Ibero Se Suma, la solidaridad de la Ibero con Ayotzinapa
La noche del 26 al 27 de septiembre de 2014 cambió la vida de miles de personas. El ataque perpetrado en Iguala, Guerrero, y que a 5 años de distancia no ha sido esclarecido en el suceso mismo ni en el destino de los estudiantes desaparecidos, impactó directamente a las familias de quienes perdieron la vida, de quienes resultaron heridos y de quienes fueron desaparecidos.
A partir de entonces, las familias de los 43 estudiantes desaparecidos de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa emprendieron un doloroso viaje exigiendo la aparición de sus hijos y el debido proceso judicial para los responsables. Sin embargo, de forma indirecta y, seguramente, sin habérselo propuesto, estas madres y padres han tocado la vida de cientos de personas a lo largo de su camino en busca de justicia.
De entre las personas que vieron sus vidas tocadas por la desaparición de los normalistas y la lucha de sus padres, estuvieron miembros de la comunidad de la Universidad Iberoamericana, quienes se organizaron y movilizaron en solidaridad con ellos. Este colectivo de compañeros, de múltiples profesiones, se nombró: Ibero Se Suma.
La primera muestra de solidaridad con los normalistas desaparecidos se dio por parte de estudiantes del posgrado en historia, los cuales se organizaron para ir a marchar unos días después del ataque en Iguala. Aunque en apariencia la exigencia era común entre los que participaron en esa manifestación, el contingente de historiadoras e historiadores no fue recibido de la mejor forma por parte de otros grupos representantes, supuestamente, de universidades públicas. Al grito de: “Educación primero al hijo del obrero, educación después al hijo del burgués”, y otros ataques, el grupo de la UIA decidió colocarse en otro punto de la marcha. Cabe decir que muchos de los estudiantes de posgrado vienen de universidades públicas y están becados por CONACYT.
Después de que difundiera más información sobre el ataque a los normalistas, la indignación creció entre la comunidad de la Iberoamericana, por lo que cada vez más gente comenzó a unirse a la exigencia por la aparición de los jóvenes. A casi un mes de los hechos, comenzó a pasarse la voz de la posibilidad de integrar un contingente que representara a la universidad, por lo que células de estudiantes de preparatoria, licenciatura, posgrado, y profesores se reunieron en la avenida Reforma de la CDMX.
Con poca organización, el contingente marchó hasta el Zócalo. Esta primera experiencia del contingente Ibero había expuesto varios puntos débiles de la incipiente organización estudiantil. Después de cada marcha, se veían las noticias sobre represión por parte de la policía local, detenciones arbitrarias, vandalismo mediatizado, y otros factores que exigían tener una mejor planeación. También eran situaciones que exaltaban aún más el ánimo de los estudiantes.
Pronto el número de interesados por participar en las marchas creció a cientos de alumnos. La exigencia al interior de la universidad también se dejó sentir, por lo que comenzaron a organizarse eventos en los que normalistas y padres de los desaparecidos tomaban la palabra. Los desgarradores testimonios unificaron más al movimiento estudiantil que poco a poco fue haciendo suyas las emblemáticas escaleras de la explanada de la universidad, las cuales sirvieron como espacio de organización de estos estudiantes. Personas que quizá jamás se hubiera conocido si no hubiera sido por esta tragedia, ahora se reunía en asambleas. “¿Eres de antropología…? ¿Apoco hay antropología aquí?”, fueron preguntas que me tocó responder en más de una ocasión. No existía una figura de líder, todas, todos tenían algo qué decir y algo que aportar. Personas de diversos posgrados, licenciaturas, administrativos, todas reunidas por la exigencia de justicia.
El movimiento tomó rumbo propio, vida propia, fue creciendo y evolucionando. Se sumaban personas, otras cambiaban de trinchera, pero el colectivo de estudiantes siempre avanzó y se volvió más fuerte. En alguna de las reuniones se comenzaron a organizar comisiones, quien sabía de diseño se ofrecía para hacer flyers, otros se ofrecían para ir a hablar directamente con rectoría, algunos más se encargaban de la parte logística. Una organización orgánica que exigía ya ser nombrada y lo logró con semanas de peloteo: Ibero Se Suma. De ahí vino también una propia imagen y una hermandad muy particular. Aún cuando el colectivo incorporó a gente de Más de 131, tenía un espíritu propio.
Dentro de la universidad se vivía un ambiente parecido al de afuera, opiniones polarizadas que iban desde el culpar al estado por los hechos hasta quienes pensaban que los normalistas se lo habían buscado. En las propias casas de muchos de los miembros del colectivo se respiraba un aire similar, compañeras que habían recibido amenazas por parte de sus padres si participaban en las marchas, incluso, so pena de sacarlas de la universidad. Sobra decir que, por supuesto, ellas no dejaron de asistir a las manifestaciones, por el contrario, podría decir que eran las más comprometidas y aguerridas.
Este es el espíritu que nutrió a Ibero Se Suma, rebeldía mezclada con indignación, enojo y miedo por el contexto del país, empatía y solidaridad con los que exigen justicia y un mundo mejor.
La cobertura mediática no se hizo esperar, en varias ocasiones distintos medios trataron de obtener entrevistas o testimonios (infructuosamente pues nadie quería protagonismo). En notas periodísticas se nombraba al colectivo de la UIA junto a los de la UNAM y el IPN. También en las marchas se sentía otro ambiente, pues la discriminación y prejuicios de algunos grupos no se sentían más.
El colectivo se diversificó y participó activamente en eventos dentro de la universidad, vinculándose con redes en defensa de los derechos humanos, visitando la escuela normal en Ayotzinapa apoyando con cobijas y despensas, y estableciendo redes con colectivos de otras universidades. El movimiento estudiantil incluso tuvo apoyo por parte de autoridades de la universidad quienes facilitaron transporte de las instalaciones al lugar de las marchas, incluso declarando paro activo en la universidad
Las asambleas se desarrollaron de manera regular los primeros meses pero menguaron para 2015. El poder empatar los tiempos de los integrantes dificultaba la organización, aun cuando se tenía comunicación por vías digitales, las actividades externas individuales dificultaron las acciones en conjunto. El número de participantes en las marchas también se redujo, aunque no el apoyo que se brindaba a las familias, quienes seguían siendo el centro de eventos como foros y mesas de opinión.
Aun cuando la organización había perdido fuerza, el primer aniversario agrupó a uno de los contingentes más numerosos. Partiendo del Auditorio Nacional, el contingente se ubicó justo detrás del grupo de los padres de los normalistas desaparecidos -a petición de ellos. La Ibero se había ganado su lugar. La organización al interior del contingente era envidiable: delimitado por un cordón, sólo personas con credencial podían estar dentro, altavoces, lista de asistencia con número de contacto. A pesar de que el ambiente era tenso en cada marcha, y había que cuidarse de policías y vándalos, la confianza entre cada miembro del colectivo era total. Ya nos conocíamos bien, sabíamos que podíamos confiar en la persona de al lado, habíamos estado ahí muchas veces, más de las que hubiéramos querido, pero suficientes para encontrar motivación y valor en la mirada del otro.
Avanzando por Reforma, el contingente lanzaba consignas como “¡Peña, culero, te corrimos de la Ibero y, por asesino, fuera de los Pinos!”, “¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!”, al igual que la porra dedicada a la universidad: “¡U-I-A, U-I-A, Ibero libertad, Ibero libertad! ¡Lobos aullando camino a la verdad!”
Con la llegada al Zócalo se marcó prácticamente el fin de este colectivo estudiantil. Pero, con él, apenas comenzaba la transformación de cientos de vidas. Los miembros de Ibero Se Suma no han cesado de apoyar, por el contrario, ahora esos estudiantes han tomado la defensa de los derechos humanos de forma profesional, en distintas instituciones. Todo este movimiento estudiantil hace mucho más sentido si pensamos en la frase “quisieron enterrarnos pero no sabían que éramos semillas”, esas semillas han germinado gracias a la lucha incansable de los padres de los normalistas desaparecidos, del doloroso camino por el que han pasado las familias de las víctimas de Iguala en 2014 buscando justicia. Ayotzinapa vive, la lucha sigue.