Alguna vez vi una playera que buscaba hacer chistes con las características de cada estado norteamericano. La de Arizona decía: “Like Hell… but hotter”. En ese entonces medio sonreí, pero no le di más importancia. Después del viaje emprendido hace unos días, comprobé que estaban en lo cierto.
La Copa América Centenario es un evento particular. Ya sé que es un cliché, pero es verdad, cien años se dicen fácil. ¿Cuántas leyendas han desfilado en los partidos de las ediciones pasadas? ¿Cuántas estrellas se han ido sin levantar la copa? No nos vayamos más lejos, el que muchos anuncian como el mejor jugador del mundo, Lionel Messi, no ha podido consagrar su grandeza. Y qué decir de nuestros mexicanos. En aquel lejano 1993 yo apenas hablaba, pero las memorias me han llegado con los años… ¡hubieras fallado, Gabriel Omar!
El avión nos llevó a Guadalajara, para luego desembocar en Arizona. El primer golpazo de calor fue disipado enseguida por la frescura del camión que nos llevaría a Scottsdale, en particular a un hotel, Valley Ho, que nos recordaría otras épocas en las que Mauricio Garcés bebería un martini acompañado de chicas en bikini, y al compás del maestro Juan García Esquivel. Ya comenzábamos bien y la verdad, el calor ni mella hacía.
Entre medios de comunicación, viejos conocidos, y fanáticos del fútbol, los ánimos eran palpables. Los clásicos pronósticos afloraban. Los más pesimistas, apostaban por el cero a cero. Otros, contándome entre ellos, le apostaban a un 2-1 apretado pero favorable a México. La verdad es que la nueva administración nos ha entregado buenos resultados, ¿por qué no ser optimista?
Vinieron las clásicas visitas a los malls, en una zona en donde si tienes suerte, ves a algún transeúnte perdido entre galerías de arte y buscando que alguno de los aspersores presentes en casi toda fachada comercial lo atempere un poco, lo mismo que a una liebre y su cría entre los cactos que chupan hasta la última gota de agua del desierto. Lástima lo del dólar a 1912370 pesos, pero bueno, sus buenas ofertas aprovechamos. Además, por ahí nos dimos una escapada a probar una cervecería local. De los mejores brebajes con lúpulo que han probado estos labios. Ya después de dos, a dormir, que al día siguiente, jugaban los nuestros.
Comenzamos el día tempranito, con la disyuntiva de una pool party o una exploración más a fondo de nuestros alrededores. Al final, el hambre hizo su trabajo y nos decantamos por la segunda. Nuestros pasos eran los únicos. Ú-NI-COS. Es increíble como un sábado a las 11 am, en Scottsdale, al parecer, se prefiere permanecer en el resguardo de un buen aire acondicionado. A pesar de eso, encontramos un lugarcito en donde, como buenos gringos, nos echaron unas porciones más que suficientes para aguantar hasta el partido.
Llegamos al hotel y nos recibió una manada verde. Ya se empezaba a poner la piel chinita. Hay veces en las que no logro dimensionar las cosas hasta que estoy a minutos de vivirlas. Abordamos el camión. Estábamos como a 48 grados centígrados. A esa temperatura, cuando vas por la calle sin mayor resguardo y sopla el aire, parece que estás frente a uno de los gigantescos hornos de piedra para hornear pan. Es sofocante. Poco nos importó. Combatiendo el aire caliente del camión que se supone debía enfriarnos con algunas cervezas heladas, el trayecto fue un goce. Burlas, canciones y demás cosas que los mexicanos bien sabemos realizar. Hasta el chofer se sintió mexicano al final porque, en una digna maniobra de microbusero en frenesí, nos ahorró como 30 minutos de fila echando lámina a los que pacientemente esperaban formados en el cuello de botella para ingresar al estacionamiento.
Los gringos se pintan solos con sus medidas de seguridad. Ni una bolsita pasaba, a menos que fuera transparente y eso significó un problema para algunos despistados que debían regresar a sus transportes caminando en el infierno, pero bah, ya todos estábamos ahí, eso era lo de menos.
El estadio es imponente. Se parece un poco a nuestro Azteca, pero con las medidas contemporáneas de un estadio de primera categoría. Qué privilegio el de los Cardenales de jugar ahí.
Casi escupiendo el pulmón para llegar a las alineaciones, nos acomodamos en nuestros lugares. Sonido: impecable. Visibilidad: ídem. Ahora le tocaba a la Selección complacernos. Y así se empezaron a anunciar los nombres. Primero, el más grande, el inmortal, el sempiterno Rafa Márquez comandó una oleada de ovaciones en las que “Chicharito” y Guardado fueron los más destacados. Y el silbatazo dio pie a las emociones.
Grandísimo pase de Rafa, recepción perfecta de Guardado y un centro matón. Nosotros vimos que remató Herrera aunque al final fue autogol. Da igual. Cantamos un gol tempranero que subió los ánimos de por sí por los cielos. Como estar en casa. México es local en dos países y nosotros teníamos el privilegio de estar ahí, alentando a nuestros verdes.
Vino la expulsión de Guardado, el empate y algunos problemas con los poquitos uruguayos que estaban en el estadio, a los mismos que la seguridad escoltó a lugares más apropiados. ¿Se podía ganar?
“¡Sí se puede!, ¡sí se puede!”, clamaban los paisanos y, en un descuido, en un rebote, Rafa, ¿quién más?, empujó el balón a las redes. Algarabía. Teníamos casi el partido. Un par de descolgadas que culminaron en un grito más, producto de Herrera y así, concluiría el mejor partido de fútbol al que he asistido (además de la coronación de la Sub-20 en el Azteca, precisamente contra Uruguay).
Lo demás ya no importa, hasta el calor infernal es secundario. Se dio un paso importante ganando el partido, en papel, más importante de la fase de grupos y ahí estuvimos presente. Tenemos que agradecer a nuestros amigos de La Barra, programa deportivo de Ibero 90.9 y a Mexticket, por hacer de esta, una experiencia que seguramente contaremos por mucho tiempo y de la que, un banderín en la pared de una habitación de color rojo, servirá como recuerdo de lo irrepetible.