(Columbia, 2011) Madeleine Follin y Brian Oblivion son dos músicos de Brooklyn, NY que, al unir esfuerzos, lograron sobresalir en el hambriento mundo virtual con muy poca información acerca de su proyecto, Cults. Tal vez una de las cosas que más inquietaba a todos aquellos que empezaban a conocerlos, era escuchar sus canciones y no poder saber nada más de ellos aparte de su nombre, su procedencia y el título de los temas que están en su cuenta de Bandcamp.
Originalmente, los Cults habían anunciado que el lanzamiento oficial de su primer sencillo sería hasta el 2012, pero al parecer decidieron gozar un poco de los frutos de su música varios meses antes de que terminara el mundo. Así que el streaming de su álbum debut a través de NPR fue el último coletazo en una serie de “movidas estratégicas”.
A pesar de que el debut homónimo de Cults de entrada parezca como un disco más de una banda sumamente influenciada por el legado de Phil Spector (lo cual no hay que negar), hay más tela de donde cortar: las contrapartes son lo que hacen de este disco, uno homogéneo y singular. Por un lado, el sonido de la música y la voz coexisten en espacios diferentes que nunca terminan de juntarse: es como si la música hubiese sido grabada en un lugar contenido, como una sala para conciertos íntimos, mientras la voz viaja como el eco en un galerón vacío. Por otro lado, mientras las letras son lo nublado y lluvioso de estos días, las melodías y armonías son aquellos rayitos de sol que todos buscan después del mal tiempo.
La voz de Madeleine Follin, si bien es muy femenina, también tiene dejos de timidez y nostalgia que inmediatamente se perciben en temas como “Abducted”, “Go Outside” y sobre todo “You Know What I Mean”. Lejos de sonar como una balada de una inocente niña, claramente las letras hablan de un corazón roto por ingenuidad y fe en aquella persona a quien se lo entregó.
El disco de Cults toma elementos de dos regiones tan opuestas como Suecia y California, pero igualmente reconocidas por su frecuente aportación a la música pop. Contemplativo como Lykke Li; ingenuo y dulce como “Be my Baby” de The Ronettes, Cults crea el ambiente ideal para escribir una carta de desahogo, con un destinatario lejano, que tal vez nunca llegue a leerla.