Por Aurora Villafuerte
Éste no es otro Is This It, ni un Room on Fire. Menos aún otro First Impressions of Earth. No, tampoco un nuevo Angles. La quinta entrega de The Strokes debería venir acompañada de una leyenda que diga “Instrucciones: Escúchese sin prejuicios”, porque Comedown Machine se parece muy poco al estilo clásico de estos neoyorkinos.
El sonido lo-fi de su álbum debut, los himnos de Guitar Hero de Room on Fire (2003), y los paisajes à la Frank Miller que dibujaba el First Impressions of Earth (2006) mitificaron a The Strokes y los coronaron como reyes del garage; los creadores del soundtrack de los dosmiles y responsables de que escucháramos algo fuera de Coldplay y Travis a principios de milenio.
En 2011, tras cinco años de silencio, el quinteto hizo su regreso en medio de una ola de hype con Angles. Era evidente que The Strokes estaba renovando su sonido, pero el cuarto disco del grupo nos dejó con un sabor de boca más bien amargo. La reputación que se habían ganado, el fantasma de la trilogía con la que los conocimos, y las transformaciones a nivel personal de la banda, comenzaron a pesar.
En Angles, The Strokes demostraron que habían madurado y que no tenían intensiones de repetir la fórmula que les había traído reconocimiento. Sin embargo, las fracturas que sufrían las amistades dentro de la banda, la poca comunicación entre sus miembros y la tensión generada por choques de opiniones, terminaron por opacar los momentos acertados del álbum.
Con la atención de cuatro miembros del grupo enfocada en sus respectivos proyectos solistas, los arreglos del disco fueron acordados vagamente por correo electrónico, y los instrumentos, grabados por separado. Los resentimientos hicieron de Angles una entrega notoriamente incómoda.
Un par de años después del lanzamiento de Angles, The Strokes regresa con Comedown Machine, un disco mejor logrado que su predecesor. Desde la propuesta “futurista en los ochentas” de Julian Casablancas hasta la firme predilección de Albert Hammond Jr. al rock tradicional, las ideas de las cinco mentes detrás de la banda se incluyen y fusionan, en lugar de causar fricción. Los estilos que los definieron en sus trabajos en solitario se ven aterrizados armoniosamente, y aunque el álbum aún tiene un aire poco inspirado, éste deja un mejor sentimiento que su antecesor, pues la tensión dejó de ser tan palpable, el sonido se hizo más fluido y congruente, y la mutación de su estilo característico se consiguió.
Con Comedown Machine, The Strokes nos abre las puertas a una máquina del tiempo y nos transporta a los ochenta; canciones como “Tap Out” y “Chances” nos recuerdan al pop bailable de la época, “Welcome to Japan” y “Happy Ending” comparten ese toque boogie también. Temas como “All the Time” y “Partners in Crime” juegan con nuestra mente gracias a las progresiones maniáticas en las que se basan, cualidad que comparte el single “One Way Trigger”, que nos trae la nostalgia de los viejos videojuegos de ocho bits de Atari.
Una de las canciones más pesadas y viciosas del disco es “50 50”, que hará sentir como en casa a los fanáticos del sonido con el que empezaron los neoyorkinos. “80’s Comedown Machine” también nos remite a trabajos pasados, que se parece a la balada “Call Me Back” de Angles.
http://youtu.be/dPDfaTzBcb4
“Call It Fate, Call It Karma” es la encargada de cerrar el quinto álbum de The Strokes, y nos ofrece la despedida más inesperada. Una nostálgica melodía influenciada por el jazz de la primera mitad de los 1900 y nos reitera que The Strokes dejó de ser esa banda de chicos en pantalones entubados y chamarras de cuero, y se ha convertido en una agrupación capaz de crear nuevos universos, diferentes entre ellos, disco tras disco.