El chileno Alejandro Zambra reflexiona sobre el papel del aspirante a escritor
Entrevista: Rowena Bali
Transcripción y fotografías: David Ruano
Alejandro Zambra (Santiago de Chile, 1975) dejó de ser una promesa en el mundo de las letras latinoamericanas para convertirse en una realidad. Gran parte de la obra narrativa de este autor chileno aborda la vida cotidiana en los días de la dictadura de Augusto Pinochet a partir de estampas empáticas y retratos de juventud. Tanto sus tres breves pero contundentes novelas, Bonsái(2006), La vida privada de los árboles(2007) y Formas de volver a casa(2009), como el volumen de cuentos Mis documentos(2013) hicieron que los ojos de la crítica voltearan a ver qué sucedía con este joven escritor.
El pasado jueves 29 de junio, el programa Arcadia salió a entablar una conversación con el también poeta y ensayista en Librería Icaria, al sur de la ciudad. En un ambiente íntimo y con un público liderado por jóvenes lectores de Zambra, Rowena Bali logró captar las opiniones que tiene el chileno sobre la literatura y su obra misma. La redacción de Ibero 90.9 transcribió un fragmento de dicho encuentro, donde se habla de los gajes del oficio y la figura del aspirante a escritor.
Rowena Bali: Yo no conozco tu poesía, Alejandro, pero has tenido mucho éxito, desde mi perspectiva, en el género de la narrativa. ¿Por qué escribes poesía? ¿Cuál es el sentido de escribir poesía?
Alejandro Zambra: Yo creo que es como un laboratorio. No creo que sea tan distinto escribir poesía de escribir narrativa. A veces lo pienso en términos de lo traducible, cuando escribo un poema siento que estoy en una disposición a no traducir demasiado lo que está pasando. Aunque tiene mucho tiempo que no publico poesía, quizá porque no he escrito buena poesía o no me gusta lo que hago. Voy a publicar ahora en México un libro de 2003 que se llama Mudanza, en Ediciones Antílope, y es el único libro de poesía que a mí me gusta.
RB: ¿Por qué no te gusta la poesía que escribes?
AZ: No, ese libro sí me gusta, y es bien raro que me guste porque lo escribí hace muchos años. No me gusta la persona que era yo cuando escribí ese libro, pero el libro sí me gusta [risas]. Yo me relaciono de una manera muy compleja con lo que escribo, y no lo digo para dármelas de interesante, no sé, pero me gusta lo que hago. No creo que todo lo que uno escriba debe ser publicado.
RB: Yo creo que le pasa a todos los escritores, y por lo mismo me surge una pregunta. De todo lo que has escrito, ¿qué es lo que te ha dejado más satisfecho, que ha cumplido más con tus propias expectativas como escritor?
AZ: Siempre lo último, digo yo, porque hay un recomienzo siempre. Hay un libro que yo quiero mucho, que le tengo mucho cariño sobre los demás, que es Mudanzas, este libro de poesía, y también La vida privada de los árboles, pero no creo que son los mejores, sino por motivos totalmente sentimentales, privados, no quiero hablar de eso [risas]. Como que recuerdo cuando los escribí, algo totalmente sentimental. Me acuerdo de una tarde en la que escribía Mudanzas, las sensaciones, quiero decir. Pero no porque crea que son mejores que los demás. Y el mejor creo que siempre es el último. Creo que hay que evitar escribir libros por el puro hecho, en teoría, de ser un escritor y dedicarte a eso; cada vez me exijo mucho para sentir que tiene sentido hacerlo.
RB: ¿Y realmente tiene sentido?
AZ: Es una generación constante de sentidos. Se crea una comunidad discontinua de gente que no vas a conocer nunca o que vas a conocer de una forma muy parcial, y esa es la comunidad de la que formas parte desde siempre como lector. Yo sí soy muy agradecido de cosas que leí y si uno ayuda a eso, a crear la cadena, a la circulación, creo que sí tiene sentido en sí mismo, que haya una resistencia, un poder que se va transmitiendo, de una forma súper caótica pero real. Y también me gustan mucho los espacios relacionados con la literatura y la escritura, lo que pasa en el diálogo sobre la literatura.
RB: ¿Cuáles son los riesgos que se corren cuando uno lee demasiado o cuando se escribe demasiado?
AZ: Puede pasar lo que le pasó a Emma Bovary, por ejemplo, o al Quijote [risas]. Yo no sé si lea demasiado, la verdad. Leí demasiado, y ahora soy súper malo para leer novelas; leo como ensayitos, textos de psicoanálisis, y con las novelas en particular me cuesta mucho.
RB: ¿Por qué? ¿Qué debe haber en un libro para que tú digas éste es un buen libro y hables bien de él?
AZ: Buena pregunta, porque hubo un tiempo en el que yo era crítico literario, entonces tenía la costumbre de leer todo no sólo una vez sino dos, tres veces para escribir y sentir que estaba diciendo algo que tenía sentido. Y eso lo hice como tres años, y luego escribí en prensa también, entonces era muy responsable con las lecturas, y de pronto me di cuenta de que estaba leyendo un poco burocratizado, pero es que era la necesidad: tengo que escribir un artículo u otro texto.
RB: Y dejaste de hacer las lecturas que a ti te interesaban.
AZ: Claro, es que había perdido el espacio de la lectura como pura diversión; bueno, desde antes de ser crítico, porque estudié literatura, etcétera. Siempre estaba leyendo cosas que me interesaban realmente, pero luego ya estaba leyendo para escribir sobre eso, y lo dejé por completo, fue una gran decisión en algunos sentidos, en otros sentidos no fue tan grande porque dejé de cobrar por las críticas, por ejemplo [risas]. Pero sí me permitió recuperar el espacio de la lectura como algo totalmente intransitivo, algo totalmente mío. Ya se me olvidó qué me habías preguntado.
RB: ¿Qué debe haber en un buen libro?
AZ: Va cambiando cada vez. Por ejemplo, estaba leyendo ahora unos libros de psicoanálisis que tiene historias que me parecen mucho más vivas que las historias de las novelas, como los casos clínicos, pero por otra parte soy un poco mañoso o caprichoso como lector, porque si hay por ahí una frase que me parece verdaderamente hermosa o que se me queda en la cabeza para siempre en una novela de trescientas páginas, ya me gustó el libro. No me importa mucho más que eso. Yo diría que no soy un lector tan voraz ahora, soy un lector más lento. Aunque hay un tiempo en el que uno está súper angustiado por no haberlo leído todo, que generalmente es como a los 20 años, y quieres leerlo todo, a pesar de que sabemos que no se puede leer todo, te sientes inculto.
RB: Bueno, esa sensación nunca se quita.
AZ: Exacto, nunca te abandona. Yo soy un poquito de esos. Hay jóvenes que leen a Proust, pero es como para tener esta autoridad intelectual.
RB: Claro, el blof de la lectura. Cambiando de tema, tú en Chile das clases a universitarios, y aquí , entre nuestro público, hay varios escritores o aspirantes a escritores, ¿qué les dirías?
AZ: Diría en primer lugar, buenas tardes [risas]. Yo no sé qué les diría, porque dejé de dar clases y ahora estoy viviendo en México, pero sí me gusta mucho dar clases, talleres o cursos sobre literatura. Creo que tienen que ser espacios absolutamente honestos, eso es lo central. Retóricamente, son muy difíciles de organizar porque hay mucho ego de por medio, y también se corre el riesgo de dejar de lado las emociones, porque intelectualmente lo puedes deformar. Entonces el taller me parece un desafío muy interesante.
RB: Dijiste “ser honestos”. ¿Qué es ser honestos? Porque tu literatura me podría parecer honesta, podría calificarla de honesta.
AZ: Lo dije pero no lo sentía [risas]. Como está lloviendo, empecé a mirar por la ventana, no sé lo que quería decir con honesto. No sé si sea una palabra válida para hablar de un texto, porque una gracia, creo yo, es que uno podría escribir el mismo libro todos los días y podrías tener una sensación parecida respecto lo que estás diciendo y, sin embargo, el libro ser muy distinto. Que es el hallazgo tradicional del psicoanálisis, que la historia se cuenta muchas veces que nunca es verdadera, ni siquiera para ti mismo. Lo que quería decir con lo de la honestidad es lo que en la enseñanza de la literatura tiene que ver con el choque con el texto y cómo enfrentas realmente la lectura de un texto que está siendo formulado en ese instante.