Entrevista con Emiliano Monge: El cielo árido

Esta entrevista fue publicada originalmente en la revista digital Malinche (malinche.mx) Por: José Pablo Salas

A pesar de tener 35 años, Emiliano Monge parece un curtido escritor de mayor edad. No sólo por las canas prematuras en su cabello, sino por la claridad con la que asume el oficio de escribir y su compromiso de hacer literatura.

En El cielo árido, Monge nos narra la historia de un hombre: Germán Alcantara Carnero, a la par que cuenta la historia de la Meseta Madre Buena. Nuestro protagonista es un ser que trata de huir continuamente de su pasado violento, sólo para reencontrarse con que el futuro no luce mucho más consolador. De esto da cuenta Monge a través de algunos nudos narrativos que va desarrollando, es decir, se niega a plasmar toda la historia de la vida de Germán por considerarlo un exceso de la narrativa.

Acerca de sus juegos con el lenguaje y de la trama de esta novela (ganadora del premio Jaén de Novela 2012), habla Emiliano Monge en la siguiente entrevista.

¿De dónde surge El cielo árido?

Creo que las novelas surgen siempre de diferentes sitios e ideas que les dan vida. Mis trabajos anteriores eran fundamentalmente un reto al lenguaje y esta novela nace de la decisión de, sin quitarle importancia a la forma, ponerla al servicio del fondo. También nace de una situación casuística: en la exposición de un amigo pintor un hombre que se llama Sergio me dice que me quiere contar algo, acabo comiendo con él y me narra la historia de su padre que me indica por dónde contar una historia que yo quería escribir hace mucho: la del universo rural mexicano en el siglo XX.

Surge de esto y de mi cansancio ante la idea de que la terrible violencia del narcotráfico nace por generación espontánea. Esta violencia atroz es la consecuencia lógica de la violencia del siglo XX mexicano.

Con la violencia del narcotráfico surgieron escritores que han tratado de narrarla a través de la literatura, pero en tu novela se percibe una violencia muy distinta, parece una violencia impuesta por un entorno en particular.

Creo que esta novela está en las antípodas de las novelas del narcotráfico, no solamente porque termina cuando empieza el fenómeno del narco, sino porque no me interesa el acercamiento al sicario, no me interesa la violencia como personaje sino como escenario. Por eso la sensación que intenta dar la novela es que los hombres son consecuencia, no solamente de su historia, sino también de su entorno. Aquí estamos hablando de un hombre que nace en la violencia, crece en la violencia, se reproduce en la violencia y muere en ella. Una violencia natural e incontenible que es muy difícil de juzgar con las herramientas del código moral que se utiliza normalmente.

Llaman la atención los monólogos del protagonista, en los que se pregunta si en su siguiente paso por fin escapará de su violenta existencia.

Los pequeños momentos en los que Germán Alcantara Carnero toma la voz, ponen el énfasis en la contradicción, en la duda. Esa voz aparece solamente cuando la novela está a punto de dar un giro, aparece como una consciencia que le dice al personaje: ¿De veras crees que tienes huída? Quizá el único escape real sería no querer huir y quedarse; quedarse y entonces transformar todo desde el lugar en el que estás.

¿Por qué elegiste contar solamente algunos nudos de la vida de Germán Alcantara y, además, escribir desde el principio que esa es tu intención en la novela?

Yo no estoy interesado en narrar de manera lineal una historia, además, si no tengo un reto con la estructura y con la arquitectura de la novela no puedo seguirla escribiendo. Entonces lo necesitaba como reto y porque la trama me lo exigía, contar la historia de un lugar y la de un hombre a lo largo 80 años es muchísimo tiempo. Lo que traté de hacer fue: si la historia de México fuera un mural, tenderle encima una sábana blanca, hacer pequeños hoyitos y que al asomarse, el lector pudiera imaginar el resto. Es así que elijo los nudos.

De otra manera tendrías mucha paja en la novela.

Muchísima. Y aunque esta novela no solamente es forma sino también fondo, tampoco creo en el exceso de narración. A lo que llamaste paja yo no lo llamaría de otra manera, siempre me parece paja. Antes creía que la acción sólo tenía sentido si alumbraba el carácter del personaje, ahora creo que puede tenerlo en otras ocasiones, pero el exceso de acción en las narrativas del siglo XXI está bien para el cine, pero no para la novela.

De hecho el narrador que utilizas no sólo juega con el lenguaje, sino que reflexiona en torno a la manera en que se cuenta esta novela.

Tiene que ver con algo que para mí es importante: la pérdida de la figura del narrador. Si Ismael, el narrador de Moby Dick, se pareciera al narrador de Bartleby, ninguna tendría sentido, Melville es el autor, pero hay narradores entre él y sus personajes. Lo mismo sucede con todos los cuentos de El llano en llamas y con Pedro Páramo, no son Rulfo, son los narradores de Rulfo. Hoy en día hay una enorme cantidad de libros que no son nada y para justificarse se denominan autoficción. Para mí era importante hacer una declaración de principios ante esto y demostrar que el narrador es fundamental.

Ya que mencionas a Rulfo hay algo de él en la novela, no sólo en el ambiente rural sino en el rencor vivo que es Germán Alcantara Carnero.

Creo que esta sensación se da por el tema, por el asunto de los rencores y además porque es imposible ser escritor y pasar indemne ante la lectura de Juan Rulfo. También creo que sucede porque se escribe muy poca novela rural en México. Así como México le da la espalda al mundo rural en la economía, también se la da en la literatura temas. Creo que la gran literatura lo único que puede hacer es generar varias caras del mismo tema y abrir puerta y Uno que viene detrás debe intentar siempre abrir esas puertas. Es por eso que hay una herencia de Rulfo que yo trato de recuperar.

Resalta el registro oral en la novela pero sin caer en una imitación del lenguaje rural.

Esta es otra de las cosas que también trato de plantear: la diferencia fundamental entre el periodismo, la crónica y la historia es que cuando tratan de meter voces orales lo que persiguen es verdad, es imitación; la novela genera un universo y por más que un lugar se llame igual en la novela que en la vida real sigue siendo ficticio. La novela no persigue la verdad sino la veracidad. En ese sentido, entiendo que el lenguaje oral de la novela tiene que ser tan inventado, no imitado.

A pesar de que es una novela que se mueve por el rencor del protagonista, por momentos es un personaje con muchos matices. De repente también lo mueve la lástima, la amistad o el amor: ¿cuál de éstos crees que sea en gran motor de El cielo árido? 

Después de pensarlo mucho me atrevería a decir que el gran motor de Germán es el mismo que el del siglo XX mexicano: el conflicto. Creo que al ser humano con el fuego de la razón nos dieron también la capacidad de multiplicar las posibilidades de conflicto, esa es también una tragedia. En México, como sucede con Germán Alcantara, la manera de dirimir este conflicto sigue siendo esencialmente violenta, incluso en el amor.

Por eso cuesta tanto identificarse o encariñarse con Germán, a la vez que es un personaje con muchos matices y es difícil definir si es bueno o malo. 

Me interesaba que esto se refleja en el narrador: hay momentos en los que parece que está enamorado y que admira a Germán y hay momentos en los que le parece un personaje espeluznante. Ahí es donde el narrador busca la complicidad del lector para que diga: No puedo querer a este hijo de puta pero tampoco puedo odiar a este pobre hombre. Más que si un hombre es malo, me interesa cómo se volvió malo y por más malo que sea, me interesa preguntarme qué queda de bondad en él.

Foto: Quadratin México

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