Fotos por Ricardo Marín Qué mejor manera para empezar un concierto de James Blake que con uno de los mejores actos que la escena nacional tiene para ofrecer: Teen Flirt. El DJ regiomontano ya había conglomerado a un público ávido de música electrónica a las ocho y media. Unos buscaban tener los mejores lugares para ver de cerca al héroe inglés, otros disfrutaban infinitamente de ese beat amoroso y coquetón –caían bajos seductores y texturas acuosas entre breves silencios. El piso comenzaba a temblar, la masa de gente se preparaba.
Se despidió el norteño enmascarado, y a las nueve y media en punto se apagaron las luces. Además de la sofisticada música, hay que reconocerle la puntualidad al artista del país de la reina. Entre conos de luz azul, apareció la alta figura de Blake, quien vestía una playera de su disquera, 1-800 Dinosaur. Apenas se entendía lo que el músico estaba sobre el escenario, cuando empezó a sonar "I Never Learnt to Share". A nadie le importaba que su hermano y hermana no le hablaran, todos gritaban y comentaban sobre lo bello de la velada. Para darle más sabor al asunto, soltó "Life Round Here" y nadie necesitó de más para empezar a bailar. Todo iba justo como se esperaba; sonó "To the Last" y aquí la gente ya miraba al techo, emocionados, dando pasos de izquierda a derecha, mientras coreaban "everything feels like touchdown on a rainy day". El éxtasis provenía de ver a la figura pop en vivo, pero entonces Blake nos dio una verdadera razón para estar felices –en las paredes se veía la enorme sombra del pianista encorvado sobre los teclados mientras tocaba "Air & Lack Thereof". Era como ver a un joven Glenn Gould absorbido por las oscuras frecuencias del trap. Las luces iban y venían, se escuchaban voces sampleadas y todos parecíamos participar en un ritual liderado por la batería eléctrica. Así es, se abrían círculos dentro de los cuales la gente se involucraba en el mítico baile del perreo. O tal vez no, pero cuando mezclaron ésta canción con el inicio de "CMYK" todo parecía indicar que el baile iba a pasar a otro nivel.
Entonces vino el contraste, y la noche descendió de su primera cresta. Con "Overgrown", llegaron unos pianos con tintes orientales y el baterista (dueño de la noche, o bien, MVP) pasó a tocar los platillos con baquetas con punta de algodón. Todo cobraba un aire cinematográfico. Más tarde sonaron ritmos más relajantes. Blake sacó a relucir sus influencias dub con "I Am Sold" y "Digital Lion", ésta un fruto de una sesión que tuvo con Brian Eno (lo dijo antes de tocarla). Interponía grabaciones de su voz cantando "mmmm" en diferentes alturas mientras sonaba una base de bombos infernales. Las luces se volvieron naranjas y las puertas del inframundo estaban a punto de abrirse. Para remediar sublimes herejías, James nos llevó a la sección más íntima de la noche. Interpretó "Our Love Comes Back", "A Case Of You" y "Lindsfarne I, II". Se oía un piano, un cantante, plática intensa de fondo, y el aire acondicionado. El inglés demostró sus capacidades camaleónicas de componer e interpretar música.
Para devolverle las ganas de perder el control al público, las luces se tornaron rojas. En seguida cayó ese piano entrecortado, contestado por un, "there's a limit to your love", y miles de brazos en el aire, celular en mano. Todos en modalidad "REC". Cayó también un bajo que agitó el lugar entero. No es muy alocado pensar que todos fueron hipnotizados al menos por unos segundos. La fiesta continuaba. Sin duda, el clímax llegó cuando el productor mencionó que tocaría un poco de su material viejo; "Klavierwerke" transportó a la gran mayoría a un estado de éxtasis. La gente se convulsionaba, mientras gritaba "¡Uuu!" siempre que tenía la oportunidad, siempre que se callaba todo, y el baterista nos regresaba a ese beat. Blake tampoco se quedaba atrás ya que él también gemía de manera entonada, como poseído por el house. Se prolongó éste exquisito ambiente rave-ero, y todavía hubo más. Con "Voyeur" la gente ya no sabía que hacer con sus cuerpos, al menos la mayoría. Habían gritos. Se escuchaba un cencerro. Olía a marihuana. La luz ahora era verde. Había una cascada de sintetizadores y ritmos cuyo destino eran las estómagos en movimiento de la gente. Y entonces, sonaron "Retrograde" y "Wilhelm Scream". Esto tenía que acabar.
Tras ser requerido de vuelta en el escenario una vez que se había despedido, James Blake le pidió un favor al público mexicano: guardar silencio para que fuera capaz de grabar unos loops con la voz, sin que ningún sonido ambiental se colara. El mensaje fue claro, pero qué esperar de un público bajo la influencia de música frenética y drogas. Fue después de dos intentos fallidos a causa de gritos que enervaron al cantante, que éste subió a una muchachita al escenario para callar a todos, en el idioma nacional. Fueron dos minutos en silencio que valieron la pena. Lo último que se escuchó fue "Measurements". Se vivió un momento espiritual con esta canción remitente al gospel afroamericano. La gente que gritó, y que incomodó al ya incómodo James, al menos pudo haber gritado "ALABADO SEA EL SEÑOR" ya que la música contagiaba un sentimiento de jovialidad divina.
Después sonó un reggae bien alegre, y todos para sus casas, que es lunes.