún sin nombre había nacido para fines masivos la evolución más arriesgada y pretenciosa del folklore amazónico, la Bossa Nova.
A final de la década de los 50, Brasil era gobernada por el presidente Juscelino Kubitschek que con su movimiento Desenvolvimentista quería hacer del país en cinco años lo que no pasó en 50. Se aceleró la industrialización; en el futbol se coronaban campeones contra Suecia en el 58; Maria Bueno ganaba consecutivamente en Wimbledon; con sus guantes puestos Éder Jofre levantaba el cinturón mundial; y Brasilia, la nueva gran capital, se inauguró en el año 60. Eran los años dorados.
A esta estampa idílica que se le presentaba en forma de olas atlánticas a los jóvenes de clase media fluminense, era a lo que le cantaba la generación Bossa Nova, un mundo que nunca llegó tal cual sino con distopía fome.
Su primer álbum Chega de Saudade rompería todo esquema en la industria musical brazuca en 1959 y en años consecutivos lanzaría Amor, o Sorriso e a Flor y el álbum que nos compete rememorar este año, el homónimo João Gilberto, último eslabón de su trilogía debut. "Você e eu", "A Primeira Vez" o "Insensatez" son éxitos que serían el preámbulo del paso definitivo que inmortalizó este subgénero hasta el olimpo discográfico; la internacionalización.
Personajes como Carlos Lyra, Sergio Mendes, Oscar Castro-Neves o Luis Bonfa se presentaron en el Carnegie Hall de la Gran Manzana en noviembre del 62. Un desastre; los gringos no entendían nada pero aplaudían, recuerda Roberto Menescal de aquella presentación que, sin saberlo, acercaría a las personalidades del jazz a su encuentro.
El próximo álbum que Gilberto grabó en un estudio sería lejos de Rio, en 1964, con el saxofonista Stan Getz; el mítico y multipremiado Getz/Gilberto. No regresaría a Brasil hasta 1980.
La Bossa Nova se quedó enmudecida después de despertar del sueño. Mientras João levantaba Grammy's por la “Garota de Ipanema”, en casa un golpe militar se hacía con la esperanza juvenil de una generación y con la aparición de movimientos culturales como la Poesía Concreta o el Cinema Novo; esta tuvo que transformarse en el compromiso social y la experimentación sonora que conoceríamos como Tropicalia en los años posteriores.
Sin embargo, y a dos años de su fallecimiento, la revolución auditiva que provocó esa batida de guitarra sincopada, desde la aguja de un 33 1⁄3 o en vivo, João Gilberto seguirá estando presente como un susurro en el viento del que no terminamos de descifrar su significado.