¿Quién no extrañará la compleja sencillez de Francisco Toledo?
Cabellera siempre alborotada, como sucedía con uno de sus grandes amigos, el cronista y ensayista ya fallecido Carlos Monsivás. Sonrisa de frecuente timidez y brazos siempre abiertos a la defensa de los derechos de otros y de la tierra. De su tierra, Oaxaca. Del medio ambiente. De su intimidad. De sus grabados, pinturas, su creación artística. De sus acciones.
Filántropo, luchador social, siempre creador por casi ocho décadas. Francisco Toledo, nacido en Juchitán hacia 1940, falleció este miércoles 5 de septiembre a los 79 años de edad, que había celebrado apenas en julio pasado…
Una mesa de madera evidentemente desgastada por el paso del tiempo. Sobre ella, una especie de piel nueva: trazos y trozos de infinitas historias e imágenes que se originaron en la mente de un hombre brutalmente creativo y solidario.
El mueble sencillo y viejo que podría considerarse una obra de arte por los dibujos que sobre él hizo este artista oaxaqueño, permaneció por muchos años en “la oficina del maestro”, uno de los pasillos del Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca (IAGO), de Oaxaca, que —como muchos otros espacios de creación y difusión cultural en el estado— fue impulsado por él desde su fundación, a finales de los años 80.
Muchos lo recuerdan así. Sentado frente a esa mesa, con camisa y pantalón de manta, huaraches en sus pies, el pintor, escultor, ceramista, grabador, fotógrafo y promotor cultural y social. Ahí dejó fluir su habilidad como dibujante, mientras contestaba algunas llamadas telefónicas, no muchas. Para aquellos que lo conocieron y lo visitaron en su tierra natal, el recuerdo de esta mesa es quizá el mejor para retratar a un creador que, a pesar de ser considerado como uno de los mejores del mundo, nunca abandonó su compleja sencillez.
Desde la infancia Toledo mostró talento justamente para el dibujo, a tal grado que, él mismo llegó a contar, su padre lo mandó a estudiar la secundaria de regreso a Oaxaca desde Veracruz, donde vivió un tiempo, cuando se acabó el espacio en las paredes de su casa. Años más tarde llegó a él, la Ciudad de México y el taller con Arturo García Bustos, y muy pronto, la primera exposición en la Galería Antonio Souza y una más en Estados Unidos. Ya no paró. Llegó a Europa, Asia y Latinoamérica.
Defensor también desde su juventud del patrimonio artístico y el ecológico, sin faltar entre sus compromisos el que defiende los derechos de los indígenas y la vida comunitaria, Toledo dio rienda suelta a su imaginario en obras de arte donde se entremezclan la realidad y la ficción, los hombres-animales y los animales-hombres. Piezas donde el erotismo y la sexualidad no tienen pudor, y algunas otras donde la curiosidad infantil no encuentra límites. Oaxaca siempre presente. Arte que preserva tradición y a la vez experimenta.
Cualquiera que fuera su soporte o material a trabajar, el resultado, propuesta inigualable —posteriormente muchas veces imitada—, sedujo desde los años 60 a sus espectadores.
Comparable en importancia por la trascendencia de su obra, con el también pintor oaxaqueño Rufino Tamayo, Toledo es sin duda una referencia indispensable de la historia del arte nacional e internacional de los siglo XX y XXI.
Pero ni vivir en Europa varios años ni mostrar su trabajo en la Tate Gallery de Londres ni un texto de Henry Miller para uno de sus catálogos, ningún halago o alabanza, le arrancaron su apego y solidaridad con Oaxaca. A pesar de su timidez —bastaba verlo arrinconado contra la pared de un museo, frente a reporteros con grabadoras cual fusiles apuntándole y esperando sus respuestas, aunque se envalentonaba cuando se trataba de un tema social—, el artista con influencias plásticas de Alberto Durero, Paul Klee y Marc Chagall, llegó a donar sus ingresos por venta de obra a comunidades oaxaqueñas y participó en la creación de diversas organizaciones, como la llamada Comité de Liberación 25 de Noviembre, que buscaba de la excarcelación de los simpatizantes del movimiento magisterial y popular que se produjo tiempo atrás en el estado.
Premio Nacional de Ciencias y Artes 1998, Toledo es respetado por artistas visuales de su generación e incluso por algunos de generaciones posteriores y en apariencia nada vinculados con su trabajo, como es el caso del veracruzano e internacionalmente reconocido, Gabriel Orozco.
Galardonado en 2005 con el Right Livelihood Awards (otorgado por el Parlamento sueco y considerado el Premio Nobel Alternativo), Toledo contribuyó a lo largo de su vida a la fundación de instituciones como la Biblioteca para Ciegos Jorge Luis Borges, el Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo, el Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca, el Jardín Etnobotánico, la Fonoteca Eduardo Mata, y el Patronato Pro Defensa del Patrimonio Cultural y Natural de Oaxaca. Estas son apenas unas cuantas pinceladas de una vida rica en desarrollo creativo y dedicada a la protección y apoyo de la vida comunitaria en su lugar de origen.
No hacen falta motivos para pensar en Francisco Toledo. Para conocerlo a través de su obra en un asombro gozoso. Para reconocer su trabajo de promotor cultural y social. Los hay de sobra para repensarnos en sus mundos, entre la cola de una iguana o el color de un conejo, en la libertad sexual que defiende sin decir nada, en las texturas de su papel amate, entre sus insectos, sus chamucos o sus nahuales. En su actuar de “rey iguana”, como lo llamaba su padre.
¿Quién no extrañará la compleja sencillez de Francisco Toledo?
Quizá nadie… Porque a la vuelta de cada mirada, habrá una obra o la huella de alguna acción suya que nos lo devuelva.