Tierra de leonas, actrices, niñas bien y adolescentes rebeldes #FICM2018 Día 2
Textos de: José Garrido, Ana Fer Torres, Ricardo Marín y Naomi Ferrari
Tierra mía
El sazón de una cultura. La nueva obra de Pedro González Rubio, Tierra Mía, retrata la esencia de la gastronomía nacional al mismo tiempo que lidia con los cambios generacionales. La herencia de los platillos nacionales dentro del colectivo cultural se plasman a través de las conversaciones y costumbres de un pueblo poblano que imita las enseñanzas ancestrales a fin de balancear la magia en un platillo.
La fotografía, realizada por Rubio, es inmersiva y puntual. En todo momento se puede sentir el ojo cinematográfico de lo que busca a través del lente y no pierde la oportunidad en hacer notar que, detrás del instrumento, existe un humano operante y ávido de historias.
El largometraje se encuentra dentro de la competición social por el Premio del Público. Al terminar la función, dentro del espacio para preguntas, el director sentenció:
“Es una película pequeña, pero con un enorme corazón. O al menos eso creo yo…”
Acompañado de sus protagonistas y “Doña Licha” que acompañó su intervención invitándonos a probar los gusanos y licor de su pueblo que trajo desde Puebla, Tierra Mía se perfila como una de las favoritas del público para contender por el premio.
En 1996, Olivier Assayas estrenó Irma Vep, película que sigue la historia de la actriz originaria de Hong Kong, Maggie Cheung (quien se interpreta a sí misma) incursionando en el mundo del cine francés por primera vez. Jean-Pierre Léaud interpreta a René Vidal, un realizador en decadencia que se topa con pared una vez tras otra en su intento de hacer un remake de Les Vampires.
Desde la perspectiva de Cheung, quien en su estatus de extranjera descubre que la concepción que existe sobre el cine francés es que resulta demasiado intelectual y que complace solamente a la persona que lo está haciendo, en vez de a las masas. Así sucede que la actriz experimenta su propia transmutación para descubrir al personaje. Incluso comentó Assayas al presentar la cinta en el FICM 2018:
“Maggie Cheung llega a alejarse de sí misma para adentrarse en el personaje de Irma Vep y logra tener el espíritu del personaje. En este caso Cheung vive a su personaje. Las actrices como Cheung y Juliette Binoche [en Nubes de Sils Maria] tienen la necesidad de vivir lo que están interpretando porque la frontera que existe entre los personajes y el actor es demasiado tenue.”
El segundo día de festival, las sesiones de intensa cinefilia comenzaron —como suele suceder— con cine nacional. Y aunque son ya casi un lugar común las narraciones sobre justicia social y denuncia en el panorama endémico, también son ampliamente apreciados los esfuerzos más íntimos y sencillos, los cuales buscan contar una historia menos compleja pero muy potente.
Leona
Este es el caso de Leona, un sorpresivo dramedy sobre las dificultades de enamorarse en la comunidad judía de México. Una especie de Desobediencia de Sebastián Lelio pero en su versión latinoamericana y con un estilo menos decidido, Leona es un relajado y excelente largometraje sobre la lucha eterna que uno llega a tener con su círculo familiar, su círculo social y sí mismo. Sin ánimas de ser una película que genere profundos cambios o innovaciones, la historia de Leona está tan bien contada y los personajes tan perfectamente formados que sinceramente no es importante ahondar en la claridad del subtexto. Es claramente una película compleja en su muy particular nicho, el cual puede ser tan específico como queramos, pero sigue generando pequeños vínculos por la versatilidad de su historia. La película está liderada por dos poderosas actuaciones, cortesía de Naian González Norvind y Christian Vazquez, quienes son el centro emocional y resonante de esta sencilla pero muy placentera experiencia.
Movern Callar
El cierre del festival vino con un manjar exquisito. Aprovechando que Lynne Ramsay es presidenta del jurado este año, el festival optó por realizar una retrospectiva de su no muy prolífica pero emocionante carrera. Probablemente su largometraje más desafiante, menos placentero y más impresionante es Morvern Callar, una oda a la cerrazón y la falta de explicación, a no darle nada por sentado al espectador y más bien apostar por las sensaciones, emociones y detalles.
Morvern Callar es un largometraje que depende casi completamente de gestos, movimientos, miradas y actitudes. No hay momentos de exposición innecesaria ni un arco dramático satisfactorio. El verdadero objetivo de Moraren Callar es la experimentación de su manufactura, en ver la película y dejarse llevar por las texturas y posibilidades que todos sus elementos en conjunto llegan a sugerir. El resultado es una explosión sensorial como es imposible vivir en casi cualquier otro filme. Desde su secuencia de apertura (donde un cadáver rodeado de sangre se encuentra tendido junto al árbol de navidad prendido), Lynne Ramsay provoca un trance audiovisual del cual es imposible salir hasta los créditos. Todos los elementos formales de Morvern Callar hablan mucho más que las propias palabras o el lenguaje en sí, lo cual hace de Lynne Ramsay una obvia opción para presidir el jurado este año durante el FICM.
Sofía (Ilse Salas) es una mujer de la alta alcurnia de la sociedad mexicana. Entre sus actividades diarias está la de ir al spa a untarse mascarillas; organizar fiestas con finos canapés y chamapagne; soñar que camina tomada de la mano de Julio Iglesias; pavonearse ante sus fieles amigas con prendas nuevas, de las que nunca revela su procedencia; y jugar tenis en el club, seguido de una sesión de café, donde los cigarrillos se consumen a la misma velocidad con la que critican intensamente a sus pares, según sus ingresos económicos.
Casada con el hijo de un importante empresario (Flavio Medina) y tres hijos de los que se encargan las nanas, la vida de Sofía pinta de color de rosa y muy buenas costumbres. Sin embargo, su burbuja de lujo explota tras una situación que está fuera de su alcance: la crisis y devaluación del peso mexicano de 1982, lo que significó, para muchas familias, la bancarrota.
Las niñas bien
“Las niñas bien” es el título que recibe el libro de Guadalupe Loaeza, publicado en 1987, y en el que se basó el largometraje de Alejandra Marques. Una historia en la que la época es utilizada como un recurso para reflexionar acerca de los conflictos actuales del país, del clacismo, el sexismo internalizado, y el feminismo. Una historia en la que “la libertad se vuelve una cosa de estatus”, como lo describió la directora.