Mil 500 litros de agua y miles de mujeres: eso y más cuesta el ‘fast fashion’
En una pequeña comunidad en las periferias de Dhaka, Bangladesh, Nasima de 23 años se levanta a las 3:00 am para prepararse e ir a trabajar. Antes de salir de casa les da un beso a sus dos hijos, Kamal y Ali. La madre de Nasima los cuida, mientras ella trabaja en una maquiladora de textiles en el centro de Dhaka.
En la madrugada, esta mujer camina varios kilómetros para poder tomar una camioneta y después subirá a un camión que le dejara a las 5:45 en la entrada de la maquiladora. Al entrar, el guardia la revisa a ella y a sus compañeras, quienes también son madres, para que pasen y comiencen a trabajar. Ella labora en el piso tres con más de 300 mujeres.
Nasima toma una tela azul, elaborada con fibras de poliéster. Aún tiene el olor a químico. Para fabricar esta tela se necesitaron alrededor de 1.500 litros de agua, de los cuales, 700 se usaron para coloración, fijación y limpieza. Con ella hace una blusa tamaño grande. Hará muchas más durante el día.
Esa primera prenda entra a una caja para ser apilada junto con otras más. Llega el jefe de ventas, Manolo, de 47 años, quien está encargado de mandar la mercancía a las tiendas. Él viene desde Madrid a trabajar. La marca ha decidido cambiar el lugar de producción a Bangladesh para aprovechar la posibilidad de producir grandes cantidades por un menor costo en mano de obra.
La blusa azul está dentro de una caja y es enviada en un avión Antonov An-225 Mriya a Ciudad de México. En el aeropuerto la caja pasa por proceso de chequeo y se cobra un arancel. Carlos, de 45 años es el encargado de cargas y descargas, él lleva el paquete a la bodega de almacenamiento de la tienda para que después Ever, de 32 años, la suba a una camioneta y la distribuya en la tienda.
Laura, de 21 años, se levanta a las 6:00 am para llegar a tiempo a la tienda y así poder recibir la mercancía. Después saca la prenda. “¡Que linda!”, exclama. Baja al segundo piso de la tienda, donde se encuentra la sección “casual para dama” y la pone en un rack junto a los jeans.
El fin de semana llega Regina quien compra la blusa por $199 pesos. La usa la noche siguiente. La blusa azul permanece por cuatro meses dentro del clóset de la chica. Después vuelve a sacarla, viendo dos hoyos pequeño. Por ello decide meterla en una bolsa para donarla a la caridad.
La prenda llega a la iglesia de Tepeyahualco, una comunidad en Puebla, ubicada a 179 kilómetros de Ciudad de México. El domingo después de misa de 8 de la mañana, la hija de María, toma la prenda, sin importar los hoyos en la tela. Después de seis meses, la chica decide tirarla, ya está demasiado rota para seguir siendo usada.
La prenda termina en un vertedero, a tres kilómetros de Tepeyahualco, donde la gente tira los desechos del poblado. Finalmente, la blusa azul tardará cinco años en descomponerse. Los tintes y polímeros contaminan el suelo. Esta es la historia de la blusa azul que fabricó Nasima.
Ahora multipliquemos esta historia por millones. Se calcula que diariamente se compran entre 134 y 364 toneladas de ropa. También se desechan entre 300 y 600 toneladas de prendas por país. Sólo el 10% de las vestimentas donadas a la caridad realmente son usadas. Las que sobran, son enviadas a vertederos. Una persona consume de siete a 16 kilogramos de textiles al año. Los productos de los racks en las tiendas se cambian cada quince días.
Con el Buen Fin en puerta, al ir a las tiendas es importante hacer una compra consciente. Ya sea, un pantalón, una falda, una playera o aquella blusa azul, es necesario revisar la etiqueta del producto. Con esto se puede conocer dónde fue fabricada la prenda y si el material es biodegradable. Todo esto con el objetivo de hacer del consumo algo más responsable.