A 47 años de 'El Halconazo' y aún desaparecen estudiantes
Hace un par de días se conmemoró el 47 aniversario de la Matanza del Jueves de Corpus, también conocida como "El Halconazo". Hoy recordamos a aquellos jóvenes que, en defensa de sus derechos y libertades, salieron a las calles a manifestarse en contra del régimen político que buscaba privar a las universidades de su autonomía.
El 10 de junio de 1971, un grupo de estudiantes de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y el Instituto Politécnico Nacional (IPN) se reunió en el Casco de Santo Tomás con el fin de mostrar apoyo y empatía hacia sus compañeros de la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL), quienes exigían un sistema universitario autónomo, democrático e incluyente. La marcha que, según sus organizadores, estaba constituida por un cuerpo de más de 10 mil estudiantes, recorrería la Calzada México-Tacuba y culminaría en el Zócalo de la Ciudad de México.
Algunos de los estudiantes que lograron sobrevivir a este violento episodio han testificado y afirman que, alrededor de las cinco de la tarde, estalló una granada, dando rienda suelta a la represión en contra de aquellos que marchaban.
Los manifestantes salieron corriendo por las calles, algunos armados con varas de bambú, palos y armas de fuego y, en cuestión de segundos, se escucharon gritos, golpes y balazos que acabarían tiñendo la Calzada México-Tacuba de color carmín. Eran los Halcones.
Los Halcones fue un grupo paramilitar —o de choque— creado entre el sexenio de Gustavo Díaz Ordaz y el de Luis Echeverría. Este grupo fue dirigido por el subdirector de Servicios Generales del Departamento del Distrito Federal, Manuel Díaz Escobar. Durante el caos que el enfrentamiento generó, los estudiantes se refugiaban en edificios vecinos o debajo de vehículos estacionados en la zona mientras que los Halcones, armados y exaltados, los perseguían, golpeaban y asesinaban.
Poco se ha dicho acerca de los Halcones y, en realidad, poco se sabe de ellos. Sin embargo, numerosas fuentes —entre ellas el Buró de Inteligencia e Investigación del Departamento de Estado de Estados Unidos (FBI)— afirman que los miembros de este grupo eran estudiantes universitarios, o al menos, personas de la edad de un estudiante universitario, con algún tipo de relación con el Partido Revolucionario Institucional (PRI). Los reclutados, según las fuentes, gozaban de la confianza del priista Luis Echeverría y, algunos de ellos, pertenecían a sus más íntimos círculos sociales.
Con la promesa del pago de su educación universitaria, dinero en efectivo y la esperanza de un brillante futuro en el Partido Revolucionario Institucional, los jóvenes reclutados —pobres, marginados y con una innumerable cantidad de necesidades materiales—, recibían entrenamiento militar por parte de la Dirección Federal de Seguridad y la Central Intelligence Agency (CIA), así como armamento y recursos materiales para su subsistencia.
“Las agresiones contra la universidad, son agresiones contra el país, nos opondremos a ellas provengan de donde provengan”.
Las declaraciones casi inmediatas de Luis Echeverría condenaban los ataques hacia los estudiantes y las universidades. Sin embargo, éstas quedaron resguardadas y empolvadas en el archivero de la nación.
Entre cuestionamientos a la legitimidad del gobierno, marchas, represión y balazos, se perdió en la memoria histórica de México uno de los eventos más lamentables y reprochables, atribuibles a las autoridades federales; una masacre que, si bien no fue perpetrada por el ejecutivo mismo, no queda mucho lugar para las dudas sobre su participación en el cálculo y estructuramiento de la misma.
Las avenidas que conducían hacia el zócalo capitalino continuaron albergando a sus transeúntes y conductores habituales, los grupos estudiantiles se desintegraron, los políticos finalizaron sus periodos de gobierno y lo único que hoy nos queda de aquella masacre son el recuerdo histórico de quienes perdieron la vida a manos de los halcones y la latente reminiscencia de la intolerancia por parte del Estado hacia las disidencias políticas y estudiantiles.
Pareciera que en México, no ha transcurrido el tiempo desde entonces. Aún hoy gobierna un régimen que nos ha posicionado como el primer lugar en desapariciones y violencia en contra de los estudiantes. Nos alejamos cada día más de la democracia, la tolerancia, la inclusión y la transparencia política.
Nos sobran mexicanas y mexicanos honestos, pero nos falta consciencia política, nos falta iniciativa y participación ciudadana, nos falta empatía y hoy, a cuarenta y siete años de una de las masacres más violentas en la historia de los movimientos estudiantiles, nos siguen haciendo falta más de cuarenta y tres.