El capitalismo buena onda ante una pandemia
Parece ser de común acuerdo que cuando algún fenómeno afecta a la población mundial todos nos solidarizamos y cantamos “Imagine” tomados de las manos… todos los que no tengan que salir diario a trabajar para poner pan en la mesa, claro.
Desde que el virus del COVID-19 fue declarado pandemia y país tras país tomó la medida de pedir a sus ciudadanos no salir de sus casas para evitar el contagio, museos, editoriales, shows de Broadway, bibliotecas, etc. han salido a anunciar que desmonetizarán por un tiempo limitado (a los tiempos de la cuarentena) algunos de sus servicios.
Suena bien, ¿no? Un acto de solidarización por parte de las compañías. Pero, realmente, ¿quiénes podemos beneficiarnos de estos servicios y productos? Para tener acceso “real” a estas ofertas culturales debemos primero tener acceso a una serie de condiciones socioeconómicas privilegiadas. La primera, y más obvia, es poder quedarnos en casa a hacer la famosa cuarentena.
Tomemos por ejemplo el caso de Anagrama. El 17 de marzo la editorial publicó en su redes sociales una nueva promoción ante la situación del aislamiento por la pandemia: cinco libros de su catálogo completamente gratis en su versión de libro electrónico. Sin embargo, no más de un día o dos después del anuncio, hubo una actualización a su oferta. La casa editorial afirmó que debido a la gran demanda, ahora podríamos regresar al formato tradicional de compra en las tiendas en línea.
Y sí, no se puede negar el hecho de que muchos de nosotros agradecemos y utilizaremos varias de estas nuevas plataformas; ¿quién no quiere poder tomar un curso exclusivo de arte contemporánea o descargar gratis ese libro al que tanto le tenías ganas? Sin embargo, conforme al dicho “nada es gratis en esta vida”, parece ser que todas las noticias que han hecho compañías, o servicios, que “liberan” su oferta de precios tienen sus condiciones.
Otro ejemplo de este fenómeno es la plataforma de publicaciones académicas JSTOR. En las primeras notas que dieron noticia a que también se unía a esta liberación de precios de sus servicios. Se dio a entender a los usuarios que toda su base de datos estaría accesible de manera gratuita. Posteriormente, las noticias tuvieron que redactar aclaraciones en las que se esclareció que únicamente algunos artículos estarían abiertos para consulta. Y a pesar de que sí, JSTOR declaró que seguirán trabajando para liberar aún más publicaciones, queda un sabor agridulce y una duda: ¿por qué se necesitó de una pandemia para designar que ahora sí todos tienen derecho a acceder a ciertos conocimientos?
Así es como el capitalismo “buena onda” decide que algunas veces sí tenemos derecho a la cultura, al conocimiento, al entretenimiento. Porque afirmar que ninguno haremos uso de estas plataformas sería mentir, pero tal vez la respuesta deba ir por preguntarnos: ¿qué está pasando en el mundo mientras haces tu recorrido virtual gratis por el Museo del Prado?
La pandemia del COVID-19 ha hecho más que evidentes los múltiples niveles de desigualdad social que existen en cada continente, región, país, ciudad y pueblo. Ante la emergencia de parar la cadena de contagios y atender a los enfermos, el mundo ha tenido que tomar medidas en cada uno de sus sectores tanto públicos como privados: gobiernos, compañías, instituciones públicas, escuelas, museos, industrias completas… todos hemos tenido que parar un segundo para evaluar cómo podemos proceder ante esta nueva realidad. Es en esta pausa en la que, espero, muchos nos hayamos dado cuenta de qué herramientas tenemos a nuestro alcance, desde la situación particular de cada individuo.
¿Puedo dejar de ir a trabajar? ¿Podría pagar una consulta privada si mi hospital público más cercano no está disponible? ¿Qué hago ahora que mis hijos ya no puede ir a la escuela? ¿Puedo realmente continuar trabajando de manera efectiva en mi casa? ¿Tengo las herramientas para conectarme a mi clase en línea? ¿Tengo una casa segura en la cual refugiarme?
Es en esta pausa en la que probablemente muchas de estas compañías, industrias y servicios que se mencionan anteriormente han llegado a la conclusión de que necesitan tomar acciones para expandir las posibilidades de acceso a sus productos. La pandemia ha sido un gran catalizador para que algunos se detengan a pensar cómo en realidad sus maneras de llevar a cabo sus servicios tiene grandes limitaciones para conformar una comunidad más empática. Tal vez un ejercicio crítico que deberíamos llevar a cabo, cada que encontremos una nueva publicación de otra compañía que hace gratuitos algunos de sus servicios, es investigar si antes de esta pandemia dicha compañía ya realizaba acciones para hacer más accesibles sus servicios.
Sería mentira asegurar que quienes tenemos acceso a estas nuevas plataformas gratuitas no las usaremos, a pesar de que una gran mayoría no tiene ese privilegio. Sin embargo, tal vez sería mejor preguntarnos cómo haremos uso de estos servicios y del lugar privilegiado que nos permite usarlos. ¿Qué tipo de relaciones estamos formando a partir de esta situación de emergencia? Pero más allá de eso, ¿qué tipo de comunidad vamos a continuar formando una vez que la pandemia acabe?.