Por Inés Palacios @nesi_brains Cuando pasé las barras de la entrada para entrar al Hell and Heaven el pasado sábado 25 de octubre, sentí la densa mirada de cientos de policías con cascos, macanas y escudos de plástico; inspeccionaban si tenía entre mis mallas caladas o dentro de mis botas, unos porritos de mota, unos ajos o unos llegues de perico.
Pasadas las rejas, las señoritas me pidieron que vaciara mi bolsa, abriera mi cartera y tirara “los dulces” que, cabe aclarar, era unos chicles Trident de yerbabuena (RIP). La inspección fue minuciosa y la vibra que emanaban los inspectores era así como: “TÚ, niña metalera del demonio, ni se te ocurra meter una sola tacha a este recinto”. En fin, como no consumo drogas, y como tengo los mejores escondites del mundo, sólo tiraron mis chicles y pase al festival.
Tengo que hacer una nota al pie aclarando que fui de chamba a tomar fotos. Por lo tanto, iba sola, bueno, con mi cámara. Particularmente, mi jefe me encargó que tomara foto del Hell Stage, donde tocó Overkill, Annihilator, Korn y Kiss. Tuve que armarme de valor y de (mucha) fuerza para entrar lo más adelante y poder sacar fotos chidas. Uno se imaginaría que tal task es peligrosa, arriesgada y prácticamente imposible. Pero tengo que decirles que fuera de sudar deamadres, todo lo demás estuvo súper chill. El ambiente metalero es lo más chulo del mundo.
Se sentía una vibe familiar; papás jóvenes con sus hijos pintados de blanco con una estrella negra en el ojo izquierdo. Chavas veggie, góticas, adictas al gym, con mallas caladas, diademas de cuernitos y blusas de tirantes negras. Súper lindas. También había una gran gama de adolescentes de aproximadamente dieciséis años que encuentran en el metal un alivio, una vía de expresión en esa edad tan difícil, de tantos cambios, pues. Todos me ayudaban con mi chamba; dejaban que me pasara en frente de ellos, hubo chavos que me cargaron en sus hombros, otros me daban un sorbo de su chela y uno, hasta me prestó pintura blanca para pintarme la cara.
Cuando se armaba el slam, todos los hombres estaban súper al pendiente por si una mujer se cruzaba por ahí y no recibiera un atropellón. Y las chavas que le querían entrar, le entraban con tok-i-o y sin recibir ningún tipo de rechazo por parte de los metaleros. Cuando tocó Korn, la cosa se puso un poco más heavy, pero en ningún momento se calentó de más el asunto o me sentí asustada. Kiss fue sublime; se sentía pura buena vibra, puro amor, puro disfrute a la mil. En todo el tiempo que estuve, no vi que se rolaran drogas o que hubiera borrachos nefasteando el ambiente. Muchísimo menos que en el Corona Capital. Además, gran parte de la gente que asistió al Hell and Heaven, venía de muy lejos; platiqué con un chavo de Veracruz que la noche anterior se había subido a un camión durante diez horas para llegar a ver a Korn. Su grupo favorito de la vida.
Terminé el día mega feliz, completamente satisfecha tanto por el performance de los artistas en el escenario como por el ambiente que se generó. Obviamente, me quedé pensando mucho en el inició del Metal Fest; ¿por qué me revisaron tanto en busca de drogas? Recuerdo bien que en el Corona, pasé como Juan por su casa, no me checaron ni la bolsa. Podría haber tenido un arma letal y los de seguridad ni enterados. Además que la cantidad de gente que va al Corona es mucho mayor y por ende, la posibilidad de que traigan sustancias ilícitas también lo es.
Cuando estuve en el Corona, vi a chavos y chavas completamente enlodados cuales puerquitos en éxtasis y no había forma de tener esa sonrisa y esa energía con el frío que hacía ese día. Los chavos estaban en tachas, no hay más. Vi gente muy ingeniosa que pasaba alcohol en bolsas ziploc, en todo tipo de lugares; en sus maletitas, botas y las niñas, como implantes de senos. Una vez adentro, vaciaban las bebidas en los vasos de Corona y se tapan una buena guarapeta. No hubo momento en todo el festival que no olí que se quemaba marihuana. Y la cantidad de ojos en llamas era aberrante. Que no me vengan que los “fresitas” no le entran a la droga. El Corona, el festival más fresa del DF, es un verdadero buffet de estimulantes, alucinógenos y sus similares. Además que ese ambiente de “me eché tres kilos de maquillaje, uso mis mejores botas y como tacos en Fishers después de Massive Attack” es lo más YUK.
A lo que vengo con todo ésto es: los metaleros son tan lindos como unos gatitos de peluche y los hipstaas (no todos, no todos) son unos droguis cañon. Y la imagen que tenemos de cada tribu urbana es totalmente diferente, al menos para las autoridades. Y no estoy de acuerdo que ese estigma se siga fomentando para nada. Las personas que escuchan metal, hablando desde una experiencia personal, tanto fuera como dentro del Metal Fest, son tipazos. No se puede generalizar; totalmente de acuerdo. Pero, toda la onda de los cantos guturales, la moda gótica, la filosofía de vida tiene una razón de ser. Y, si se me permite ahondar o escoger una palabrita que abarque todo ésto, creo que la razón de ser es la pasión. Creo que los metaleros son gente pasional y eso es de pelos. No está bien caer en radicalismo pero siempre hay que alabar a los apasionados. Somos pocos, le echamos ganas y sufrimos mucho.