Por Omar García
Los Juegos Olímpicos de 2016 iban a ser recordados como la primer muestra de que se podía pensar en deporte lejos del duopolio mediático en México. Un avance. Sin embargo, a tres días de terminar la justa veraniega, Río quedará en la memoria como el retroceso más importante en la historia de la delegación: una medalla, hasta este momento, cuando el mínimo con el que se regresaba era de cuatro.
Poniéndolo en perspectiva, el retroceso es de 20 años cuando en Atlanta 1996 la delegación regresó con una presea. ¿Familiar?
Sin embargo, en los casos de España y Estados Unidos, el proceso olímpico no venía, como en este caso, del periodo más exitoso en la historia del olimpismo mexicano donde el tiro con arco, los clavados y el taekwondo eran preseas practicante seguras, lo que agrava la situación. En esta ocasión y exceptuando la medalla ya mencionada, lo más rescatable es un “ya merito”.
Lo primero a pensar es en los culpables: la CONADE, el COM, Alfredo Castillo, las federaciones. No se puede apuntar a uno solo: es el sistema deportivo nacional per se. Cuando hay dos figuras que responden a entidades distintas: el Comité Olímpico Internacional y el gobierno mexicano, quitan la claridad de quién es el verdadero responsable de los resultados.
La solución es bíblica: “al César lo que es del César”. La Comisión Nacional de Cultura Física y el Deporte a cerrar su “agencia de viajes” y encargarse de temas referentes a la actividad física formativa y a la salud pública, que buena falta hace en un país donde uno de cada tres ciudadanos tiene sobrepeso. El Comité Olímpico Mexicano a las federaciones y al alto rendimiento: la generación de los campeones.
El lunes arranca la Olimpiada rumbo a Tokio 2020 y el resumen del informe de México es: pudo ser peor.