Silencio. Luces. Música. Voz. Silencio. Aplausos. Silencio. Si bien los gritos y aplausos reflejan la emoción del público al inicio un concierto, el silencio manifiesta el respeto que se tiene por la banda en escena. Tal fue el caso de Dead Can Dance: la música y las voces de Lisa Gerrard y Brendan Perry eran de admirarse, como se demostró desde el inicio del concierto con “Children of the Sun”, una bienvenida que sometió los sentidos del público y que concluyó con el latido del auditorio.
Uno miraba los asientos y no había cupo para más. La audiencia se constituía de gente de varias edades, donde abundaban los mayores y, en menor medida, los jóvenes; un espacio donde las generaciones se reducen a un denominador común: Dead Can Dance.
Son raros los conciertos que cuentan con una nitidez musical tan fantástica, casi mágica. Cada detalle se llevó a cabo con la mayor sutileza, desde la acústica hasta la interpretación de cada nota musical.
La voz de Brendan silenció al Auditorio Nacional con canciones como “Amnesia” , que también demostró su dominio sobre el buzuki: instrumento de cuerda semejante a la guitarra, aunque más pequeño, cuya caja de resonancia tiene forma de gota.
Fue hasta “Rakim”, pieza del álbum Toward the Within, que Lisa absorbió los aplausos del público durante la interpretación de su yangqin, un instrumento de cuerdas de origen persa. Luego vino “Sanvean”, y de ahí en adelante fue ella quien tomó el escenario.
Más adelante su voz inundó temas como “Kiko”, “Agape”, “Anabasis” y “Return of The She-King”.
Acompañados por percusiones, sintetizadores y otros instrumentos extravagantes, Dead Can Dance sumergió a su audiencia bajo una atmósfera exótica, casi ajena a la realidad. Sin duda “Opium” es una pieza asombrosa, capaz de cautivar la mente de todos los presentes en un recorrido colectivo.
El concierto fue parte de la gira para promocionar Anastasis, último álbum del dúo, aunque el primero tras casi 15 años de separación, y que fue lanzado en agosto. Derivado del griego, “anastasis” significa “resurrección”, y como explicó Brendan Perry, “también significa entre dos fases. La regeneración viene en la siguiente sesión”.
La complejidad musical de este dúo australiano hace de él algo inclasificable; una fusión de new age, world music, gótico y dark wave a la que se incorporaron sonidos orientales. La música que tocaron puede ser mejor descrita por su impacto que por su estilo; un aura cautivadora, envolvente, de orígenes cósmicos... Hijos del cosmos…Chidren of the Sun.
Definir su concierto es irrelevante. Lo sustancial es haber estado ahí, sentir la brisa de su música, sentir su aura y enchinar la piel. Dead Can Dance no es una banda. Dead Can Dance demostró ser un hechizo hipnotizador, donde el tiempo transcurre indeterminadamente y donde el silencio es reflejo del éxtasis.