La descripción del jazz está en juego cuando los elementos que lo componen generan un debate sin fin. Surgido en medio de un huracán de presión social, el género que nació de la improvisación quedó plasmado en la colectividad como muestra de un conjunto de sonidos dulces, que cualquier hombre cazador de lo fino en un futuro pondría en su reproductor de acetatos.
En sus orígenes en los años 20, un hombre con una personalidad excéntrica salió de las entrañas de Nueva Orleans para tocar, crear, y derrumbar el esquema del jazz de la época. Louis Armstrong era su nombre.
Su primer arma fue la corneta, seguida de una trompeta y su voz que, en el año 1964, tumbó a The Beatles de las listas de popularidad con "What A Wonderful World". Para alcanzar la permanencia en el espectro musical, Armstrong pasó por una cantidad severa de proyectos formados por él como Hot Five y Hot Seven, donde expresó en sus letras su adicción inseparable por la marihuana.
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En 1926, fuera del estudio de grabación, Louis descubrió sin querer que la música podía salir de su formato original y que la voz podía hacer de todo. Lo que había hecho hasta ese momento era una muestra de ello: en su mente cantaba las armonías de corneta y las convertía en solos. A través de la grabación espontánea de "Heebie Jeebies", Armstrong concebió las primeras raíces del canto jazzístico, al olvidar la letra de la canción e improvisar líneas vocales.
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Esta improvista forma de cantar fue popularizada eventualmente por cantantes de jazz como Ella Fitzgerald, de su generación, y Amy Winehouse, del siglo actual. El estilo fue bautizado como scatting o scat y constaba de improvisar vocablos en las canciones, un estilo ancestro del doo wop.
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A lo largo del tiempo los elementos que caracterizaron la excentricidad del músico, que apoyaron causas sociales como la defensa de los derechos civíles en Estados Unidos, dejaron un legado que se divide hoy en día en distintas cátedras. Una de ellas: cómo cantar el Jazz.