#8M El día en que marchamos todas y por todas
“¡Fuimos todas! ¡Fuimos todas!”, gritaban mujeres de todas las edades en la calle 5 de mayo. Esa avenida por la cual hemos caminado muchos y muchas. Este 8 de marzo estuvo inundada por ellas, nosotras, todas... Porque nos siguen faltando.
El ambiente se vistió de púrpura y verde, el rosa también hizo presencia. Miles de pañuelos alzados en los cuerpos de mujeres que caminaron desde el Monumento a la Revolución hasta el Zócalo de la Ciudad de México. Se dieron cita familias y amigos de mujeres víctimas de feminicidio, con fotos y pancartas para recordar a las que ya no están. Aquellas voces que fueron suspendidas de la manera más atroz.
La rabia se hizo notar en cada contingente, en cada mirada y en cada golpe que se daba a las vallas que protegían los edificios y monumentos del Centro Histórico, aunque no por una mayoría de las mujeres en marcha. Y no importó la resistencia, ni la policía que estaba atenta a cada paso de las chicas cubiertas con pasamontañas. “¡Se va a caer”, se va a caer! gritaban. Estallaron bombas molotov en Eje central y en el Zócalo. Hubo fuego y gas pimienta.
La Fuente de la República se tiñó de rojo, al igual que la de la Diana Cazadora. La escultura de Sebastián El caballito se llenó de grafitis y denuncias. Las jacarandas fueron más notables.
La marcha que comenzó a las 14:00 horas duró alrededor de poco más de 5 horas. Había tantas mujeres que en su inicio los contingentes tardaron en avanzar. El sol de la tarde acompañó a las asistentes. Fue una marcha masiva. Unos dicen que fueron 80 mil, otros elevan la cifra por 120 mil. Lo cierto es que, quienes estuvimos ahí, recordaremos la vibra, la energía, las ganas de gritar y tomar las calles en las que alguna vez nos hemos sentido inseguras, ocupar el espacio de diferentes formas, hacer a un lado el miedo que nos persigue a diario.
Recuerdo muy bien la marcha de la Glorieta de los Insurgentes, esa que tacharon mayoritariamente de vandalismo. Esa noche, El Ángel durmió con grafitis y consignas, y el Metrobús de la zona quedó desolado con cristales rotos. Han pasado 7 meses desde entonces y esas voces que gritaron y lloraron siguen en la lucha, porque la violencia continúa, incluso ha escalado. Hasta hace poco se tomaron las calles de nuevo por Ingrid y luego por la pequeña Fátima.
Cada muerte impacta, estruja, nos hace cuestionarnos el por qué, el cómo y el cuando.
Marcharon abuelas, tías, mamás, hijas, hermanas, amigas, vecinas, compañeras del trabajo, incluso en los últimos grupos. También —aunque a algunas mujeres no les gustara— papás, esposos y hermanos, a quienes se les arrebató un ser querido. La sororidad salió a las calles este domingo 8 de marzo. Pero también la valentía, la fortaleza y el hartazgo a la transgresión, a tantos crímenes que piden justicia.
Casi en punto de las 8:00 de la noche, se izó una bandera negra. Las chicas encapuchadas lograron romper el sistema por el cual se eleva la bandera tricolor. “¡Si se puede, si se puede!”, gritaban todas, con las ansias y la mirada al cielo, para ver esta bandera improvisada en la altura, que es justo como muchas se sienten, de luto. A un lado, una fogata gigante ardió desde la tarde.
Ellas cantaron, se abrazaron, rieron.
Exclamaron: “¡Ni una más!”
Ese domingo fue un día histórico. Un día que todas recordaremos, porque vibraron las avenidas, se ocupó el espacio que nos pertenece, fuimos rebeldes e irrumpimos el silencio. Aquí estamos y vamos a seguir: la revolución será feminista.
* Los puntos de vista planteados en este texto sólo representan la postura de su autora, no la postura institucional de Ibero 90.9.