“La estética del futbol quedó en el pasado”: Ignacio Basaguren, seleccionado de México 70
Por Omar García Cosío
Al replantear el camino de un amante al futbol, esté ubicado frente a la portería, en la tribuna o en un palco de prensa, la imagen universal de gusto se traduce en el monosilábico que puede significar orgasmo, logro, triunfo: GOL.
El parámetro bajo el que se diferencia el juego mismo es el motor de gozo. No en balde, los héroes a los ojos de la cultura popular, generalmente proviene de aquellos que coquetean con la red: el anotador es aquel congraciado. Pelé y Maradona; Cristiano y Messi; Borja y Hugo. Todos proveedores de sonrisas a través de las anotaciones.
Ignacio Basaguren. Foto: FIFA
Ignacio Basaguren, quien habló con Ibero 90.9 este 15 de junio dentro de la programación que conmemoró el IX Campeonato Mundial de Futbol, “Juego Bonito”, sabe lo que significa generar una emoción de este tipo. La historia, caprichosa, le dio a un anfitrión de la Copa del Mundo en 1970, la estafeta del primer anotador como suplente en la historia de los Mundiales. “En una jugada donde llevé el balón por la derecha, un rebote salió en mi dirección y sin ver a la portería, mucho menos imaginar que pudiera ser gol, porque el movimiento natural de la pelota iba en dirección contraria al arco, tiré sin pensar. El hecho de buscar detener la pelota hubiese roto la oportunidad”. Sin embargo, el Telstar, caprichoso, encontró su rumbo hacia la red y México conseguía sus primeros dos puntos como local.
Hay goles que se tatúan y se hacen perpetuos en la memoria. Las reminiscencias de esa imagen es, quizá, uno de los factores para seguir enganchado semana tras semana. Vivir cada 90 minutos con la esperanza de volverse a encontrar con ese instante de plenitud. El gol nos trae al aquí y al ahora. Sin embargo, dentro de la nostalgia, para “Nacho” Basaguren observar el futbol bajo los lentes del pasado es dañino. La evolución natural del deporte pone un contexto donde es inevitable pensar en el resultado de un bien mayor: la victoria.
“El futbol se ha vuelto defensivo porque es más ganador que el futbol ofensivo. Dicen los entrenadores que ‘nosotros propusimos’, pero ellos se encerraron y nos ganaron. Echarse para atrás no es error. Lo cree medio mundo, la prensa lo cree y entrenadores como el “Piojo” dicen que juega a la ofensiva, pero cuando uno lo analiza se echan para atrás. Estos son dichos de villamelones”. Así, los ojos que han tenido una vista del paisaje futbolístico por más de medio siglo sentencian el contexto “caravaggiano”: claroscuros en su pico. Aquella imagen terrible y desagradable es al mismo tiempo la que evoca lo sublime y viceversa. El seleccionado mexicano del 70 lo cristaliza en una frase: “La estética del futbol quedó en el pasado”.
Y quizá en efecto. El amor por el juego se sustenta en lo que fue. En el ideal pueril e inmaduro que sigue aferrándose al futbol como fiesta y celebración más que como un negocio e institucionalidad. La pasión se vislumbra como la posibilidad de ver acciones donde la física se desafía, como cierta tarde en 1970 cuando un acto impensado y poco probable sellaron la victoria más amplia en la historia mundialista de México.
