Conversación con Mario Bellatin

(sobre El libro uruguayo de los muertos y documenta 13) En la presentación del penúltimo libro de Mario Bellatin, Disecado (Sexto Piso, 2011), Margo Glantz expresó que, conforme avanzaba su carrera, el autor se acercaba más, libro tras libro, al “corazón de su escritura”. Esta declaración puede servirnos de brújula para acercarnos a la obra reciente del autor, cuya presencia es cada vez más conspicua –o ausente, disfrazada o trucada- en las enigmáticas tramas de sus libros. En el caso de Disecado, Bellatin vive una especie de desdoblamiento, en un ser al que llama ¿Mi yo? sentado al borde de su cama. Su más reciente obra El libro uruguayo de los muertos, también editado por Sexto Piso, contiene un relato, escrito en segunda persona, que incluye su práctica del sufismo, su labor como fundador y director de la Escuela Dinámica de Escritores, su amistad con Sergio Pitol, su trabajo sobre una mujer idéntica a Frida Kahlo, y demás trazos “autobiográficos” que conviven intrincadamente con detalles comúnmente asociados al “delirio”. (Misma técnica que en Disecado donde, por ejemplo, la misma Margo Glantz muta en una novelista japonesa medieval, mientras que el monstruoso Golem pasa no lejos de ahí).

Documentos de esta misión de Bellatin por demoler por completo la noción de verdadero y falso, sus obras se desenvuelven ya como parte de una especie de libro gigantesco y perpetuamente inacabado, donde son comunes las referencias a aquellos primeros textos de su trayectoria: Salón de belleza, Shiki Nagaoka: una nariz de ficción, Perros héroes… La solidez de su propuesta para rasgar límites provoca que normalmente se asocie a Bellatin con el arte conceptual; relación (ya juzgaremos si justificada o no) prolongada por su muy reciente presencia en documenta,  la famosa exposición quinquenal de arte contemporáneo en Kassel, Alemania. (Hay que mencionarlo: la decimotercera edición de la muestra,  celebrada del 9 de junio al 16 de septiembre de este año, tuvo como vector el concepto de “la obra de arte total”).

Mario, además de la mala experiencia personal que sabemos tuviste en documenta alguien hurtó su computadora- ¿qué opinión tuviste de la feria y tu propia participación en ella?

Me causó muchas dudas. No quiero ser como el abuelo que dice “¡el ready-made, qué horror! Cualquiera es artista…” Creo que sí hubo tres o cuatro personas que sí realmente tienen una propuesta bastante definida, que sí logran lo que siempre he buscado en todas las artes, en todas las épocas, sin importar las formas: que haya un camino para poder transitar por una realidad única, paralela, y poder ver el mundo desde otra perspectiva.

Yo dudaba de ir. Yo no soy artista en ese plano: yo soy escritor. No quería llevar mi trabajo: este escribir sin escribir -que todavía no logro terminar de definir- a una instancia que política y culturalmente está bardeada por el mundo del arte. Desde hace algún momento estoy luchando con los que tratan, después de las mil etiquetas que me han dado, de llamarme artista por encima de escritor. (Me llamo a mí mismo escritor en el sentido diferenciador de teatrero, músico, etc.)  ¿Por qué soy escritor? Porque así lo he decidido. Para mí lo importante es esa decisión, y no porque lo demuestre con un libro. También decido ser fotógrafo, independientemente que exista una foto. Durante muchos años he hecho la foto fantasma: he tomado fotos desde que era niño, pero no tenía las condiciones ni de manejar la cámara Diana complicadísima que me habían regalado, ni de apoyo familiar o de dinero para revelar las fotografías. Ya de por sí era extremadamente difícil ponerles el rollo; no digamos tomarlas. Eso no me impidió, toda la niñez, tomar fotos: yo tengo toda mi infancia retratada, sin fotos. Enfocaba y editaba la realidad, capturaba instantes. Esta acción la repetí ya grande cuando fui a vivir a Cuba a los 20 años. Vendían unas cámaras rusas, fantásticas –yo alguna vez vi como las revelaban estando en la escuela de cine de San Antonio de los Baños, tomaban fotos impresionantes- y no había un solo lugar donde pudieras revelarlas. La causa de ello era política. Era la misma razón por la que no había ningún café donde sentarse: no querían que la gente se reuniera; en el caso de las cámaras, no querían que la gente viera su realidad. Me pareció genial ese juego entre lo real y lo virtual. Durante un par de años me la pasé tomando fotos, guardando 200, 300 rollos en una bolsa de plástico enorme, que luego pensaba revelar cuando venía a México, hasta que me dije “¿Para qué? ¿Para qué necesito la prueba?” Lo que importaba es ya haber tomado esas fotografías.

Vuelvo a lo de ser escritor: elijo ser escritor, y aparte están los libros. Cuando me invitan a Documenta, me entusiasma en un principio, pero luego reflexiono sobre si querer entrar a ese espacio “oficial”, esa cumbre, donde entraría a una clase de juego para sacarme del juego: “a él ya no se le puede considerar escritor porque en realidad es artista, o viceversa”.

Luego, a la feria me invitaron como “curador honorario”. Pero lo ello significaba, lo que la organizadora (Carolyn Christov-Bakargiev)  quería, era darle a su documenta un matiz particular: juntar a gente de diversas disciplinas: un escritor, un poeta, un científico, un matemático, un químico… Pero me di cuenta rápidamente que no era más que prestar su nombre, para darle un perfil interdisciplinario, aunque en la práctica no significaba nada. Después de eso empecé a dudar. Luego, pensé que meterme en este lugar etiquetado que te contaba, me generó una segunda duda. La tercera duda, la más fuerte, la que casi me hace desistir, fue cuando me empezaron a llamar de varios periódicos aquí, por el hecho de “ser curador”. Yo no sabía nada, y  les preguntaba a los de Documenta lo mismo, qué iba a pasar, para contestar las entrevistas. Contestaban: “es secreto”. Ya no quería ir, aunado a que se me informó que CONACULTA pagaba los boletos, y ¡hay que pensar que Documenta es un negocio!

Yo iba como “curador”, para presentar los Cien Mil Libros de Bellatin, y a estar en un café en medio del bosque de la ciudad, para que los asistentes me vieran trabajar. Inventé para la ocasión un libro especial, el libro híbrido, que es una cruza entre el tradicional y el digital: compras el libro físico –que es un cartón grueso en realidad- y dentro, en vez del texto, viene en el password para acceder al texto digital (como respuesta a la discusión estúpida sobre los libros de papel o digitales).

En ese camino de autoconsciencia como escritor, ¿qué lugar ocupa El libro uruguayo de los muertos?

En realidad es una especie de ajuste de cuentas. Como el año pasado estuve enfermo bastantes meses, me daba una especie de culpa de no haber hecho nada –aunque, rarísimo, me aparecieron dos libros publicados, Disecado y La clase muerta, para no contar las traducciones-. Este libro en realidad llevaba mucho tiempo haciéndolo. Como siempre, trabajé escribiendo varios textos al mismo tiempo, tratando de encontrar los ejes para hacer de todos ellos uno sólo. Los unifiqué bajo un texto en segunda persona, epistolar: una larga carta. Desde el mismo término epistolar ya aburre: entonces busqué jugar con algo que viene del libro anterior, la presencia de varios narradores (“Yo, Mario Bellatin”, el símbolo que habla). En El libro de los muertos, en cambio, hay varios aparentes destinatarios. Se desestabiliza el género epistolar, cuadrado, con sus convenciones: son varios destinatarios mutando a través del libro. Mi búsqueda era, no obstante esto, no perder la verosimilitud, el que el lector no quiera seguir jugando. Quería romper con la idea del interlocutor, de que estaba escrito para alguien, de ficción y realidad.

Más allá de contar cosas, lo que me interesa es la escritura. Estoy volviendo a un origen, desde que era niño, como cuando tomaba fotos sin rollo. Era el placer de la construcción de las fotos, las imágenes. Es, asimismo, el placer de escribir. Yo tenía una necesidad espantosa, tanto de leer –leía las etiquetas del café, el azúcar, los cornflakes, la mantequilla, donde las habían hecho, y a la mañana siguiente leía otra vez lo mismo- como de escribir –copiando el recibo de la luz, el directorio telefónico-. Lo logré domesticar, porque pensé que no llegaría a nada; tomé conciencia e hice una especie de balance, para hacer esa escritura comunicable y que fluyera (contando “algo”), se editara y publicara, y después de liberar ese libro hacer un espacio vacío y seguir escribiendo.

Cuando releí el primer tomo de mis Obras reunidas (el segundo tomo saldrá pronto), pensé que se me hubiera ocurrido buscar la estrategia para hacer todos esos libros uno solo. El fin de mi escritura es crearme una manera propia de escribir, sin que esto signifique la escritura por sí misma, sino también el compromiso con lo social y con poder ver la realidad de otra manera, mucho más profunda que la que supuestamente nos manda una retórica de la que debiera ser literatura comprometida. Cada vez, creo, se va afinando más ese pacto que pude haber establecido entre el Otro y mí mismo, para ver hasta qué punto se puede hablar de la propia escritura como lo importante, sin dejar de lado el aspecto social, político, coyuntural, lo narrativo, el contar cosas. No está peleada una cosa con la otra. Es más, si ponemos la escritura en primer plano todo lo demás se volverá más fuerte.

Como en una gran mayoría de tus libros, hay en El libro uruguayo de los muertos datos que la gente sabe o cree saber de tu vida. Las fronteras son extremadamente difusas. ¿Hay quien todavía te pregunta: “¿qué es real, qué es inventado?”

Todos lo hacen. Y hay algunos que ni siquiera preguntan qué es real y qué es falso, porque les parece obvia la diferencia (lo cual es peor). Esta línea no existe. Era la misma discusión falsa que había sobre mis libros: ¿es novela breve o cuento largo? Antes no podías llamar a algo solamente texto. Una vez dijeron “¡ahora sí nos trató de engañarnos de la peor manera: publicó con letra grande un cuento para que parezca novela!” Me encantan esas cosas, porque te empiezas a hacer preguntas: “¿Una novela es mejor, más importante que un cuento?” Es idiota. Lo mismo con la realidad/ficción: no hay ni una ni la otra, no hay separación. Es texto. Pero tuvieron que pasar 30 años para poder usar ese término…

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Recorrido miércoles 17 de octubre