"El cuerpo en que nací"

En los últimos meses un alud de novelas semi-autobiográficas y memoirs han colmado las mesas de novedades de todas las librerías. Ignoro a qué se deba esta moda entre los escritores nacidos en los setenta, sin embargo, creo que ha representado un beneficio para los lectores: esta moda parece venir acompañada de otra: en medio de ese alud editorial se han publicado muchos buenos libros.

            El cuerpo en que nací (Anagrama, 2011) de Guadalupe Nettel (Ciudad de México, 1973) es, sin duda, uno de los libros más representativos de este fenómeno. En él acompañamos a una niña que sobrelleva la peculiaridad de haber nacido con un defecto en el ojo: esa enfermedad que limita su visión, le obliga a reconocer el mundo desde otra perspectiva: el hilo conductor de la novela, situada en un ámbito social progresista y hippie (padres que vivieron en comunas, hijos que estudiaron en colegios Montesori), es el cuerpo: Guadalupe, el personaje principal, debe ver el mundo, casi literalmente, con otros ojos muy diferentes al resto de la gente que la rodea.

            Aunque está lejos de ser un retrato generacional, El cuerpo en que nací es un logrado acercamiento a un México que atravesó fuertes cambios sociales y morales; el fin de las luchas utópicas o el terremoto del 85 (que cimbró de forma inesperada la conciencia de una ciudad) son algunos de los hechos que van marcando la vida de una chica que debe sobrellevar un lunar blanco sobre el iris. Poco a poco esa condición física moldea su carácter como si nuestra forma de ser y de pensar fuera meramente un producto de nuestra forma de percibir el mundo: nuestra mente como un producto del cuerpo en que nacimos.

            Al ser narrada como una sesión de terapia, El cuerpo en que nací exhibe algunos de los traumas y muchas de las heridas de una generación, al mismo tiempo que encarna la reconciliación de Guadalupe con un pasado lleno de claroscuros. Acaso el mayor logro de El cuerpo en que nací sea el de evidenciar los conflictos que genera el ser diferente (ser extranjero, tener otros ojos) en una edad de por sí conflictiva como la adolescencia en un país de por sí turbulento como el nuestro.

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